PARA ESTA SEMANA OCTUBRE 3 DE 2021
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Un abrazo cargado de bendiciones para la semana que comenzamos. Dios nos ayude a vivir siempre en fidelidad y en entrega con las personas que amamos. Que el otro siempre sea siempre nuestro compromiso de un amor que se entrega, que se dona y que llena de felicidad al ser amado.
Desde el texto del Evangelio propuesto para este domingo 27 del tiempo ordinario podemos decir que el ideal de la unión matrimonial es el amor que llega a plenitud en la entrega y en la unidad que hace que dos seres humanos se hagan uno en el amor. El matrimonio es la decisión de dos que toman la iniciativa de querer compartir un proyecto de vida en común y en el que cada uno se encarga, desde el amor, del otro.
Un compromiso que hace responsable al uno del otro, de la felicidad, de la paz, de la entrega del otro.
Es el amor que se gasta, que da protagonismo al ser amado. La unión matrimonial manifiesta o refleja el amor así mismo en cuanto uno se siente muy capaz de hacer feliz a quien deja todo por hacerse uno conmigo. Amarse amándose en el otro, muriendo así mismo para vivir en el otro.
En esta unión que nace del amor, la grandeza siempre le pertenece a quien es amado. Aquí ninguno es más por condición de género, aquí somos iguales en dignidad. Fuimos creados por Dios tanto el hombre como la mujer, a ninguno lo hizo superior del otro. Somos grandes y dignos y quien quiera amarme es por es capaz de vivir en igual condición y sobre todo entender que el proyecto de estar juntos, de ser pareja, del matrimonio es de los dos. En el matrimonio son dos quienes toman la iniciativa, son dos lo que se aman y los que luchan para llegar hasta el final que es la eternidad.
Con mis decisiones yo no puedo hacer de la otra persona un pecador.
Al perderse la otra persona soy yo mismo quien me pierdo.
Somos una sola carne, un solo amor. Que nada nos pueda separar. El rostro de la otra persona se convierte en el reflejo de mis actuaciones. Amemos a la otra persona a la que hemos prometido amar con todo lo que esa persona es; somos nosotros quienes debemos construir, transformar desde el amor; fuimos nosotros los que renunciamos para que la otra persona fuera en cada uno y para que con nosotros construyeran su propia vida sintiendo el amor y el apoyo de nuestra parte.
El daño grave en cualquier relación es cuando pretendo hacer del otro aquello que quiero; cuando pretendo usarlo y disponer de su vida. Cuando mi amor le ahoga, le quita la paz y la alegría y lo convierte en un algo más de la vida y no lo pongo en el centro de mis emociones. El ser humano se realiza en la medida que tiene a alguien de frente a él mismo, alguien que corresponda, que en esencia se le parezca, pero siempre habrá que tener claro que el otro no es mi propiedad, es un regalo, un don de Dios que yo libremente acepté porque le amé.
No podemos aprovecharnos de quien está revestido por costumbre o por leyes, pero no por esencia ni por Dios, de debilidades. Mujer y niño están en riesgo social de ser violentados, instrumentalizados. Todos somos dignos de bendiciones, de acogida, de respeto. Y cuando las cosas no se nos den por razones de inmadurez o de tipo psicológico también debemos tomar decisiones a tiempo. Si nos alejamos será con la misma altura y dignidad con el que nos juntamos; si nos separamos será un acuerdo de ambos y no una posición egoísta que lleve a la destrucción del otro. Tal vez nos faltó amor, pero nunca falte dignidad. Dos iguales se unen para ser uno, dos iguales se separan para que siendo dos la felicidad llene la vida de amor.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Fuente: http://ow.ly/KDgs50Fe8gz
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