CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA EL FIN DE SEMANA: AGOSTO 20 DE 2015.

“Mis palabras son Espíritu y Vida”

Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Un abrazo para cada uno y que Dios colme de bendiciones el fin de semana que se aproxima. Que el Señor nos permita vivirlo en fe y nos de la fuerza que necesitamos para confiar cada día más en su amor y así llegar a tener la paz en el corazón que tanto necesitamos.

Este domingo terminamos la lectura del capítulo 6 del Evangelio de san Juan (6, 60-69) en el que Jesús nos invita a descubrir que existe algo más profundo en cada uno y por lo que debemos vivir ya que le da sentido a la vida.

El Espíritu de Dios que es luz, paz, sabiduría, discernimiento, prudencia… Es todo lo bueno, lo santo, lo sublime que tenemos porque Dios nos lo ha regalado. Las palabras de Jesús, sus enseñanzas, son Espíritu y vida, vienen como un bálsamo refrescante en medio de la soledad, del pecado, de la marginación. Ahora hay un alimento totalmente novedoso pero totalmente lleno, cargado de vida, de eternidad. Es el mismo Jesús.

Alimento que requiere creer, porque más allá de su realidad, de lo que es; tiene todo el sentido en lo que significa. El Pan que no es pan sino carne y el vino que no es vino sino sangre. El Espíritu de Dios, que está en Jesús, todo lo puede transformar y eso hay que creerlo para poder ir más allá.

Aceptar a Jesús, creer en Jesús es ser capaz de asumir las consecuencias de lo que implica creer porque todo lo que Él hace, es porque el Padre se lo permite y todo es para nuestro bien, nuestra perseverancia; para que tengamos vida y seamos capaces de darla.

Jesús es pan de vida, su carne es verdadera comida, su carne sacia, llena del Espíritu que lo habita; en su “carne” está Dios, vive Dios. Su carne nos trae el Espíritu que nos da la vida. Es por eso que este alimento se vuelve fuerza y poder de Dios y hace que cuando le comemos, cuando comulgamos, nos fundamos en el misterio del amor de Jesús por nosotros que nos salva en su cuerpo y en su sangre asumiendo nuestra propia realidad.

Está claro: necesitamos fe. Pero no es ese creer que se palpa, que se hace presente. Es ese creer en confianza, en abandono. Esa fe que se vuelve “atrevida” y que cierra los ojos para dejarse guiar por las enseñanzas de aquel que tiene palabras de vida eterna y que no ha venido a engañarnos. Es la fe de aquel que cree desnudamente y que se vuelve inseguro ante la seguridad de las cosas materiales y que el solo pensar que estará sin Jesús le genera miedos. La fe de aquel que se pregunta: ¿A quién iremos? Y que sabe para qué se queda con Jesús, en la Iglesia.

Jesús se hace comida para nosotros, pensando en nosotros y dejándose llevar por el sentimiento de amor que tiene por nosotros. Él sabe de nuestra hambre, de nuestra fragilidad. Y acompaña el alimento con sus palabras que vienen del Padre y que son vida porque llenan el creyente de paz. Palabras que nos llevan a la necesidad de amarnos y traducir ese amor en respeto, en acogida, en servicio y en misericordia. Las palabras de Jesús están cargadas de vida porque están dichas por y con amor.

Palabras que son Espíritu porque vienen de Dios y no enseñan nada distinto a lo que el Padre le ha permitido. Palabras liberadoras, sanadoras, reconciliadoras que nos invitan a una vida nueva, a un nacimiento nuevo a un no resignarnos al mal. Palabras que nos hablan de los frutos que hay que dar y de la bondad con la que hay que llenar las relaciones con el mundo. Palabras que nos invitan a salir y predicar. Anunciar la buena noticia y llevar sanación, paz y liberación al mundo entero. Por eso. “¿A dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”

Ante la propuesta de Jesús hay que tomar decisiones. Tomemos decisiones. Si le seguimos es porque le creemos y estamos dispuestos a aceptar su enseñanza. No le digamos por miedos ni por milagros. Él ha tomado la decisión de amarnos y de perdonarnos, ahora nosotros tomemos la decisión de convertirnos y seguirle.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd