CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA ESTA SEMANA: ABRIL 20 DE 2015.

La muerte de Jesús encerró a los discípulos; la resurrección los lanzó, les hizo abrir las puertas y dejar los miedos.

Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana y del Carmelo de Quito, un abrazo cargado de bendiciones y de buenos deseos para la semana que comenzamos. Que la certeza de saber que Jesús sigue caminando con nosotros, que el Espíritu Santo, don del resucitado, nos sigue llenando de luz y de fortaleza para tomar las decisiones más convenientes y para resistir a la tentación, sean los motivos para un gozo que jamás se aparte de lo que hacemos. Que la paz del resucitado sea la paz para todos los que nos rodean y para los que encontraremos a lo largo de la semana.

La resurrección de Jesús tiene testigos, discípulos que después de haber visto y algunos también después de haber tocado, están convencidos. Y esta certeza los llevó a abrir la puerta, dejar los miedos a un lado y comenzaron a predicar la buena noticia de Jesús y de su resurrección de entre los muertos.

La muerte de Jesús los encerró, la resurrección los lanzó, les hizo abrir las puertas. Ya desde que estaba con los discípulos y les había anunciado su muerte, también Jesús les anunció la resurrección. Él había este misterio de la resurrección no como una novedad sino como algo ya cierto: los muertos resucitan, el Padre, los lleva para sí; con la resurrección volvemos a nuestro lugar, al origen, a Dios mismo.

La muerte no acaba con la vida, ni con los ideales. La muerte por más violenta que sea es vida porque Dios da vida a los que mueren. Todos resucitamos y ahora en Cristo una vez resucitados, no volveremos a morir. La muerte nos ratifica que somos lo que siempre lo fuimos: eternos.

La resurrección de Cristo es una invitación a volver a Él, a su Evangelio. Todo está por continuarse y en muchos lugares y personas por hacerse. No importa el peso del pecado o la complicidad en los mismos. Ahora lo que cuenta es convertirse, abrir el corazón a Jesús, arrepentirse y vivir perdonados dando paz y alegría a los que nos rodean.

Este fue el Kerigma, el primer anuncio y sigue siendo la invitación para cada uno hecha por Jesús, por los apóstoles, por la Iglesia y que deberíamos también nosotros vivenciar. Estamos llamados primero a la conversión y al arrepentimiento, lo que significa que hacemos parte de un proyecto de amor y de reconciliación iniciado por Dios para que contagie al mundo entero y todos seamos capaces de vivir en el amor. Y como segundo estamos también llamados a ser testigos de la resurrección, es decir, del acontecer de Dios en la historia y en el presente de cada uno como autor, desde el corazón, de todo principio de bien, de sanación, de perdón y de liberación.

Jesús está vivo, se sigue apareciendo y sobre todo dándonos la paz. Esa misma paz que les dejó a sus discípulos.

Jesús sigue, en la noche, en el miedo, en el encierro, diciéndonos que salgamos y que en su nombre prediquemos la buena noticia del amor de Dios, que nos perdonemos los pecados y que hagamos conocer el amor de Dios que ha llegado a plenitud. Que no haya más dudas en nuestro corazón y que nos mantengamos unidos a Dios a través de su palabra que es vida.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd