PARA EL FIN DE SEMANA: SEPTIEMBRE 22 DE 2016.
Invitados a salir, a abrir la puerta.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que en su amor siempre nos acompaña y nos llena con su Espíritu para poder nosotros dar testimonio del amor que nos redime y redime.
El domingo nos encontraremos con el texto de san Lucas 16, 19-31 que nos presenta la parábola del rico (Epulón) y del pobre Lázaro tan conocida por casi todos.
Conocí la devoción a san Lázaro en Cuba, me impresionó la manera cómo este “santo” que no existe sino en la parábola, era real; un personaje común y conocido, que podemos encontrar en cualquier lugar. Lázaro es la imagen de tantos hombres y mujeres que se sientan a la puerta de nuestra casa sin que nos enteremos; Lázaro son tantos pobres que solo viven de la misericordia y que la única compañía que tienen son los perros que para ellos son medicina.
Lázaro tiene el rostro de todas las personas abandonadas de cuyo destino final se encarga Dios. Mujeres y hombres con hambre, enfermos, sentados a nuestro lado. Y nosotros ni nos enteramos por estar en nuestros asuntos, en los propios banquetes, encerrados, vistiendo como reyes. No nos damos cuenta que en la acera o vereda de nuestra casa, que afuera, está una realidad que nos llama a la bondad, a la generosidad, al compartir. Una realidad pobre que clama solidaridad.
Y el problema no es que no nos enteremos, la cosa es que estamos invitados a salir, a abrir la puerta, a mirar a nuestro alrededor, a darnos cuenta. Invitados por Jesús a ser solidarios, a compartir con los más necesitados. Que los demás nos duelan, que los demás sean importantes y como nos lo enseña el Evangelio, que sean los que no pueden corresponder con banquetes, los invitados a nuestras mesas.
Y esto todos lo sabemos, ya ni Jesús ni ningún mensajero tienen que volver a decirnos que nos abramos, que compartamos, que ayudemos, que salgamos. Eso ya lo sabemos, ya nos lo han enseñado. Que después no vengan, en el tiempo, las disculpas, los arrepentimientos, para eso es la vida, para creer en la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
La pobreza sigue siendo el camino al cielo, pero no es la pobreza, como el carecer de las cosas, la que nos salva, es la apertura en el Espíritu a Dios y a su relación con los demás que a todos ama, que a nadie excluye, que sale a nuestro encuentro, que nos espera pacientemente. El pobre lo puede tener todo, inclusive dinero, pero sabe que es de Dios, que su amor es Dios y que la plenitud de la vida está en ser bendición para los demás inclusive para los que carecen de lo material. El pobre sabe esperar y se consuela en el amor de Dios. Por eso digo que la pobreza es camino al cielo, abre las puertas, toca el corazón de Dios.
Estamos llamados a compartir lo que tenemos, a ser complemento. Todos tenemos la capacidad de abrir las puertas, de amar, de contribuir un poco con el bienestar de los que nos necesitan.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd