Etimológicamente significa “princesa de las aguas”, en lengua siria; “espejo” en lengua hebrea.
Muchos cristianos que viven la fe desde fuera, sólo hacen una cosa: criticar a la Iglesia y, sin embargo, no se mojan nada por mejorarla y por ser santos. Ella no tiene necesidad de criticones baratos, sino de personas que crezcan en los valores evangélicos.
Esta joven nació en 1888 en Vicenza, Italia, y murió en Treviso el 20 de octubre de 1922.
Tuvo una infancia desgraciada. Su padre era violento, celoso, borracho. Cuando no tenía clases, trabajaba de empleada en una familia cercana.
Cansada de esta vida, pidió entrar en el convento de las “Hermanas del sagrado Corazón”.
Ingreso al convento de las Hermanas del sagrado Corazón
Al entrar le dijo a su maestra de novicias que ella quería ser santa.
La pusieron a trabajar en la cocina y en el lavadero. Al año siguiente la enviaron a estudiar enfermería en el hospital, pero no le prestó atención su nueva superiora, y le mandó otra vez a la cocina.
En 1907 le dieron un nuevo trabajo: ayudar a los niños que tuviesen la difteria. Los cuidó con amor a ellos y a muchos enfermos más.
Llamaba la atención de todo el mundo, empezando por el capellán por lo bien que trató a los soldados heridos.
Y de nuevo la enviaron al lavadero para humillarla. Menos mal que entró una Superiora General nueva y la entendió muy bien.
Pero, con tanto trabajo, su salud se resquebrajó en 1922. Su trabajo y su devoción, su amor a todos y su entrega ilimitada a la obediencia, le granjearon el cariño de todos los que la trataban. Alguien dijo de ella: “Era un alma elegida y de una bondad heroica, un ángel consolador del sufrimiento humano».
Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinaciones y milagros.
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