PARA ESTA SEMANA OCTUBRE 7 DE 2018
Cuando las decisiones son del corazón son para toda la vida.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos recrea en constante bondad y que nos invita a permanecer en el amor y en fidelidad. La unión matrimonial va mucho más allá de un vínculo jurídico; es un vínculo sagrado que va en relación directa con la persona amada. Amar en cristiano es sinónimo de salvar y en muchos momentos de la vida convertirse en alguien que carga, que lleva sobre los hombros a la persona amada para que nada sobre la tierra afecte su caminar, su destino. Amar como Jesús ama a la Iglesia, de la misma manera que nos ama.
Mirando el texto del Evangelio de Marcos (10, 2-16) podría uno quedarse en la discusión de sí es o no lícito que el hombre se separe de la mujer; discusión larga y con muchos puntos de vista que van desde la interpretación de la ley, por sus doctores, hasta el parecer muy personal de quien vive la situación. El texto nos habla de unos hombres tomando decisiones sobre su futuro y el de su mujer, pero sin tener en cuenta que la mujer es parte esencial, fundamental, complementaria, de cualquier proyecto que el varón tiene con respecto a la creación. No se cae en cuenta que más que buscar razones para separarse o para repudiar, se deberían encontrar las motivaciones para estar, para seguir, para luchar y para llevar a plenitud, desde el amor, la creación de Dios.
Jesús no se queda en la pregunta de si es o no lícito, va más allá y toca el origen del hecho de “casarse”, de unirse para siempre a otra persona.
Se unen dos y no uno solo; viven dos y no uno solo; se ganan dos, se pierden dos, se aman dos. Jesús habla desde lo que sabe, desde el proyecto creador de Dios. Habla de dos personas iguales que se unen; habla de dos personas creadas por Dios y con los mismos derechos. Y son los dos los que renuncian, los que dejan su familia, los que se unen para formar un solo cuerpo, una sola carne. Son ambos los que ganan y ambos los que pierden.
Dos personas que, desde el amor, en condiciones de igualdad, se arriesgan. Ambos amados, con proyectos claros, pero con un amor que hace de dos planes uno solo, de dos cuerpos uno solo y de dos corazones uno solo. Por eso cuando uno de los dos, en este caso el hombre, es el que habla de abandonar, se abre al pecado, a la experiencia contraria del proyecto de Dios. Abrirse implica abandonar sin tener en cuenta el amor de la otra persona. Es permitir que el adulterio, que es un acto infidelidad, llene los vacíos de amor en donde nunca hubo la intención recta de amar con todos los compromisos que el amor trae consigo.
Jesús toma partido por la mujer, la defiende; también ella podría repudiar al hombre.
El tema real de la discusión es la dureza de corazón de aquel al que ni siquiera la mujer le importa en el momento de abandonarla; el hombre sabrá mucho de leyes, pero poco del corazón, se pueden cumplir las normas sin dejarles el corazón. El pecado nos lleva a buscar la soledad, a ignorar el valor de la otra persona. No es la actitud machista la que debe acabar con el matrimonio.
Cuando las decisiones son del corazón son para toda la vida y hay que cuidarlas y protegerlas. No es por cualquier dificultad que las cosas se acaban. Siempre hay que pensar que es un proyecto que nos une pero que nos complementa, que somos capaces de amar y que amar implica paciencia, tolerancia. Pensar en el otro, en el dolor del otro es ya un amor.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Más reflexiones del Padre Jaime Alberto Palacio González, ocd
Fuente: http://ow.ly/nxWm30moWGt