Dar la vida por la vida de los demás.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en Jesús que resucitado llena de vida y de esperanza nuestros días. Que el Señor a todos nos conceda una semana para servir en humildad, con la certeza infinita que todo lo que hacemos por los demás lo hacemos al Dios que habita en cada uno.
Nos ha pasado a casi todos no lograr entender lo que significa seguir, ser y estar con Cristo. Le escuchamos pero seguimos haciendo caso a nuestras palabras, a los propios ruidos.
Entendemos lo que quiere decir y enseñar pero nos dejamos llevar nuestras propias convicciones. Sabemos que Él ha venido a redimirnos, a sanarnos, a perdonarnos, pero seguimos pecando, seguimos enfermos y no tomamos la decisión de un cambio que nos haga más fieles a Él y al proyecto del Reino. No en vano la primera invitación del Evangelio es a la conversión. Todos necesitamos, como en su tiempo los apóstoles, un cambio de mentalidad. Al vino nuevo odres nuevos.
Jesús presenta un estilo de vida que es nuevo y que implica un nacer de agua y del Espíritu; un estilo de vida en el que las relaciones humanas comienza por el reconocimiento de la dignidad de los demás, en donde los demás somos todos, son y somos prójimos. Es a los demás que debemos amar como Jesús nos amó, amar desde el mismo amor que nos tenemos. El proyecto habla salir, de buscar, de sanar, liberar y sobre todo de anunciar la presencia de Dios en medio de la humanidad.
Los demás son personas, como nosotros, con sus limitaciones y sus anhelos, con sus pecados pero también con sus grandezas.
Personas que pueden ofender, equivocarse, caer en desgracias económicas, financieras o de otro tipo, pero en el fondo personas capaces de cambiar, de salir adelante, de triunfar. Personas que son amadas como lo somos tú y yo. Por eso todos necesitamos involucrarnos, importarnos los unos a los otros. Tenemos que pensar que el amor es uno solo y su origen es divino, que todos somos imagen de Dios que nos ha creado con amor. Con los demás actuar o comportarnos como con nosotros mismos. En ellos en ti y en mí está Dios siendo, viviendo. Dios caminando con el pobre, Dios clamando con el afligido, Dios sufriendo con el que sufre. Y todos tanto tú como yo, tenemos a Dios, le llevamos en el corazón.
Lo de todos es servir, dar la vida por la vida de los demás, sanar el corazón, cerrarnos a toda pretensión que implique tiranizar, doblegar a los otros. Lo de todos es procurar la justicia y la paz y abrir el corazón al amor de Dios, llenar los actos de amor y actuar compasivamente con todas las personas. Esto no es de presumir, no es de lugares o de posiciones. Esto no es grandezas ni de poderíos. Esto proyecto es de todos en la medida que nos hacemos pobres en el Espíritu, que tenemos un corazón limpio, que somos humildes, que trabajamos por la paz, que somos mansos y que somos misericordiosos. Está la verdadera riqueza del ser humano, ahí está Dios en cada acción que acoge con respeto a los demás.
No dejemos de reflexionar en ese texto de Mc.10, 35-45 que seguirá inspirando la vida sencilla y abnegada de los que descubren en el amor la fuerza de la propia existencia.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd