CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

ORACIÓN DE PASCUA II

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

ORACIÓN DE PASCUA II

 Has  gritado, con tu escandalosa muerte,
En medio de tanto ruido y, tu final,
Ha  podido más que la misma muerte.

¡Gracias, Señor!  ¡Aleluya!
Has  muerto, pero al morir,
Nos  has enseñado a mirar hacia el Padre,
A  cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra.
A  buscar el bien de los demás y no el propio.

Se  ha cumplido lo anunciado por los profetas,

Hemos  pasado de la tiniebla a la luz,
Del  pecado a la gracia,
De  la falsedad a la gran Verdad, de  la tierra al mismo cielo,
De  los interrogantes a tu VIDA como respuesta.

Lo  eterno, en esta noche santa y divina,
Se  impone a lo efímero.
El  sepulcro se convierte en simple y vago recuerdo,
La  losa de la muerte se fragmenta en mil pedazos,
Y  tú, Cristo, sales caminando y victorioso.

En  esta noche, oh Señor, no existe ya el fracaso,

Ya  no observaremos con temor al último día,
Ni,  mucho menos, teñiremos de negro,
Los  suelos por los que nuestros pies avanzan.

Has  resucitado, y con tu resurrección,
Nos das alas para soñar y volar en el cielo eterno,
Para  combatir dudas y soledades.
Nos  das ojos grandes para ver el mañana,
Frente  al hoy que se nos impone.
Colocas  nuestros pies en el camino de la fe,

Para  esperar ante la desesperanza, gozar con la gloria que nos aguarda,

no alejarnos de ese surco que Dios,
Traza  entre esta tierra y el cielo en el que habita.

Y,  porque has resucitado, te damos las gracias.
Contigo,  seremos invencibles, llamados a la vida
empujados al Padre.
Contigo,  sin temor ni temblor, hasta el final.
Movidos  por la fe, con la fe y en la fe
¡Has resucitado, Señor… y  nos basta!

P. Javier Leoz

Fuente: https://www.celebrandolavida.org

ORACIÓN DE PASCUA II

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO

CAPÍTULO 6

Capítulo 6, 9-11

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;

Capítulo 6, 12-15

y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Capítulo 6, 16-18

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Capítulo 6, 19-21

No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

Capítulo 6, 22-24

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.

Capítulo 6, 25-27

Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?

Capítulo 6, 28-30

Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?

Capítulo 6, 31-34

No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.

ORACIÓN DE PASCUA II

Santa Sede

ORACIÓN DE PASCUA II