CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA ESTA SEMANA: ENERO 5 DE 2015.

Lo que Dios ha amado desde la eternidad ahora, en Jesús, le muestra su amor redimiéndolo.

Mis queridos amigos de santa teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo, reciban mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor para el año que apenas comenzamos.

Celebramos este domingo la solemnidad de la Epifanía del Señor o de su manifestación en el mundo como el Salvador y Mesías que habían anunciado los profetas.

En Jesús se manifiesta el amor de Dios y todo lo que implica para Dios amar con fidelidad la obra que Él, por amor y con amor, ha creado. Obra que luego ha dado al ser humano para que haga del mundo su paraíso, su hábitat siendo amo y señor de todo lo creado.

En este nuevo tiempo y celebrando esta solemnidad, podemos decir que lo que Dios ha amado desde la eternidad ahora, en Jesús, le muestra su amor redimiéndolo.

Nosotros hemos conocido al Señor Jesús por la fe, alguien nos habló de él. A Jesús se le anuncia con la palabra y con las obras.

Alguien para quien Jesús era un tesoro, una riqueza, una luz. Nos llevó ante él aun siendo, la gran mayoría, niños. Alguien nos hizo herederos de un tesoro que puesto en nuestras manos debe resplandecer para iluminar a los que caminan en tinieblas. En Jesús fuimos ungidos para dar razón del amor y de la esperanza.

Un anciano, cuando Jesús fue presentado en el templo dijo: “ahora mis ojos han visto a mi salvador”, una anciana cuando ese mismo día lo vio, no dejó de hablar a todos de ese niño, al que en Israel todos esperaban. Antes de su presentación en el Templo, los pastores se alegraron cuando lo encontraron en un pesebre y contaron lo que los ángeles habían dicho. Unos hombres bien reyes o bien magos, venidos de oriente llegaron ante Jesús y le ofrecieron sus vidas, lo que tenían. Y a Jesús, todos llegaron referidos por alguien: por un ángel, por una profecía, por una estrella.

A Jesús muchos llegaron por un anuncio de alguien. Nosotros también hemos sido enriquecidos por la fe. Ahora los invito a que nos acerquemos, a que le busquemos. Eso hicieron muchos personajes del nuevo Testamento: la mujer pecadora llega a casa de Simón, el ciego de Jericó grita cuando sabe que pasa; la mujer enferma de hemorragias le toca y queda sana; la madre pagana que tiene a su hija enferma se acerca y le pide que la sane; el centurión que tiene al siervo enfermo le pide que lo sane. Y así leprosos, endemoniados, pecadores, cobrador de impuestos, fariseos, publicanos. Uno a uno y también multitudes se acercan a Jesús.

Le quieren conocer, escuchar, tocar. Quieren quedar sanos, limpios, perdonados, salvos.

Y nosotros… ¿qué?

Hoy la Iglesia celebra la Epifanía, es decir, la manifestación del Señor. El misterio que se revela, el Dios que ahora camina y se hace camino, verdad y vida. El amor de Dios que se expresa en la carne. La divinidad que asume la humanidad. Hoy se revela Dios a los hombres. Y nos es cercano, y nos busca. Y trabaja y lucha y sana. Hoy es el día para mirar de nuevo la luz. Para palpar el amor hecho carne. Es el día de devolvernos en la fe y de nuevo comenzar desde Jesús. Es hora y es día de purificar la mirada para descubrir de nuevo que Dios se palpa, camina con nosotros y nos asume de tal manera que se hace uno de nosotros. Se identifica plenamente con el ser de lo humano para redimir desde el ser lo que el pecado ha opacado.

Es la Epifanía. Es día de correr al pesebre, de inclinarse, adorar. Es el día de tomar en brazos al niño y dar gracias porque hemos visto al salvador. Es el día de subirse a un árbol para ver como Zaqueo a Jesús, es el día de sentarse a sus pies y escucharlo. De pedir perdón por no reconocerlo. Hoy es el día propio para venir a su encuentro y decirle: Te amo.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd