
1.- Había en Oyacachi una indígena de costumbres muy puras y de igual candor de alma, la cual tenía que ir todos los días con la comida para los que se hallaban cortando madera. para la iglesia, en el interior del bosque, y no teniendo a quien confiar el cuidado de su pequeño campo, cuya mies se hallaba ya en sazón, se volvía a su Virgen de la peña y con sencilla confianza le decía: Yo soy sola, Señora mía, y no tengo a quien encomendar el cuidado de mi trigal, cuidadlo Vos, ya que voy a dar de comer a los que están trabajando en vuestro servicio. Y ¡oh amorosa complacencia de la Reina de los Ángeles!… no se desdeñó de bajar en persona a cuidar el campo de una infeliz, ocupada en atender a los que trabajaban para su servicio, y repetidas veces al volver la indígena del bosque la encontró cuidando de su trigal, en medio de la cementera, en la misma forma con que se la veía en su nicho de la peña.
2.- Un indígena llamado Francisco Guamán, cortando madera en el monte para la construcción de la iglesia, errando el golpe de hacha, en vez de descargarlo en el tronco del árbol, dióselo sobre una pierna con tal fuerza que, hendidos la carne y el hueso juntamente, le quedó colgada de dos nervios. El pobre hombre, lo primero que hizo fue recurrir a su Virgen de la peña, en cuyo servicio le había sucedido tamaña desgracia, y empezó a rezarle la Salve. No fue vana su esperanza; era imposible que la soberana Reina del Cielo dejase de mirar a aquel a quien por amor suyo iba a sobrevenir la desventura de perder un miembro tan necesario y con él tal vez la vida. Apenas pues, había acabado de rezarle una segunda Salve, cuando con grande asombro suyo y de los que le rodeaban ve la parte cortada tan perfectamente unida al resto de la pierna, que no le quedaba el menor vestigio de la herida.
3.- Más admirable aún que los anteriores fue el suceso siguiente. Una indígena, llamada Marta Sumangilla, había acudido con su consorte y su niño a la obra del templo. Los dos esposos dejaron al pequeñuelo dormido a la sombra de unos árboles, y fuéronse allí cerca a cortar madera asociados con los demás del pueblo. Al cabo de un rato, dejada su faena, tornaron al lugar donde habían puesto al niño. Entonces ¡qué horror! un terrible espectáculo se presenta a su vista: un enorme oso estaba devorando al niño.
Arrojáronse inmediatamente sobre la fiera, y como estaba armado el padre, de un hacha, logran alejarla; más cuando se acercaron al niño ya era cadáver, y devorado un brazo por el oso, yacía desangrándose a torrentes. El dolor no les dejó acuerdo para otra cosa que, para correr a depositarlo a los pies de la Santísima Virgen, sin atender a la grandeza del milagro que le pedían, diciéndole que, pues el haber ido al bosque a cortar madera para su iglesia había sido ocasión para tal calamidad, a Ella tocaba devolvérselo resucitado.
El sentimiento aviva su fe y un secreto instinto que les decía que la Santísima Virgen les había de restituir sano a su hijo, les hacía insistir en su demanda, llorando y suplicando y repitiéndole el mismo cargo de que, habiéndoles sucedido esa desgracia ocupados en su servicio, ella lo había de remediar.
Si es difícil pintar el dolor y la amargura de un padre o de una madre en trances semejantes, debe serlo por lo menos otro tanto el querer explicar el gozo y la alegría al pasar de un extremo a otro, como cuando volviendo los padres a mirar a su mutilado hijo, lo ven riéndose con una angelical sonrisa, y jugando con el manto de la Santísima Virgen, que trataba de asir con sus manecitas.
Se arrojan al nicho, toman al niño en brazos y encuentran restituido el miembro que había alcanzado a devorar el oso, y sin la menor señal de herida. Suceso que llenó de asombro a los Oyacachis y cuya noticia habiéndose esparcido por Quito y por otros puntos, contribuyó mucho a que de varias partes concurriera gente a adelantar la fábrica y a que se aumentasen los peregrinos, las dádivas y donativos de toda clase para el nuevo santuario.
4.- En una de las procesiones en su honor acaeció un prodigio que, repetidos los años sucesivos, parecía ya una ley física invariable. Debiendo salir la procesión según costumbre, quedaron súbitamente indecisos en la puerta, por temor de una próxima lluvia con que amenazaban las nubes: más luego resolviéronse y se puso en marcha la procesión; pero a poco de haber salido de la iglesia, las nubes empezaron a descargar un fuerte aguacero, de tal suerte dirigido, a lo que se vio, por la mano de la Santísima Virgen, que ni una sola gota cayó en la carrera que debía recorrer la procesión, cayendo muy abundante fuera de la área de la plaza y volviendo por tanto los concurrentes a la iglesia tan secos como habían salido.
Al año siguiente volvieron a presentarse las nubes amenazadoras, más animados los concurrentes con el suceso del año anterior, no vacilaron ya un momento, y desfiló la procesión con la más grande confianza. Este año empero no cayó lluvia ninguna, sino que al presentarse en la plaza la cruz alta con los ciriales, las nubes se deshicieron, quedando el cielo limpio y sereno como en el más hermoso día de verano. Esto mismo se siguió verificando los años siguientes, de suerte que en lo sucesivo jamás fue el menor obstáculo para que se sacase la procesión el que las nubes amenazasen con próximas lluvias.
5.- Una indígena enferma de lepra sabiendo que pasaba la Santísima Virgen, empezó a clamarle con gran fervor, rogándola se compadeciera de su estado tan lastimero. Oyó la piadosa Virgen el ruego, y en ese punto quedó la mujer repentinamente libre de la lepra.
6.- Hacía muchos años que una buena mujer vivía en el pueblo del Quinche, tullida por completo, que no podía moverse sin la ayuda de dos muletas y el auxilio de alguna persona, cuando le vino la inspiración de pedir a la Santísima Virgen la curación de su enfermedad, prometiéndole que, si recobraba el uso de sus miembros paralizados, le barrería la iglesia en todo el tiempo que le restare de vida. La mujer al instante fue curada completamente.
