La Ascensión del Señor

En esta solemnidad de la Ascensión el Evangelio (Lc. 24, 46-53) nos presenta el culmen de la vida de Jesús, lo que ha sucedido después de la pasión, muerte y resurrección. Jesús debe regresar al Padre, ha cumplido su misión en la tierra y eso no significa abandono a su comunidad, a los que han creído en Él, por el contrario, implica el compromiso que ahora tienen los suyos de que todo el proyecto del Reino siga adelante. Y cómo los percibe temerosos y tristes entonces desde el Padre estará presente ahora por su Espíritu que será la fuerza y la valentía que los discípulos necesitan para salir a predicar el Evangelio.

A los discípulos corresponde invitar, por todo el mundo, a la conversión que dispone a la humanidad para el perdón de los pecados, para que vivan realmente en el amor de Dios.

Jesús sabe que yendo al Padre no quedarán solos porque el Padre Dios enviará sobre ellos a quien los llenará de gracia, de fuerza, de luz, de paz y sobre todo de valentía. El Espíritu vendrá sobre ellos, el Consolador, que siempre estará al lado de ellos, de cada uno e inspirará sus palabras y discernirá sobre los acontecimientos. Para que venga al mundo la promesa del Padre y tome posesión en cada uno, Jesús debe regresar al corazón del Padre Dios que es su lugar desde el que nos estará bendiciendo, acompañando y existiendo en el Pan de la Eucaristía que es nuestro alimento.

El Espíritu es la fuerza que viene de lo alto, que conoce las profundidades de Dios y que a través de nosotros obrará obras grandes por la humanidad. El Espíritu nos mantendrá unidos a Jesús y hará, si nos disponemos, que nosotros seamos semejantes al Hijo siendo hijos en el Hijo Jesús. Solo así podremos decir a Dios Padre.

Jesús es llevado al cielo de la misma manera que vino del cielo

Así como el vientre de María fue fecundado por el Espíritu, ha sido el mismo Espíritu quien lo ha llevado al seno del Padre. Ha regresado en un cuerpo glorioso, espiritual, transformado por amor en amor. Jesús al regreso con su bendición da fuerza y anima a los suyos interiormente, esto los conduce al lugar en el que la verdad se defiende y la vida se entrega; a Jerusalén lugar en el que nace la salvación. La muerte y resurrección del Señor debe predicarse, anunciarse a todas las naciones.

Los que hemos experimentado la salvación debemos salir, anunciar y lo haremos con la fuerza de Dios. Iremos a predicar con la fuerza de lo alto. La bendición de Jesús nos llena de su presencia. El irse o regresar a la casa del Padre, al cielo, se convertirá en bendición para los discípulos porque desde allí, junto con el Padre nos llenará de su ser divino. Al ascender Jesús nos lleva con Él, lleva nuestra humanidad junto con Él, por eso asciende de esa manera resucitada, gloriosa.

Que la bendición de Jesús nos llene de fuerza y que Jesús resucitado siga estando presente en nuestra vida a través del don del Padre, su Espíritu Santo.

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.