LA PROTECTORA DE MI INFANCIA: MI TESORO Escribo estas líneas para cumplir una penitencia sacramental que me impuso un confesor y para testificar la gratitud inmensa que debo a la Virgen Santísima por haber sido la Protectora de todas las épocas de mi vida, especialmente de mi infancia. Señales y como anuncios de esta […]
">LA PROTECTORA DE MI INFANCIA: MI TESORO
Escribo estas líneas para cumplir una penitencia sacramental que me impuso un confesor y para testificar la gratitud inmensa que debo a la Virgen Santísima por haber sido la Protectora de todas las épocas de mi vida, especialmente de mi infancia.
Señales y como anuncios de esta protección poderosa en mi favor, fue haber nacido el 8 de Septiembre, día en que se celebra la fiesta de la Natividad de la virgen Sma. y hacia el tiempo en que fue proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, es decir dos años antes solamente de este grandioso acontecimiento, o sea, en 1852. De manera que la primera solemnidad que en mi vida he presenciado y de la cual recuerdo distintamente hasta ahora, fue la fiesta expendidísima que celebró Cuenca al recibir la noticia de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Tales fueron las primeras impresiones piadosas que recibió mi alma.
Tendría tres o cuatro años solamente de edad, cuando poniendo mi vista en la tierra, encontré tirada en el suelo una pequeña imagen de Nuestra Señora de los Dolores, con el corazón traspasado por las siete espadas; era un grabado hecho al humo y en papel. Esta fue la primera cosa propia que he tenido en mi vida. Este pequeño incidente ha decidido eficazmente de todo el rumbo de mi existencia; pues parece que con esto me quiso el cielo enseñar que en este mundo no había de tener yo otra propiedad que la Santísima Virgen, que ha venido efectivamente a ser pars haereditatis meae et calicis mei. Desde entonces mi devoción predilecta ha sido siempre la de los Dolores de la Sma. Virgen. Devoción que por decirlo así me vino del cielo directamente, pues no me la enseñó nadie. Apenas supe leer, la primera cosa que aprendí en un librito piadoso que se me vino a las manos (un Ejercicio cotidiano) fue la devoción a los Siete Dolores, que desde aquel entonces no recuerdo haberla dejado de rezar todos los días, hasta el momento presente.
No se me ha borrado de la memoria la profunda pena que hirió a mi alma, cuando siendo niño de cinco años oí por primera vez el relato de la Pasión de N. S. Jesucristo; fue una impresión tan viva y dolorosa que me parece sentirla aún. Era de noche, al resplandor de un cirio, y nos hallábamos en la Semana Santa, cuando por motivo de las procesiones de Pasión que en aquel tiempo se acostumbraba hacer, recayó la conversación sobre los tormentos del Salvador. No había oído yo antes, la historia de la Pasión, o no me había dado cuenta de ello, pues el relato de ésta me conmovió entonces hasta lo profundo del alma.
Entre todas las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores, veneradas en Cuenca, la de mi devoción, especial, desde niño, fue siempre la de la iglesia de la Merced; muchas veces, siendo aún pequeñito, iba desde mi casa a dicho templo, solamente por, visitar a la hermosa efigie de la Virgen Dolorosa. La Reina del cielo ha querido pagarme esta pequeña devoción, confiando a mi guarda esta querida imagen, junto con el templo de la Merced. Siendo de advertir que la casa en que nací se halla situada precisamente en el barrio de la Merced, a media cuadra sólo de este templo; de modo que vine al mundo a la sombra del santuario mencionado, al amparo de la Virgen Santísima.
La Señora piadosa (era una tía mía paterna) que me había adoptado por hijo, y que tenía para conmigo el amor y solicitud de una verdadera madre, a quien amaba yo entrañablemente murió con una muerte bien santa, cuando yo contaba aún cinco años de edad. Esto fue para mí una inmensa pérdida; esta muerte derramó en mi, alma un mar perpetuo de amargura y me dejó en la más dura y triste orfandad. La vida se convirtió para mí en un verdadero destierro, una soledad profunda en un doloroso abandono. Durante toda la vida, pero más especialmente en mi infancia y juventud, he saboreado todo el acíbar de la tribulación, sin hallar muchas veces consuelo ni auxilio de parte de los hombres. La Virgen Santísima era entonces, lo que es hoy y lo será siempre, mi, refugio y protección. Cuán dulce me ha sido, durante toda la vida, acudir al amparo poderosísimo de esta amabilísima Reina, seguro de encontrar bajo su manto, consuelo en mis penas, remedio a mis necesidades, salud en mis enfermedades, luz en mis tinieblas, consejo en mis dudas y socorro eficaz en toda circunstancia. No solamente la fe, la experiencia diaria nos enseña que María ha sido constituida por Dios, en medio del pueblo cristiano, representante 'de su Providencia amabilísima, en favor de todos los necesitados.
Fuente: www.oblatosdematovelle.com