CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

SAN ANDRÉS CORSINI Y SAN GILBERTO DE SEMPRINGHAM 4 DE FEBRERO

SAN ANDRÉS CORSINI Y SAN GILBERTO DE SEMPRINGHAM

SAN ANDRÉS CORSINI

El lobo que llegó a ser cordero
Lo llamaron Andrés por haber nacido en el día de la fiesta del apóstol San Andrés (30 de noviembre) en el año 1602, en Florencia, Italia.

Andrés significa: «varonil».

Su juventud, a pesar de ser hijo de unos papás muy buenos y piadosos, fue dedicada al vicio y al pecado, porque tuvo la desgracia de juntarse con malas amistades, y se cumplió en él aquel antiguo refrán «El que con lobos anda, a aullar aprende». Los sabios dicen que cada cual es lo que sean sus amistades. Y Andrés se volvió malo porque sus amistades no eran nada buenas.

Un día el joven disipado le oyó contar a su mamá un misterioso sueño: «Poco antes de que tú nacieras, yo te vi en sueños convertido en un lobo feroz y que entrabas a un templo y allí ante la imagen de la Sma. Virgen te convertías en un manso cordero. Oh cuanto he rezado a Dios y a la Virgen para que la segunda parte de este sueño se convierta en realidad.

Lobo ya lo has sido, y más malo de lo que jamás hubiéramos imaginado que ibas a llegar a ser. ¡Pero confío en que la Madre de Dios te habrá de convertir algún día en manso cordero que no ofenda al Señor! ¡Desde el día de tu nacimiento yo te consagré a Dios y a la Madre Santísima. Y con tu padre no hemos dejado un solo día de rezar para que te conviertas y cambies de modo de comportarte!

Estas palabras impresionaron profundamente al joven Andrés.

Lleno de vergüenza y arrepentimiento se fue a la iglesia de los Padres Carmelitas y de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora del Carmen prometió que su vida cambiaría totalmente.

Preguntó a un santo sacerdote qué debería hacer para enmendar su mala vida pasada y él le aconsejó que entrara de religioso. Y así lo hizo. Se fue de fraile carmelita, y aunque sus antiguos amigotes y un tío materialista hicieron todo lo posible por convencerlo de que se quedara en el mundo en su vida de pecado y vicio, pudo más la gracia de Dios que los atractivos del mal, y se fue de religioso.

A uno que le ofrecía un elegante matrimonio le respondió: «¿Y de qué me sirve todo eso si no consigo la paz de mi alma?».

Cuando se ordenó de sacerdote, sus parientes, que eran de las riquísimas familias Corsini, le prepararon unas fiestas muy suntuosas en Florencia, su ciudad natal, pero él, sabiendo que esas fiestas lo iban a disipar en vez de enfervorizarlo, se fue a una iglesita apartada y solitaria y allá celebró muy piadosamente sus primeras misas, lejos de las fiestas mundanas que no sirven para aumentar el fervor.

Pocos años después de su ordenación sacerdotal, empezó Dios a premiarle su vida de santidad y de grandes sacrificios, concediéndole el don de obrar milagros. Profetizaba lo que iba a suceder, y sus profecías se cumplían exactamente. Bendecía enfermos y estos se curaban. Pero sobre todo lograba la conversión de grandes pecadores, como su materialista tío Juan Corsini, que ante su predicación dejó la vida mundana de pecado y empezó a dedicarse a orar y a obrar el bien.

Los jefes de la Iglesia de Fiésole se reunieron y aclamaron como obispo al Padre Andrés, pero éste salió huyendo y se escondió en un apartado convento, porque se consideraba indigno de ese cargo.

Después de buscarlo inútilmente por todas partes, ya iban a elegir otro como obispo, cuando un niño anunció que el Padre Andrés estaba en el convento de los cartujos. Entonces el pueblo se fue hacia allá y lo trajo y tuvo que aceptar tan difícil cargo. Fue obispo por 24 años y ejerció su oficio con la mansedumbre de un cordero.

Aunque vivía en el palacio episcopal, su vida era la de un penitente. Totalmente dedicado a servir y a ayudar a su pueblo y a colaborar con cuanta obra fuera posible en favor de los pobres y de los pecadores, su vida individual parecía la de un monje del desierto. Dormía en el suelo sobre una estera. Dedicaba varias horas al día a la oración. Ayunaba y guardaba abstinencia continuamente. Su meditación preferida era el pensar en la Pasión y Muerte de Jesucristo.

En la dirección espiritual y confesión de las mujeres jamás las miraba al rostro y prácticamente no sabía cómo era el rostro de ninguna de ellas. No le agradaba nada que lo vivieran felicitando o llamándolo santo, pues se creía un pobre y miserable pecador. En cambio aceptaba con mucho gusto las humillaciones que le hacían.

