CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO MARZO 6 DE 2022

Primer Domingo de Cuaresma C
Jesús y el demonio combaten en el desierto:
Una triple, firme y amorosa declaración de fidelidad al Padre
Lectio de Lucas 4,1-13
Introducción

¡La Cuaresma es tiempo de reconciliación!

Estamos comenzando nuestro camino cuaresmal: un camino que se desenvuelve a lo largo de 40 días y que nos lleva hacia el gozo de la Pascua del Señor.

No estamos solos en este camino espiritual, porque la Iglesia –nuestra madre- nos acompaña y nos sostiene con su gracia.

En particular la Iglesia nos ilumina y nos guía desde este inicio de Cuaresma con aquella Palabra de Dios que encierra un programa, sencillo y extraordinario al mismo tiempo, de vida espiritual y de compromiso pastoral, que vamos a realizar en lo íntimo de nuestro corazón y al interno de nuestras comunidades cristianas. Lo encontramos en las palabras de Pablo en la segunda lectura del pasado miércoles de ceniza: “Déjense reconciliar con Dios” (2 Corintios 5,20)

Nos dirige este llamado en términos de una súplica intensa:

“En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios”. Así como este grito tocó el corazón de los discípulos del Señor en Corinto, de la misma manera debe llegar a nuestro corazón.

Lo que mueve a Pablo a lanzar semejante súplica es el anuncio que él ha hecho de una “feliz noticia”, de una “novedad” que entró en la historia y la transformó desde su raíz. La buena y gozosa noticia que trae vida nueva: “Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo” (v.18).

En realidad no debemos hablarle al pasado sino al presente, porque la Iglesia recibió de su Señor una misión que se realiza día tras día, una misión que es siempre actual y permanente. La Iglesia tiene la tarea no sólo de “darle” a los hombres esta feliz noticia (los apóstoles –dice Pablo- son como los embajadores y por medio de ellos es Dios mismo quien exhorta), sino también de “llevarla a cumplimiento”: Dios, de hecho, “nos ha confiado a nosotros (los apóstoles) el ministerio de la reconciliación” (v.18).

Y así, también nosotros estamos llamados a tomarnos en serio el llamado a la reconciliación.

Es más, se nos pide que no descuidemos esta ocasión de gracia, según las palabras de Pablo: “Los exhortamos a no recibir en vano esta gracia de Dios. Porque Él dice: ‘En el tiempo de la gracia te escuché, en el día de la salvación vine en tu ayuda’. Fíjense en el tiempo de la gracia que es propiamente este, y este es el día de la salvación”. (6,1-2).

Entonces es necesario que renovemos en nosotros la conciencia de nuestro pecado, también del hecho de que somos pecadores; que nos arrepintamos con sinceridad de nuestras culpas; que imploremos con una gran humildad y confianza el perdón del Señor, para que alcancemos de Dios “rico en misericordia” (Ef 2,4) la reconciliación y la paz.

Y esto sucede de manera privilegiada con la confesión, con la celebración del sacramento de la Penitencia y de la reconciliación: un sacramento que hay que redescubrir en la cuaresma cristiana y que hay que vivir en su belleza y en su fuerza renovadora y liberadora.

Este itinerario de reconciliación es el modelo de un camino humano, social y político:

No sólo paradigmático sino también inspirador de un compromiso de justicia, de solidaridad, de tolerancia entre las partes en conflicto, de diálogo y de mutua comprensión. De hecho, también la paz al interior de la convivencia social –entre personas, grupos, pueblos, continentes- y siempre como resultado de una reconciliación, la cual supone una camino de conversión. No hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón.

El relato de las Tentaciones de Jesús en el desierto y nuestro programa cuaresmal

Cuando Jesús comenzó su actividad pública, fue conducido al “desierto”. Recordemos que uno de los contenidos del kerigma primitivo era la afirmación de que Jesús, durante su vida terrena, fue tentado (ver Hebreos 5,7 ss). Entrelazado con el Bautismo, el episodio de las tentaciones nos presenta con estilo dramático a Jesús lleno del Espíritu Santo y vencedor del demonio.

El tiempo del “desierto” no es solamente un tiempo de proximidad con Dios, sino también un tiempo de prueba. Jesús asume la prueba del Pueblo escogido y, en el mismo campo en que éste fue vencido (ver Dt 8), Jesús venció, permaneciendo fiel y mostrándose como hijo obediente al Padre. Precisamente es Lucas quien destaca mejor que ningún otro, que en el desierto Jesús le respondió a las palabras del Padre en el Bautismo: “Tú eres mi hijo” (3,22), haciendo cierta su declaración en 2,49: “¿No sabías que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?”.

Tengamos presente que el orden de las pruebas es diferente del de Mateo.

Para Lucas, la última tiene lugar en Jerusalén, el lugar al que conduce el camino que Jesús realiza a lo largo de la narración evangélica; el lugar donde debe cumplir su “éxodo” (9,31). De este modo, Lucas nos coloca claramente en la perspectiva de la Pascua: el demonio se retiró “hasta terminado momento” (o “el tiempo oportuno”, que es la pasión; ver 22,3).

Para celebrar la pascua, nosotros junto con la Iglesia somos invitados a entrar con Jesús en su experiencia del desierto, con el fin de, con Él y en Él, vencer la prueba, de purificarnos y profundizar su fidelidad al Padre.

Pasemos al texto. Leamos primero Lucas 4,1-13 y luego profundicemos apoyándonos en las pistas que se dan a continuación.

1. El texto

“1 Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,
2 durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.
3 Entonces el diablo le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan’.
4 Jesús le respondió: ‘Está escrito: No sólo de pan vive el hombre.

5 Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra;
6 y le dijo el diablo: ‘Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero.
7 Si, pues, me adoras, toda será tuya’. Jesús le respondió: ‘Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto’.

9 Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
10 porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden.
11 Y: En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna’.
12 Jesús le respondió: ‘Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios’.
13 Acabada toda tentación, el diablo se alejó de Él hasta un tiempo oportuno.

2. Situándonos en el pasaje

2.1. El hecho y la victoria

Al comenzar a leer el relato observemos que dos veces, al comienzo (en 4,2) y al final (en 4,13), se repite la palabra “tentación”; este es el tema central. “Tentar” es poner a prueba, concretamente, probar la fidelidad.

Quien “tienta” en este relato es el “diablo”. El “diablo” es el opositor del plan de Dios que se incuba de muchas formas en el corazón del hombre y en las estructuras de la relacionalidad humana para hacer desgraciada la vida, de ahí que la victoria sobre él es el signo de la llegada del Reino de Dios (ver Lc 11,20) y posibilidad de gozar de sus bendiciones (ver las bienaventuranzas en Lc 6,20-26).

Lo que nuestro relato quiere subrayar no es tanto que Jesús haya tenido tentaciones, sino que las venció (“Y acaba toda tentación”).

Y esta es la ¡Buena Nueva! porque su victoria es también la nuestra. Está página del Evangelio contempla a Jesús, pero piensa también en los futuros discípulos que pasarán por las mismas pruebas, así como le sucede a Pedro (“Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca”, Lc 22,31). El verdadero discípulo es el que aprende a hacer suya la victoria del Maestro (“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas”, Lc 22,28).

Pero esta proclamación, si bien es contundente, se hace con cierta cautela, ya que la victoria final sobre el mal se dará en la Pasión, por eso se dice: “El diablo se alejó de Él hasta un tiempo oportuno” (v.13). Por lo tanto el relato de las tentaciones pide desde el principio el clavar la mirada en el misterio de la Cruz y en el camino que hay que recorrer para alcanzar su victoria pascual.

2.2. Bajo la acción del Espíritu entra en el campo de batalla

Al hacer la “lectio” de este pasaje vayamos despacio anotando cuidadosamente los detalles y tomándole el peso a cada afirmación.

Primero los detalles: el relato de las tentaciones de Jesús en Lucas comienza con una breve introducción (4,1-2) que presenta:

(1) la acción del Espíritu en Jesús: “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán…”

(2) el escenario: “y era conducido por el Espíritu en el desierto…”

(3) el tiempo de las tentaciones: “durante cuarenta días…”.

(4) lo que sucedió en ese lugar y durante todo ese tiempo: “siendo tentado por el diablo”.

(5) y finalmente una anotación sobre el ayuno de Jesús y, consecuencia de él, el hambre: “no comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre”.

Tomémosle el peso a las afirmaciones y sintamos su fuerza:

(1) Lucas, evangelista del Espíritu Santo, muestra cómo el Espíritu Santo caracteriza la personalidad de Jesús:

Él está “Lleno de Espíritu Santo” (4,1). Esta frase nos remite a la unción recibida en el Bautismo (ver Lc 3,21-22) y nos presenta a Jesús como “el Señor del Espíritu”: el poder de Dios está dentro de Él y es quien obra continuamente a través de Él. Por eso Jesús puede dar a conocer a Dios, hacer sus obras, hacer su voluntad.

(2) El Espíritu Santo guía a Jesús (no sólo “al” sino) en el desierto:

“y era conducido por el Espíritu en el desierto” (4,1). La referencia del desierto en Lucas tiene el valor de un espacio de preparación para el ejercicio del ministerio encomendado por Dios. Profundicemos:

(a) Para Lucas el desierto es el espacio geográfico-espiritual donde madura el líder que tendrá que enfrentar después duras pruebas.

Así como Moisés y Elías (mencionados luego en la transfiguración), líderes de Israel, vivieron períodos de maduración –englobados bajo la cifra “40”- en el desierto (ver Hechos 7,23 y 30 para el caso de Moisés y 1 Reyes 19,8, para el caso de Elías), así también Juan Bautista (Lc 1,80) y Jesús (4,1-2) pasan por el desierto.

(b) Pero no sólo el líder sino también el pueblo entero.

El “desierto” nos recuerda la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo durante los cuarenta años (ver el Salmo 95,10) en que probó a Dios y Dios lo probó a él (ver Deuteronomio 8,2). En esa ocasión Israel no salió bien librado de la prueba, cayó en pecado (ver Números 14,22). Pero donde Israel cayó, Jesús abrió el camino de la victoria.

(c) Finalmente entendemos que lo vivido en la preparación es lo mismo que se vivirá en la misión.

Es así como la experiencia del desierto es el comienzo mismo de la misión, sólo que con la densidad propia de un programa que está todavía por desarrollarse en sus detalles. Recordemos lo que profundizamos en el segundo domingo del adviento pasado: cómo la misión de Juan comenzó en el desierto (Lc 3,2-6) y cómo la transformación del desierto era una imagen del perdón que el Mesías venía a traer (3,16).

Entonces Lucas nos invita a recorrer los pasos del éxodo como modelo de tiempo de formación personal y comunitaria.

Los pasos del líder serán también los del pueblo. Las pruebas de Jesús son también las pruebas del misionero y las de todo aquel que configura su vida en Él. En un gran y hermoso horizonte nos coloca este evangelio: el caminar del bautizado, honroso (en cuanto ungido por el Espíritu) pero también difícil (en cuanto permanentemente tentado).

En la vida del nuevo pueblo de Dios se renueva constantemente la exhortación de Pablo y Bernabé a las comunidades recién fundadas: “Confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: ‘Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios’” (Hechos 14,22).

Para ello Lucas nos coloca ante el icono que retrata los orígenes: Jesús combatió su fidelidad, así también tendrá que hacer su discípulo. Todo aquel que entra en su camino combatirá su fidelidad y vencerá, no por sí mismo, sino aprendiendo de Jesús sus “no” al tentador y sus “sí” al proyecto del Padre.

Pero lograrlo no es tan simple, se necesitará el discernimiento que enseña la Palabra de Dios. El evangelio nos enseña a descubrir las rutas internas de la tentación y las actitudes que permiten la victoria sobre ella. Esta es la finalidad de los versículos que siguen (vv.4-12).

3. Análisis de las tres tentaciones

3.1. Los tres terrenos favoritos del adversario

Una vez que, después de cuarenta días, se expone la fragilidad de Jesús (“sintió hambre”), aparece el motivo de la tentación: “Si eres Hijo de Dios”. Es como si se dijera: “Si eres Hijo de Dios no tienes por qué pasar trabajo, no tienes por qué sufrir”.

La frase “Si eres Hijo de Dios” (que aparece dos veces: vv.3 y 9) enmarca el combate del diablo con Jesús, es la frase amenazadora del adversario que quiere convencerlo de las contradicciones de Dios.

(1) ¿Sobre qué se es probado?

Ahora podemos clarificar el sentido de la “tentación”. Para el evangelio la tentación es ante todo la puesta a prueba de Jesús como “Hijo de Dios”. Se entra así en los hondos terrenos de la experiencia de Dios.

