CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA EL FIN DE SEMANA: OCTUBRE 1 DE 2015.

“Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”

Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor Jesús que nos recrea en su amor y también el anhelo infinito de que juntos caminemos hacia un mundo de paz.

El próximo domingo encontremos en el texto del Evangelio de Marcos en el que Jesús enseña sobre la igualdad del hombre y la mujer a la hora de tomar decisiones frente a la relación matrimonial y la indisolubilidad del matrimonio. Es una enseñanza dura e intransigente y por eso nos exige escrutar siempre la voluntad de Dios sobre nuestras vidas y las decisiones que tomamos.

Ante el tema del divorcio y de las personas que se vuelven a casar hay que cambiar la mirada y tratar también de entender lo que pasa en ese mundo interior en el que se mueven las decisiones del amor, ese mundo que existe en el corazón. No somos quién para andar condenando a las parejas en crisis o de relaciones acabadas no somos tampoco llamados a estar presumiendo de matrimonios que, aunque estables, tienen que entrar en la dinámica constante de la revisión y enamoramiento.

Volviendo al tema de Mc. 10. 2-16 caigamos en cuenta de un dato que es fundamental y es principio de la enseñanza de Jesús: la mujer y el hombre son semejantes y por lo tanto tienen el mismo derecho y dignidad a la hora de tomar decisiones que impliquen a la pareja. El tema va más allá de estoy cansado y me voy. El tema es de dignidad y toca el amor que como principio divino no es reversible. El amor cuando es de verdad no acaba, es eterno porque el amor es de Dios. Lo que sí sucede es que muchos llamamos amor a lo que no lo es por las expresiones que tiene o ha tenido o creemos estar enamorados solo porque nos sentimos seguros y correspondidos en nuestras debilidades y eso tampoco está bien, eso más que amor es un refugio de gente débil.

Soy del parecer que me desenamoro de quien nunca he estado realmente enamorado o dejo de amar a quien realmente nunca he amado. Y ya eso nos pone en un plano de discernimiento real en el que la Iglesia al anular el matrimonio lo que acaba es afirmando es que nunca lo hubo, jamás existió como vinculo de amor. Hubo una unión de hecho, una unión de iguales, de enamorados, de dos capaces de ser uno pero dejando de ser dos y eso no fue posible.

Si la unión matrimonial es de amor ese nunca acabará, pero si es de vacíos, de búsqueda de plenitudes más que de entrega, de esperar más que de dar, de no entender pero querer ser entendido, entonces ese amor no es el mismo ni tiene la magnitud con el que Cristo ha amado a cada uno, a la Iglesia y por eso el verdadero amor nunca acaba.

Mucho más allá de un matrimonio como unión habrá qué mirar dos personas que aman desde lo que son y cómo son. Que aman al prójimo como a sí mismas. Pero el amor más allá de todo un ideal de vida es también carne; el amor está en cada uno, recorre nuestras venas. Por eso el que ama aunque tenga las mejores intenciones siempre tendrá que hacer del amor un acto sublime y no corporal. Por eso si el amor hacia alguien se pierde por esta corporeidad tan sensible y tan relacional, tan delicada y tan llena de traumas y de heridas no significa que el amor desaparece como tal. El corazón siempre seguirá inquieto hasta que alguien llene los vacíos de corporeidad y estimule de tal manera el amor, que sea capaz de ser uno e indisoluble. Que pase a ser esa realidad que ya no se siente con el cuerpo, ni se exprese con la voz, sino que se sienta en el corazón y desde allí exprese su realidad de amar eternamente por encima de lo que podemos ser.

El hombre y la mujer son un complemento. Somos semejantes, la mujer existe en el hombre y en la mujer existe el hombre. Dios une nuestras vidas desde el amor; el amor se hace también cuerpo y deseo; pasión y entrega. Pero cuando sabemos el origen y entendemos la meta que es la plenitud de nuestra vida entonces todo se hará hermoso y sublime, se llenará de los sentimientos de Dios. Volvamos al amor fundante del paraíso que engendra vida de nuestra vida.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd