CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO ENERO 1 DE 2022

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Una Madre que contempla
Lucas 2, 16-21
INTRODUCCIÓN

Comenzamos el año con la solemnidad de María, Madre de Dios. El Domingo pasado comentamos gran parte de la lectura que propone la liturgia para este domingo.

1. El texto

Leamos Lucas 2,15-21:
“15 Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.»
16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;
18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.

19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno”.

2. Algunas anotaciones complementarias

Después de la anunciación, María lleva la buena nueva a la casa de Zacarías e Isabel. Ella puede constatar el cumplimiento de lo que el ángel del Señor le dijo. Su prima Isabel está en el sexto mes.

Lo mismo sucede ahora en el relato de la Navidad: los pastores de la noche de Navidad no se guardan la buena nueva anunciada por el ángel. Ellos van a anunciar lo que les ha sido dicho y pueden constatar que lo que les ha sido anunciado se ha realizado.

En la Biblia, los relatos de una intervención del Señor terminan frecuentemente con reacciones de testimonio. Es lo que aquí sucede. Todo el mundo se asombra de lo que dicen los pastores. El acontecimiento es inaudito: en este niño se ha manifestado un Salvador, Cristo y Señor, nacido por nosotros. En la Pascua, este mismo asombro se verá en las mujeres que van al sepulcro, después los apóstoles anunciarán la resurrección del Señor. Pero los pastores no se quedan ahí. Ellos regresan a sus casas improvisando una liturgia de acción de gracias.

En todo esto María tiene un lugar particular.

Ella no dice nada, más bien escucha: retiene el sentido de los acontecimientos, los medita y los apropia. María aparece aquí como modelo del discípulo que escucha, se admira y maravilla, acoge en su corazón y medita la palabra que le llega bajo la forma de anuncio o de acontecimiento. Y qué acontecimientos. Es así como María llega a ser Madre de cuerpo y alma.

Pero en su actitud leemos más: María es como el rostro interno de la Iglesia que está a punto de nacer. La parte meditativa, recogida, orante de la comunidad de los creyentes que es llamada a acoger la buena nueva y a anunciarla. Pero no será por los artificios de la propaganda. La buena nueva actuará espontáneamente en los corazones fervorosos que hayan sabido acogerla.

El Evangelio de esta solemnidad retoma el relato que ya fue proclamado en la Misa de Aurora de la Navidad (el relato de la adoración de los pastores) y le agrega la noticia de la circuncisión del niño Jesús y la imposición de su nombre (2,21).

3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Cristo es único, formando un todo con la Cabeza y el Cuerpo: único como Hijo de un único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra. Muchos hijos y un solo Hijo. Pues, así como la cabeza y los miembros son un solo Hijo y al mismo tiempo muchos hijos, así también María y la Iglesia son una sola Madre, y más que una; una sola Virgen, y más que una.

Ambas son madres y ambas son vírgenes; las 2 conciben virginalmente del mismo Espíritu; ambas dan a luz la Cabeza del cuerpo; la Iglesia, en la remisión de todos los pecados, dio a luz el cuerpo de la Cabeza. Una y otra es Madre de Cristo, pero ninguna de ellas, sin la otra, dio a luz al Cristo total”.
(Beato Isaac de l’Etoile, Sermón 51)

Finalmente….

El centro de gravedad del pasaje está en la noticia de la circuncisión e imposición del nombre. Es uno de los misterios de la infancia de Jesús, el “signo de su inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza” (Catecismo de la Iglesia Católica No.527).

Aquél que por la circuncisión lleva en su carne la marca indeleble de la alianza de un pueblo con Dios, recibe el nombre de Jesús en obediencia a la palabras del Ángel en la anunciación (ver 1,31; también Mateo 1,21). Ahora bien, el nombre manifiesta e implica la propia realidad de la persona que lo lleva. Desde Josué, el héroe de la conquista de la tierra, muchos israelitas habían llevado ese nombre. Pero solamente Jesús de Nazaret realizó plenamente su significado etimológico: “Yahvé Salva”.

Si, como se desprende de la primera lectura, la bendición consiste radicalmente en la invocación del “Nombre”, entonces “Jesús” es el nombre que encierra y recapitula todas las bendiciones. No se podría concebir de mejor manera la bendición del año nuevo.

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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