El diablo intenta apartar a Jesús de su profunda comunión con Dios, de la cual deriva la obediencia a su proyecto salvífico, y de esta forma evitar el cumplimiento de la tarea mesiánica (o sea, su propia derrota), de manera que prevalezcan los proyectos humanos construidos a partir del egoísmo, dejando de lado toda auto trascendencia (hacia Dios y hacia los hermanos) que genera justicia y fraternidad.

En el fondo se pone a prueba:

(a) La solidez de su relación con un Dios “Papá”.

En la primera y en la tercera tentación el diablo le está diciendo a Jesús: “¡Demuestra que eres hijo predilecto del Padre!”. Le pide que demuestre el valor de las declaraciones de amor de Jesús al Padre (“¿No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre?”, 2,49) y del Padre a Jesús (“Tú eres mi hijo”, 3,22, confirmado en 3,38). Jesús colocará en primer lugar el valor de la fidelidad a su Padre y confirmará su solidez con su obediencia hasta el final.

(b) Al servicio de qué y de quién está Jesús.

Esto se ve mejor en la segunda tentación, donde aparece el tema de la adoración. Más adelante, cuando sus adversarios lo acusen de estar al servicio del diablo (11,14-23), Jesús demostrará que precisamente su obra es contra él y que su poder sobre el mal proviene del Espíritu Santo que guía su vida y su misión (ver 11,20).

Los seguidores de Jesús serán insertos en esta experiencia del Dios “Papá”, en quien hay que poner toda la confianza y seguridad, de quien se puede esperar el gran don del Espíritu Santo (ver 11,1-13); igualmente recibirán el mismo poder de liberación del poder del mal que atormenta al hombre, siguiendo así la dirección de la misión de Jesús (ver 9,1).

(2) La cuestión de fondo: ¿Será que vale la pena vivir según Dios? ¿No habrá mejores propuestas?

Si observamos de nuevo el texto, notaremos enseguida que cita constantemente la Palabra de Dios y cómo el combate de Jesús con el diablo se da a partir de citas concretas de ella. El que más la cita es Jesús, el adversario se encarga de objetarla.

Ciertamente no se trata de mostrar quién gana luciendo su habilidad para citarla, no se trata de una competencia para ver quién sabe más la Biblia. Lo que está en juego es la validez de la propuesta de Dios. Veamos:

(a) Cuando Jesús cita la Palabra de Dios.

Jesús cita tres pasajes del Antiguo Testamento, siempre el libro del Deuteronomio (8,3; 6,13.16), con dos finalidades: (a) para mostrarle al diablo que Él es obediente a Dios en la Escritura y (b) para indicar que la vida del hombre de Dios debe seguir algunos principios claros expresados en el querer de Dios que ha sido revelado en el Antiguo Testamento.

(b) Cuando el adversario cita la Palabra de Dios.

Al final el diablo se apoya en la Escritura para pedir una prueba de que ella efectivamente se cumple, que Dios no deja finalmente a los suyos a la deriva. Por eso la tercera es la tentación de un hombre que vive de la Palabra. Es el caso del discípulo que trata de vivir todos los días de “las palabras llenas de gracia que salían de la boca” de Jesús (4,22), de su mensaje de esperanza en la transformación de la realidad del hombre (ver 4,16-21).

Cuando uno ve la realización concreta de estas Buenas Nuevas de Jesús, comienza la desconfianza en Dios y se llega incluso a la deserción del camino cristiano. Un pasaje iluminador al respecto es la explicación de los fracasos de la semilla: “viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven” (8,12).

Teniendo presente lo anterior veamos ahora cómo el texto presenta las contrapropuestas del adversario.

(3) Las rutas de la tentación

Vale la pena observar, escrutando un poco más el texto, de dónde provienen las tentaciones. Cada una de las tres pruebas por las que pasa Jesús nos da una pista para comprender nuestras propias pruebas:

(a) Las necesidades vitales simbolizadas en el pan (4,3-4)

Entremos en la cotidianidad humana: el alimento es el mínimo necesario para la subsistencia y su consecución es causa de desasosiego, de angustia permanente, de lo cual derivan otros tantos problemas.

Cuando Jesús afirma, citando Dt 8,3, que “no sólo de pan vive el hombre” (subrayando el verbo “vivir” y cortando el resto de la frase original), está poniendo en primer plano esta convicción: que la vida del hombre es mucho más que el esfuerzo por solucionar las necesidades inmediatas (el “vivir para trabajar”), de ahí que la búsqueda primera y fundamental del corazón del hombre debe estar en el saber apoyarse (como Jesús lo hizo) en un Dios que es Papá, que como tal es bueno y su lealtad es tan grande que nunca abandona a sus hijos en sus necesidades (ver 12,22.31; 11,5-13).

(b) La necesidad de “status” simbolizada en la exhibición de poder (4,5-8)

Quien tiene solucionado el problema del pan gracias a la fortuna que le permite una vida plácida también está expuesto a la tentación de pensar que la realización de la vida está en el “poder” y su esplendor externo (la “gloria”) que le recuerda a todo el mundo que él es más que los demás.

La búsqueda de la gloria en el poder y la riqueza contradicen el señorío de Dios, quien es verdaderamente absoluto y nos hace a todos hermanos. La fraternidad doblega todo intento de señorío sobre los demás: no se puede servir a dos señores (ver 16,13).

El delirio de grandeza carcome el corazón, daña todas las relaciones y aliena los compromisos.

Este querer prevalecer sobre los demás, convertido finalmente en motivación de la vida, puede llegar a darse en la vida del discípulo que pierde de vista que su mayor valor (=tesoro), el que nadie le arrebatará y por el que no tendrá que competir ni herir a nadie, es el don del Reino que el Padre le da a los que se reconocen pobres (ver 6,20; 12,32). Este criterio pone en crisis todas las motivaciones humanas porque “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (11,34).

Cuando en el corazón del discípulo se infiltran otros intereses, éste no llegará a la madurez para la cual forma Jesús (ver 8,14).

Jesús enseña a vivir en el señorío de Dios y esto se concreta en la relación justa con los otros en el compartir y en el servicio (ver por ejemplo 12,13-21.33-34; 17,7-10; 22,24-27). El camino de la gloria ciertamente no es el del dominio y la riqueza sino el de la cruz-servicio (ver 24,26).

(c) La necesidad de tener todo bajo control, incluso a Dios (vv.9-12)

La tercera tentación expone cómo es una relación equivocada con Dios. Esta vez la raíz de la tentación no es ni la carencia (de pan) ni la abundancia (de poder), sino la relación con Dios que se apoya en una falsa visión de Él.

Precisamente las dos pruebas anteriores han insistido en el señorío del Dios “Papá” misericordioso en la propia vida. Pero puede darse que se llegue a manipular su bondad, como es el caso presentado aquí: poner a prueba la veracidad de su Palabra mediante peticiones que violan las leyes de la naturaleza.

El adversario usa la casuística.

Tomando lo términos precisos del Salmo 91 le pide arbitrariamente a Jesús que se ponga en una situación de peligro para ver si es verdad que Dios manda sus ángeles para protegerlo. Esta es la ejemplificación de otros comportamientos similares. Veamos uno: “ya que Dios nos promete el pan de cada día, no trabajemos para ver si es verdad que nos ama y nos sostiene”.

Pero resulta que la confianza en Dios y el asumir las responsabilidades de la vida van de la mano. Que el escenario de la última prueba haya sido Jerusalén no es casual, porque justamente allí mismo Jesús será llevado al patíbulo y necesitará la protección de Dios. Allí Jesús enseñará con su gesto de abandono (y no bajarán los ángeles a librarlo de la pena) lo que es la confianza en Dios Padre, la manera concreta de vencer la última tentación (ver 23,25-46).

3.2. Cómo vence Jesús las tentaciones

Tenemos necesidad de saberlo, no sólo por el hecho de que Jesús es nuestro modelo de vida, sino porque es de Él que nos viene la fuerza para esta lucha titánica. No fue por casualidad que Jesús le enseñó a sus discípulos a dirigirse al Padre no para pedir ser eximidos de la tentación sino suplicando “no caer” en ella (Lucas 11,4), es decir, el poder vencerla.

Releamos las respuestas de Jesús a Satán, porque en ellas está la clave de la victoria:

“Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’” (v.4)

Jesús vence la prueba poniendo su mirada en la necesidad fundamental. A nosotros nos dice:

Tú hermano, lucha por no reducirte a tus necesidades, conserva el espacio para la dimensión más profunda de la vida, para que transciendas, para que puedas saltar hacia lo que es infinito y lo que verdaderamente llena de plenitud la existencia.

“Está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto’” (v.8)

Jesús indica que la prueba del adversario se vence postrándose en adoración. A nosotros nos dice:

Ponte a adorar a Dios; la verdadera adoración de Dios te libera de los ídolos, pon en su sitio lo que no es fundamental, de manera que puedas captar el justo valor que tiene cada cosa en tu vida. Así tu corazón se convertirá en una fuente de amor: tu relación con los otros no será nunca más un asunto de dominio o de posesión. Ni dominarás ni serás dominado, porque el Dios cercano que Jesús nos vino a anunciar exige, por amor a ti, que Él sea el único, el único que te da vida y paz.

“Está dicho: ‘No tentarás al Señor tu Dios’” (v.12)

Jesús apela a la frase “tu Dios” que evoca el compromiso de la Alianza: “Vosotros mi pueblo, yo vuestro Dios”. La adoración es la puerta de entrada a una relación profunda de comunión con Dios; en la medida en que esta relación se fortalece, se comprende mejor lo que podemos esperar de Dios y se deja de manipular la imagen de Dios. A nosotros nos dice:

En la adoración de Dios comprenderás la grandeza de su amor por ti. Allí encontrarás un Dios fiel, un Padre a quien le importas mucho y que te salvará de las trampas de la vida -esos pies que tropiezan en tantas piedras de la vida-pero que tampoco caerá en tus trampas, sino que se relacionará contigo quedándose siempre a tu lado, tierno y amante. No olvides que eres su “Hijo”.

4. Una cuaresma a la escucha del Maestro

A lo largo de la lectura hemos señalado que en el relato de las tentaciones Jesús actúa como Maestro. La enseñanza proviene de su mismo comportamiento en el combate contra el mal. Tal como se ha insistido: su comportamiento es modelo para nuestro combate cotidiano con la tentación.

En el relato de las tentaciones encontramos los puntos fundamentales del itinerario pascual: ¿Por qué recorremos el camino del desierto? ¿Cuál es la meta pascual? ¿De dónde proviene la victoria? ¿Qué tenemos que examinar? ¿En qué nos debemos apoyar?

Retomemos lo esencial guardando en el corazón esta anotación final: en el combate contra el adversario Jesús responde tranquilo, pero también con contundencia, claridad y decisión. No expresa miedo ni impaciencia. Y actúa así porque está seguro de que Dios no lo abandona. ¡El pueblo de Israel sí que pensó que Dios lo había abandonado en el desierto! Por tanto, en el fondo del camino pascual está la revelación de un Dios con rostro de Padre cuya bondad, misericordia y fidelidad cuestionan la estrechez de nuestro corazón; un Padre al cual aprendemos a descubrir y amar en el camino doloroso del Maestro.

En el bautismo hacemos promesas

Pero Dios pronunció una palabra primera en el Bautismo de Jesús, “Tú eres mi Hijo” (Lc 3,22), y la sostuvo siempre. La cuaresma nos enseña la verdad de esta palabra en la cuaresma de Jesús, cuyo momento culminante está en la Cruz (el “momento oportuno” del que habla la conclusión del relato de las tentaciones), allí donde salen definitivamente a la luz todas las mezquindades humanas y donde se revela sin más reservas el extraordinario amor del Padre que sostiene los brazos de su Hijo y recibe el Espíritu que procedió de Él.

Jesús sostuvo su cuaresma con la oración, tratando de captar en todo instante cuál era el querer de la Padre e implorando siempre la fuerza de Dios para sostener su “sí” en la hora de la tentación (ver 11,4; 21,37; 22,20). ¿Qué nos corresponde hacer a nosotros?

5. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia

Los “Padres de la Iglesia” tenían una manera particular de “saborear” los textos y de servir el pan fresco de la Palabra a sus comunidades. Aproximémonos, por medio de dos textos, a este tipo de lectura.

5.1. El Espíritu conduce a Jesús en el desierto

“‘Jesús era conducido por el Espíritu en el Desierto’. Mi Señor, Cristo Jesús, cumple todos sus actos recibiendo una directiva, o una misión, o una llamada: no hace nada por sí mismo (cfr. Jn 8,28). Es una misión que lo lleva al mundo; también es una directiva que lo guía en el desierto; es una llamada que lo ha resucitado de entre los muertos: ‘Levántate, gloria mía, despertaos, cítara y arpa’ (Salmo 107,3). Pero cuando se trata de la Pasión Él se apura espontánea y voluntariamente, según el vaticinio del Profeta: ‘Se ha ofrecido porque lo ha querido’ (Isaías 53,7), y más aún, también en este caso, se hace obediente al Padre hasta la muerte (cfr. Filipenses 2,8).

Doctor y modelo de obediencia, no ha querido actuar en lo más mínimo o sufrir, fuera de esta obediencia, un camino que en la verdad conduce a la vida (cfr. Jn 14,6).

‘Era conducido por el Espíritu en el desierto’, como dice otro evangelista: ‘Era impulsado por el Espíritu en el desierto’ (Lucas 4,1). “Todos” aquellos que son impulsados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (cfr. Romanos 8,14). Pero Él, que es Hijo, con un título especial y con mayor dignidad que cualquiera, es impulsado y conducido en el desierto de manera diferente a los otros y con mayor excelencia: ‘Salió del Jordán’, se dice, ‘lleno de Espíritu Santo’ (Lucas 4,1s); e inmediatamente, fue impulsado por Él en el desierto.

A todos los demás el Espíritu Santo les es ha dado sólo en cierta medida (cfr.Juan 3,34); y es en esta medida que ellos son impulsados en todas sus acciones. Pero Él ha recibido la plenitud de la divinidad, que se ha complacido en habitar corporalmente en Él (cfr. Colosenses 2,8): por lo cual, Él es movido de forma mucho más poderosa y vigorosa a seguir las órdenes del Padre.”

(Isaac de Stella, Sermón 30,1-2)

5.2. Las tentaciones de Jesús y las nuestras

“Cristo nos ha transfigurado en sí, cuando quiere ser tentado por Satanás…

Cristo fue tentado por el diablo, pero en Cristo eras tentado también tú.

Porque Cristo tomó de ti su carne, pero de sí mismo tu salvación…

de ti su tentación, de sí mismo tu victoria.

Si hemos sido tentados en Él, será precisamente en Él que venceremos al diablo.

Tú fijas tu atención en el hecho de que Cristo fue tentado;

¿por qué no consideras que Él también ha vencido?

Tú fuiste tentado en Él, pero reconoce también que en Él tú eres vencedor.

Él habría podido tener alejado de sí al diablo,

pero si no se hubiera dejado tentar,

no te habría enseñado a vencer cuando fueres tentado”

(San Agustín, Comentario al Salmo 60)

5.3. Contempla a Jesús: La victoria del Nuevo Adán

“‘Jesús entonces fue impulsado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo’ (Lucas 4,1-2).

Conviene que recuerdes cómo el primer Adán fue expulsado del paraíso hacia el desierto, para que también reflexiones sobre la manera como el segundo Adán volvió del desierto al paraíso.

¡Ved cómo fue revocada la condenación y cómo los beneficios de Dios fueron reintegrados en sus designios!

– Adán fue plasmado con la tierra virgen, Cristo nació de una Virgen;
– aquél que fue hecho a imagen de Dios, es la propia imagen de Dios;
– aquél que fue puesto por encima de todos los animales, está por encima de todos los seres vivientes;
– por medio de una mujer vino la perdición, por medio de una Virgen vino la sabiduría;
– la muerte vino por medio de un árbol, la vida por la cruz”.
(San Ambrosio, in Lc 4,7)

6. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

6.1. Repasando mi propia vida y la de la comunidad a la cual pertenezco, ¿Puedo decir que he vivido momentos de caminar en el desierto? ¿Cómo han sido vividos? ¿Cuál ha sido el resultado? ¿Qué elementos de este pasaje ayudan para dar nuevos pasos en el camino de maduración cristiana, es decir, para la total identidad con el Maestro?

6.2. ¿En qué consiste la tentación? ¿De qué manera concreta se manifiesta en mi vida? ¿Qué me enseña el comportamiento de Jesús en el relato de las tentaciones? ¿Qué fruto debe dejar en uno la victoria sobre la tentación?

6.3. ¿Qué programa concreto le propone este pasaje a una persona y a una comunidad cristiana que quiere vivir seriamente el tiempo litúrgico de la Cuaresma?

6.4. ¿Qué propósitos me voy a hacer para vivir mejor esta Cuaresma?

6.5.¿En qué aspectos o hechos concretos de mi vida el Señor me está invitando a vivir una pascua? ¿Sobre qué quiero cantar victoria en la celebración pascual que está por venir?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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