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El santuario
La maravillosa y ya célebre estatua de María fue desde luego puesta en la iglesia parroquial del Quinche, convertida en su nuevo santuario; pero, como continuasen los favores del cielo en favor de cuantos a él acudían, y la concurrencia de peregrinos fuese mayor cada día, hízose necesario pensar en la construcción de otro templo más vasto y mejor proporcionado a su alto y nobilísimo fin.
Se dio principio a la obra, por mandato de Fray Pedro de Oviedo, sucesor del Monseñor Solís en el obispado de Quito, y que algunos años después fue promovido al arzobispado de Charcas.
Al punto todos los pueblos, y sobre todo el de la capital, devoto, desde el principio de Nuestra Señora del Quinche, prestaron gustosos su activo y eficaz concurso a la ardua y trascendental empresa; quienes cooperaban con abundantes limosnas, quienes, al menos, con su trabajo personal.
Merced a tan general y piadoso empeño, la obra fue concluida en poco tiempo; de manera que, en 1630, la santa Imagen fue por segunda vez trasladada a otro santuario, distante del anterior quince cuadras.
El templo arrastró a la población, la que abandonando paulatinamente el antiguo caserío vino a formar el nuevo pueblo de El Quinche, que surgió como por encanto en torno a aquella modesta fábrica dedicada al culto de la Virgen Santísima.
El bello y espacioso templo dedicado en 1630, ha sufrido después varias modificaciones, ya por la piedad de los fieles deseosa de añadirle nuevos adornos de que antes carecía, como el camarín y la fachada, ya por los terremotos que tan de continuo y rudamente sacuden todo nuestro suelo. Esto ha dado lugar a otros hermosos portentos de María en favor de sus fieles servidores.
Cuando en 1869 todo el norte de la República se vio repentinamente sembrado de espantosas ruinas, El Quinche no se preservó tampoco de la catástrofe. Cayó su hermosa y bella torre, y su caída trajo la del coro, con sus dos tribunas, la de la mayor parte de la iglesia, y de toda la cubierta; vino también a tierra la sacristía; el órgano que, entonces, se reputaba uno de los mejores del Ecuador, y los ocho altares laterales se vieron de igual manera envueltos en escombros.
He aquí la descripción que relata cómo era el santuario antes del terremoto de 1869.
Fue hecho de ladrillo crudo o sea de adobe; era desahogado y espacioso, con una hermosa torre de cal y ladrillo, que por lo esbelta podía colocarse junto a las mejores de la capital. Se desplegó sobre todo mucho esmero en el ornato interior: su retablo, si bien churrigueresco, del gusto de entonces, de mucho mérito por lo delicado de sus labores; su techo artesonado con altos relieves dorados, y los muros decorados con magníficas molduras doradas y adornadas con profusión de labores.
Esas magníficas molduras doradas servían de marcos a preciosos lienzos, donde estaban pintados al óleo, por los más hábiles artistas quiteños, así los principales misterios de la vida de la Santísima Virgen, que ocupaban las paredes del presbiterio, como los más célebres milagros de Nuestra Señora del Quinche, expuestos a ambos lados de la nave. Las dimensiones del templo y de las obras a el anexas, después de la reconstrucción de 1869, son las siguientes: Fachada, 33 metros de ancho con 13 de alto; la torre, 22 de elevación y 8 metros de ancho por lado; la iglesia, 63 de largo, 9 de ancho y 9 1/2 de alto; el camarín de la Virgen, 9 de largo con 7 de ancho.
El camarín
Detrás del altar mayor está el camarín, que comunica con aquel por el nicho de la Santísima Virgen, la cual se asienta en un trono giratorio que se vuelve a voluntad de los guardianes del templo, tanto al interior de este, como al del camarín; con la circunstancia de que en el último recinto halla el peregrino a la prodigiosa estatua muy cerca de sí, de suerte que puede besar la orla de su manto, contemplar su hermosísimo rostro y bañar con lágrimas sus plantas.
El camarín, dice un escritor, es obra regular y esbelta. Su oblonga cúpula está sostenida por cuatro grandes arcos, que forman un artesón de bóveda muy elegante. Construyéndose en 1767 con la ayuda de la señora Luisa María Esterripa, esposa del señor Luis Muñoz de Guzmán, Presidente de la Real Audiencia de Quito, en recuerdo de una curación milagrosa obrada repentinamente en ella por intercesión de la Virgen del Quinche, a quien acudió cuando la ciencia humana la tenía desahuciada. Los retratos al óleo de estos dos insignes benefactores se conservan todavía en el camarín.
