Seamos coherentes.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor y que el fin de semana, que pronto iniciaremos, esté pleno de alegría, de amor y de encuentro en familia.
El próximo domingo leeremos el texto del Evangelio de Marcos (7,1-8.14-15, 21-23) del cual personalmente entiendo que la dignidad del ser humano está en su propio corazón, en su más íntima profundidad, no en lo que digan los demás o puedan pensar. Lo importante radica en que si amamos a Dios, si le sentimos o experimentamos; si le recibimos en la Eucaristía o si nos alimentamos de su Palabra, entonces rindámosle honra con las obras, es decir: Seamos coherentes entre lo que decimos y hacemos. Entre lo que hay en lo íntimo del corazón y lo que hay en lo exterior, en lo epidérmico.
Estoy convencido que nosotros queremos ser un pueblo que honra a Dios con el corazón, ese es el lugar de Dios, su habitación. El lugar del amor, el cuarto más dispuesto para acogerlo. Pero en la relación con Dios las decisiones siguen siendo nuestras. Amar o no hacerlo, estar con Dios o no estarlo, ser coherentes o no serlo, todas son decisiones nuestras.
Aparentar ser bueno y cumplir normas para evitar problemas aun teniendo el corazón lleno de desamor, no es complicado. Conocemos personas así de falsas en todo lado y en muchas instituciones. Pero para Dios, para Jesús, solo hay una verdad: Nos habitamos en lo más íntimo, vivimos en nuestra propia interioridad, esa es nuestra casa, pero ¿con quién vivimos?, ¿Qué es lo que guardamos en el lugar especial hecho para el amor?
A nosotros nada nos hace impuros, somos nosotros los puros o impuros. Los que ayudamos a un mundo mejor o sencillamente lo condenamos a la destrucción. Solemos mirar demasiado a los demás, ver qué es lo que hacen y tendemos a hacer juicios de valor, pero ¿Quién conoce el corazón, el núcleo, la razón de muchas de nuestras actuaciones? ¿Nos hemos tomado el tiempo necesario para entender a los demás? ¿Nos hemos preguntado si por el incumplimiento de una norma esa persona es realmente buena o mala?
El pecado, la maldad de los demás no pueden convertirse en el pretexto para que todos piensen que yo soy bueno. Mucha gente se dedica a criticar a los demás solo para evitar ser juzgado, ser mirado. Es triste descubrir que en el propio corazón solo habita un ser cargado de envidia y de resentimiento al que la grandeza le viene de la debilidad de otra persona.
Y para Jesús todos somos dignos y tenemos la posibilidad, en el amor, de ser como el Padre compasivo, perfecto. Todos somos dignos del amor y todos podemos amar, llenar el mundo de amor. El mandamiento de Dios es el amor y solo puede amar quien tiene amor en su corazón, es decir a Dios.
Nuestro corazón no puede seguir estando lejos de Dios porque seguiremos con un cristianismo vacío, lleno tal vez de obras, pero carente de amor. Y sin la fuerza del amor todo se hace pesado. El amor da sentido a lo que hacemos. Hablamos y hablamos de Dios. Exigimos muchas cosas en nombre de Dios. En Dios muchos se refugian para ocultar su maldad. Pero eso el dios de los labios, el Dios que no puede entrar al corazón porque éste está saturado de odios y envidias; dios que se hace palabra cercana pero experiencia lejana. Ese dios nos es el Padre de Jesús, el que nos quiso revelar.
Pongamos el corazón en Dios. ¿Qué sale de nuestro corazón? ¿Qué es lo que llevamos dentro? ¿Somos realmente personas dignas, puras? No hagamos daño con nuestros juicios o comentarios. Dejemos de estar juzgando en nombre de Dios. Hagamos lo que como cristianos estamos llamados a hacer: seres de amor, misericordiosos. Ayudemos a los demás, reconozcamos en los débiles y pecadores rostros de Jesús y que la gente crea en el Señor al ver que nos amamos. Que nos conozcan en el amor que nos tenemos los unos a los otros.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd