CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

ORACIÓN DEL ENFERMO

ORACIÓN DEL ENFERMO

Señor, encuentro difícil aceptar el dolor y las limitaciones de la enfermedad. Esta cruz se me hace más pesada por el abandono y la indiferencia que, a veces percibo en quienes me rodean.

Posiblemente, ellos también tienen problemas que los acosan o simplemente mucho que hacer. Pero, en medio de todo y por encima de todo, siento tu gran amor para los enfermos, tal como lo mostraste en el Evangelio. También para ellos fuiste Buena Noticia. La curación de los enfermos fue tu mejor señal de la llegada del Reino del amor misericordioso del Padre.

Cuando te veo clavado de pies y manos a la cruz pienso que tú estás más cercano a nosotros, los enfermos. Te abrazaste al sufrimiento para recoger en tu humanidad de verdadero Dios y de verdadero ser humano, todo el dolor de los humanos de modo que aprendiéramos a aceptarlo como fuente de expiación y como espacio para la comprensión y la comunión entre las personas.

Ahí, cosido a la cruz, me señalas el camino hacia el Padre, al que tú te confiaste. Entonces, tu oración es también mi oración en este momento: «Padre, aparta de mí esta prueba, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú» (Marcos 14 36) Y luego: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 24, 46).

Pero aún hay más en tu dolor, Jesús sufriente, crucificado y dolorido. Y aún así te queda tiempo para los tuyos: «Jesús al ver a la Madre y, junto a ella a su discípulo al que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Y luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu Madre»» (Juan 19, 26-27).

Tus palabras me dicen que en mi dolor tengo junto a mí a María, y me recuerdan que también a mi lado está una multitud de hermanas y hermanos con quienes puedo compartir una actitud positiva, una oración, tu palabra y también la mía, modesta y sencilla, pero salida del corazón.

Tomado del libro Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios No 3

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO

CAPÍTULO 6

Capítulo 6, 9-11

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;

Capítulo 6, 12-15

y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Capítulo 6, 16-18

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Capítulo 6, 19-21

No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

Capítulo 6, 22-24

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.

Capítulo 6, 25-27

Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?

Capítulo 6, 28-30

Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?

Capítulo 6, 31-34

No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.

Oración del enfermo

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