Nos encontramos con el anuncio que Jesús hace a sus discípulos sobre lo que ha de suceder, en poco tiempo, en Jerusalén.
Los líderes religiosos harán todo cuanto esté en sus manos, para terminar con la vida de Jesús.
Lo perseguirán hasta acusarlo de blasfemo y también de haber afirmado que Él es el Rey de un reino que es nuevo, contrario al impuesto por Roma. Jesús será, por rivalidades, por celos, por envidia, perseguido, ejecutado, morirá. Les anuncia a los discípulos que la muerte no será el final porque su Padre Dios lo resucitará. Nunca la muerte será el final, nunca la cruz será la derrota, nunca el silencio de aquel día será la última palabra. Su Padre es fiel, ni el odio, ni la envía, ni celos, serán lo último; el amor de Dios triunfará y el proyecto iniciado con el Hijo seguirá ahora, acompañados por Él, con los discípulos que deberán anunciar el Reino así la vida sea el precio a pagar como lo pagó el maestro.
Los discípulos no entienden el anuncio y siguen pensando en un Reino que no es propiamente el de Jesús.
Siguen pensando en lugares, puestos, cargos que van a ocupar en el Reino; siguen pensando, como la mayoría de judíos, que Jesús es el Mesías, pero como el que ellos se habían creado y esperaban, que tendría todo un ejército que con luchas conquistara el poder y la independencia de su pueblo. El más importante en el reino, les aclara Jesús, es el débil, el frágil, el pobre, el niño. El Reino de Jesús va al rescate de lo que no cuenta, lo que es frágil, lo que depende de los demás. El Reino incluye pecadores, niños, viudas y de manera muy especial lo que nunca han tenido valor para los líderes religiosos ni para la gran mayoría del pueblo. Rescatar el condenado, pagar el precio del que ha estado atado, prisionero, secuestrado por la ley, dar la vida por el pecador, llamar a marginado, liberar de toda atadura.
A eso ha venido Jesús, para ellos es el Reino de los cielos.
Jesús hace una propuesta en la que todos estamos involucrados: El que quiera ser el primero que sea el último de todos y que además sea el servidor. Nada se pierde dando todo, acogiendo a los demás. A los últimos Dios los hará ocupar los primeros lugares porque ellos entienden que el camino de la humildad, de la entrega, del servicio; que en el abajarse, lavar los pies, reconocer la dignidad de otro, está la verdadera presencia de Dios, la grandeza del ser humano y la misión para la que hemos nacido. En los otros recibimos a Jesús, le servimos y de manera especial le mostramos el amor. En los demás está la plenitud de quien tiene a Dios en su corazón y pone el amor al servicio de las personas. Recibir a los otros, dar de comer a los pobres, perdonar a los que nos ofenden y hacer las cosas como las ha hecho Jesús son signos del Reino que se extiende a través de nosotros.
Sirvamos y amemos; seamos humildes y acojamos a los demás para que en nosotros el Reino de Dios se exprese.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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