CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

HOMILÍA MARZO 30 DE 2024 SÁBADO SANTO

CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
SABADO SANTO. CICLO B.
Gn 1,1-2,2, Sal 103;  Gn 22,1-18, Sal 15; Ex 14,15, Sal Ex 15; Is 54,5-14, Sal 29, Is 55, Sal Is 12, Ba 3,9-15, Sal 18, Ez 36,16-28, Sal 41, Rm 6,3-11, Sal 117, Mc 16, 1-7

En esta noche consagrada por todos los siglos, sellada por la memoria de las acciones de Dios en la historia, se convierte en una noche especial para el mundo creyente, en esta noche nos encontramos alrededor de Jesús con una esperanza renovada, los cielos y la tierra se estremecen ante la novedad de la resurrección del Señor, nuestros corazones palpitan de alegría porque la vida ha vuelto a imperar sobre la muerte y nuestros labios rebosan de cánticos entusiastas afirmando: “¿Dónde está muerte tu victoria, dónde está muerte tu aguijón?”, a la vez que nuestros oídos se deleitan escuchando: “No busquéis entre los muertos al que está vivo”.

En esta noche conmemoramos el cumplimiento de la promesa de Dios, de hacer caminar unidos al cielo con la tierra

De ver tomados de la mano a la humanidad con la divinidad, ésta es la noche para estar despiertos, para estar en vela gozándonos de la presencia del Dios vivo entre nosotros, que nos invita a salir de la esclavitud de las sombras de la muerte,  a reformar las estructuras de pecado latentes en nuestra vida y en el mundo, y a celebrar la transformación del hombre nuevo que ha nacido en esta santa noche, que ha emergido del costado de Cristo y cuya impronta es el amor y la vida por encima del odio y la muerte.

Con las lecturas del libro del génesis en las cuales se nos narra el episodio de la creación del mundo y el establecimiento de Abraham  como padre de la fe y de la confianza en el contexto del venidero sacrificio de su hijo Isaac, podemos descubrir en primera instancia que en Jesucristo resucitado, Dios inauguró la nueva creación, con su Hijo amado en esta noche santa lo viejo de la creación resulta renovado, la oscuridad ha desaparecido y la nueva luz representada en el cirio pascual como presencia viva del Señor, se ha patentizado ante la luz del mundo, ante los ojos de nosotros los creyentes; en Jesucristo, hoy se instaura la nueva creación.

En segunda instancia nosotros como representación de Abraham, acudimos con Cristo al calvario y contemplamos su muerte en el madero de la cruz

Y ahora con inmensa fe y con nuestro corazón desbordado de esperanza y alegría, somos testigos del poder de la vida, en medio del cuchillo amenazante de la muerte, representado en un país ensangrentado, en familias que claman paz, en hombres y mujeres sumergidos en la más honda pobreza, en innumerables enfermos sin calidad en su atención, en espacios atiborrados de gente buscando una posibilidad de trabajo para llevar a su casa el pan de cada día. Ojalá en todos estos contextos dolorosos resucite el Señor más allá de nuestros templos.

En las lecturas del Éxodo y del profeta Isaías capítulo 54, encontramos narrada la experiencia de la liberación vivida por el pueblo de Israel de las estructuras de esclavitud implantadas por Egipto, liberación que hoy todos nosotros hemos de experimentar gracias a la resurrección del Señor; por su resurrección hemos de sentir la gracia y la fuerza del Señor de la vida que nos libera de nuestras propias opresiones expresadas en el deficiente amor por nosotros mismos, en nuestras actitudes abusivas para con los demás y en nuestros pensamientos que maquinan venganzas; sin negar de ninguna manera, los valores más altos y sublimes que hablan de nuestra condición de hijos de Dios tales como la honestidad, el respeto a la vida y la estima por el mundo en que vivimos.

Con Isaías podemos afirmar que solamente considerados nosotros (la Iglesia), como la esposa del resucitado y dejándonos amar por él, seremos capaces de recibir la misericordia infinita de Dios

“Aunque se retiren los montes y tiemblen las colinas”; y nos construirá gracias al resucitado “sobre zafiros, rubíes, esmeraldas y piedras preciosas”; tal es el sentido de la resurrección en nuestra vida de la cual hemos sido testigos en esta noche santa.

Con Isaías en el capítulo 55, con Baruc y Ezequiel notemos que las promesas de Dios reveladas en la resurrección de su Hijo son hoy para todos nosotros imperativos de cambio y transformación: “Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes, que regrese al Señor y Él tendrá piedad, que regrese a Dios que es rico en perdón” (Is 55,7); “¿A qué se debe Israel que estés aún en país enemigo, que envejezcas en tierra extranjera, que estés contaminado entre los muertos y te cuenten con los habitantes del abismo?” (Ba 3,9-12); “Os recogeré de entre todas las naciones y os llevaré a vuestra tierra.

Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias e idolatrías, y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo, arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne, vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36, 23-28).

Hermanos y hermanas en las líneas anteriores podemos observar qué significa el evento de la resurrección del Señor para cada uno de nosotros, y motivados por las palabras del apóstol Pablo a los Romanos en el capítulo 6, entendamos que “nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo” y que junto al Señor hemos resucitado también nosotros, y que por lo tanto aún en medio de nuestras crisis de fe a la manera de los apóstoles cuando creyeron que era un delirio de las mujeres la resurrección de nuestro Divino Salvador (Lc 24, 10-12), podamos decir con firmeza: hoy Sábado Santo corrimos la piedra de nuestro propio sepulcro y hemos contemplado al Señor resucitado.

P. Ernesto León D. o.cc.ss

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