Todo lo que el obispo Andrés conseguía lo repartía entre los pobres e iba de puerta en puerta pidiendo para ellos.

Iba personalmente a buscar a los pobres «vergonzantes», o sea a aquellos que en un tiempo tuvieron buena posición económica pero que habían caído en la miseria y les daba pena pedir, y él en persona les llevaba las ayudas que necesitaban. La gente decía: «Monseñor Andrés jamás niega un favor al que lo necesita, si en su mano está el poder hacerlo».

Pero en lo que más sobresalía San Andrés Corsini era en su capacidad de poner paz entre los que estaban peleados. El Sumo Pontífice lo envió a poner paz en Bolonia, donde la gente estaba dividida en dos partidos: pobres y ricos, y se odiaban espantosamente. Después de soportar muchas humillaciones y hasta cárceles, el santo logró apaciguar los ánimos. Se hicieron las paces y por muchos años aquellos dos grupos no volvieron a pelear.

A los 71 años, murió el 6 de enero de 1373 e inmediatamente el pueblo lo declaró santo y empezó a pedirle favores y a obtenerlos por montones. Después el Sumo Pontífice Urbano Octavo lo canonizó en 1629.

San Andrés Corsini: Pídele a Dios que nos conceda dedicar nuestra vida a ayudar a los pobres y poner paz entre los demás. Y a la Virgencita que te convirtió, ruégale por nosotros los que hasta ahora hemos sido lobos dañinos, para que nos convirtamos pronto como lo lograste tú, en mansos corderos del rebaño de Cristo.

Fuente: https://www.ewtn.com/

SAN GILBERTO DE SEMPRINGHAM

SAN ANDRÉS CORSINI Y SAN GILBERTO DE SEMPRINGHAM

San Gilberto nació en Sempringham de Lincolnshire. Después de su ordenación sacerdotal, enseñó algún tiempo en una escuela gratuita; pero su padre, que estaba encargado de repartir los beneficios eclesiásticos de Sempringham y Terrington, le eligió para uno de ellos en 1123. El santo distribuía las rentas a los pobres y sólo reservaba una mínima parte para cubrir sus necesidades.

Con su ejemplo, arrastró a la santidad a muchos de sus parroquianos.

En 1147, fue a Citeaux a pedir al abad que tomase la dirección de la comunidad; pero como los cistercienses no pudieran hacerlo el Papa Eugenio III animó a San Gilberto a dirigirla por sí mismo. San Gilberto completó la obra, añadiendo un grupo de canónigos regulares que ejercían las funciones de capellanes de las religiosas. Tales fueron los orígenes de las Gilbertinas, la única orden religiosa medieval que produjo Inglaterra.

Sin embargo, excepto una casa en Escocia, la fundación no se extendió nunca más allá de las fronteras de Inglaterra, y se extinguió en la época de la disolución de los monasterios, cuando contaba con veintiséis conventos. Las religiosas tenían las reglas de San Benito, y los canónigos las de San Agustín. Los conventos eran dobles, pero la orden era principalmente femenina, aunque el superior general era un canónigo. La disciplina era muy severa, con cierta influencia cisterciense. El deseo de simplicidad en el ornato de las iglesias y en el culto en general llegó hasta imponer que el oficio se recitase en tono simple, como muestra de humildad.

San Gilberto desempeñó por algún tiempo el cargo de superior general

Pero renunció a él, poco antes de su muerte, pues la pérdida de la vista le impedía cumplir perfectamente sus obligaciones. Era tan abstinente, que sus contemporáneos se maravillaban que pudiese mantenerse en vida, comiendo tan poco. En su mesa había siempre lo que él llamaba «el plato del Señor Jesús», en el que apartaba para los pobres lo mejor de la comida.

Vestía una camisa de cerdas, dormía sentado, y pasaba gran parte de la noche en oración. Durante el destierro de Santo Tomás de Canterbury, fue acusado, junto con otros superiores de su orden, de haberle prestado ayuda. La acusación era falsa; pero San Gilberto prefirió la prisión y exponerse a la supresión de su orden, antes que defenderse, para evitar la impresión de que condenaba una cosa buena y justa. Cuando era ya nonagenario, tuvo que soportar las calumnias de algunos hermanos legos que se habían revelado.

San Gilberto murió en 1189, a los 106 años de edad, y fue canonizado en 1202. Se dice que el rey Luis VIII llevó sus reliquias a Toulouse, donde se hallan probablemente todavía, en la iglesia de San Sernín. Las diócesis de Northampton y Nottíngham celebran la fiesta de San Gilberto el día 3; los Canónigos de Letrán la celebran el 4 de febrero, día en que le conmemora el Martirologio Romano.

 

Fuente: https://www.es.catholic.net

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