PARA ESTA SEMANA NOVIEMBRE 29 DE 2020
Primer domingo de Adviento.
Mis queridos amigos de Santa Teresita, de San José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien para cada uno de ustedes. Iniciamos el año litúrgico con el tiempo del Adviento que nos llevará de una manera procesual a la Navidad. Comenzar un año implica disponer también el corazón para cada una de las cosas que nos quedan por hacer; es hacer una revisión de vida para corregir todo aquello que sabemos no ha estado bien y sobre todo para volver a llenar los días de alegría y de la paz que el Señor nos regala.
Mc. 13, 33-37, es el texto que nos presenta la liturgia de este domingo y en la que Jesús nos invita a estar vigilantes; la vida terrenal es pasajera y las oportunidades que tenemos para hacer el bien, para dar lo mejor, para dejar huellas, son muchas y se cuentan en los momentos de vida y de encuentro con las personas. Saberse de Dios, entenderse como servidor de Señor, comprender que administramos las cosas del Señor, que esta casa es la suya y que los que nos rodean son sus hijos amados es lo que nos puede hacer comprender, desde el corazón, que somos grandes y que estamos para cosas grandes, extraordinarias. Que nacimos para el amor y que el Espíritu de Dios nos acompaña y fortalece en cada propósito de bien. En cada tarea que el Señor nos ha encomendado en este tiempo de espera, de vigilancia.
Vigilar implica no olvidar la tarea que tenemos encomendada
La misión de cuidar es de todos y por eso no es tiempo de dormir, debemos estar atentos y sostenernos para que no lleguemos a dormirnos mientras el Señor regresa, debemos recordarnos, durante la espera, quién es el Señor y todo lo que hace por nosotros, todo su amor. No podemos desfallecer en la espera, ni dejar de desear el regreso del Señor. No podemos perder la esperanza del regreso del Señor y nosotros debemos prepararnos, día a día, para ese momento en el cual Él se manifieste glorioso.
Los invito para que teniendo necesidad de Dios le pidamos que regrese y que mientras esto suceda estemos preparados. Debemos sentir que sin el Señor somos frágiles, caemos con facilidad el pecado, que tendemos a perder el ritmo que implica el hacer las cosas buenas. El hombre que vive sin Dios se destruye, pierde valor.
Procuremos estar dispuestos vigilantes. Listos para la segunda venida del Señor, listos y preparados para nuestra muerte. Dios vendrá, nos llamará por nuestro nombre por eso es tan importante que sepamos reconocer su voz, que no perdamos el sentido de sus enseñanzas y que vivamos con intensidad cada momento.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Fuente: http://ow.ly/c1wW50CkSQW
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