CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

Eclesiástico

ECLESIÁSTICO

A este Libro «deuterocanónico» -el más extenso de los escritos sapienciales- se lo designa habitualmente de dos maneras distintas. El nombre de ECLESIÁSTICO, que significa «libro de la asamblea», se hizo tradicional en la iglesia latina, quizá por la frecuencia con que se lo utilizaba en los primeros siglos para la formación moral de los catecúmenos y de los fieles.

La mayoría de los manuscritos griegos, en cambio, lo titulan «Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá»- en hebreo, Ben Sirá -y de allí deriva el nombre de SIRÁCIDA, que también se le suele dar.

Mientras que la mayoría de los escritos sapienciales son atribuidos a Salomón, el Eclesiástico es el único que lleva la firma de su autor. Este era un judío de Jerusalén, culto y de buena posición, que se dedicó desde su juventud al conocimiento de las Escrituras y a la búsqueda de la Sabiduría, sobre todo por medio de la oración (51. 13). Como fino observador, aprovechó sus frecuentes viajes para completar su formación (34. 11). Convertido en «maestro de sabiduría», orgulloso de su raza y de su historia nacional, dirigió en Jerusalén una escuela (51. 23), destinada a iniciar a los jóvenes en la adquisición de la Sabiduría. Por último, hacia el 180 a. C., recogió por escrito el fruto de sus reflexiones y de su larga experiencia.

La obra de Ben Sirá es un llamado de atención frente a la influencia de la cultura griega, que no cesaba de expandirse en el Próximo Oriente desde las conquistas de Alejandro Magno. Él comprendió que ese nuevo movimiento de ideas no tardaría en entrar en conflicto con la fe de Israel.

Para contrarrestar el peligro, puso todo su empeño en preservar el patrimonio religioso y cultural del Judaísmo en esa época de transición.

A diferencia de los antiguos «maestros de sabiduría», que consideraban al hombre nada más que en su condición de tal, al Sirácida le preocupaba antes que nada la formación del hombre «judío». Según él, la Sabiduría se ofrece a todos, pero puso su Morada en Israel y, en última instancia, se identifica con la Ley de Moisés. De allí la necesidad de meditar constantemente «el libro de la Alianza del Dios Altísimo» (24. 23), para adquirir la verdadera Sabiduría y vivir en conformidad con la voluntad divina.

El Eclesiástico fue escrito originariamente en hebreo, pero el texto original cayó pronto en el olvido. La obra se conservó gracias a la traducción griega realizada por un nieto del autor, emigrado a Egipto en el 132. A fines del siglo pasado y en las últimas décadas del actual se encontraron varios manuscritos hebreos, que abarcan unas dos terceras partes del Libro.

El Sirácida es el último testigo inspirado de la corriente sapiencial dentro de Palestina. El ideal de vida propuesto por él tiene las limitaciones propias de su época, pero también encierra valores permanentes, que fueron asumidos por el Nuevo Testamento, especialmente en la Carta de Santiago. Por su profunda religiosidad, unida a un sano sentido común, por su fidelidad a la Ley y su afán de encontrar en todo un reflejo de la sabiduría de Dios, el autor de este Libro anticipa el retrato que hará Jesús del «escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos»: él «se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo» (Mt. 13. 52).

PRÓLOGO DEL TRADUCTOR

La versión griega del Eclesiástico está precedida de un Prólogo, que generalmente no se considera inspirado, donde el traductor explica los motivos que lo impulsaron a llevar a cabo esta difícil tarea. Entre otras informaciones de interés, en este Prólogo encontramos la primera alusión a la división tripartita de la Biblia hebrea: LA LEY, LOS PROFETAS y LOS DEMÁS ESCRITOS.

Es un deber para los que leen esos Libros, no sólo adquirir ciencia personalmente, sino también poder ser útiles a los de afuera, con la palabra y los escritos. Por eso, mi abuelo Jesús, después de haberse aplicado intensamente a la lectura de la Ley, de los Profetas y de los otros Libros de los antepasados, en los que adquirió una gran competencia, se decidió también él a escribir algo sobre temas de instrucción y sabiduría, de manera que los hombres deseosos de aprender, aplicándose a estas disciplinas, hicieran mayores progresos en la manera de vivir conforme a la Ley.

Por lo tanto, ustedes están invitados a leer esto con benévola atención, y amostrarse indulgentes allí donde pudiera parecer que, a pesar de nuestros denodados esfuerzos de interpretación, no hemos logrado acertar en alguna expresión.

Porque lo que está expresado en hebreo no conserva su misma fuerza cuando se lo traduce a otra lengua.

Y esto no sucede sólo aquí, sino que la misma Ley, los Profetas y los demás Libros presentan diferencias notables cuando se los lee en el original.

Ahora bien, en el año 38 del rey Evergetes, cuando yo vine a Egipto y me quedé allí, descubrí un ejemplar de esta valiosa instrucción, y juzgué extremadamente necesario aportar mi dedicación y esfuerzo a traducir ese Libro. He consagrado muchos desvelos y ciencia, durante este período, hasta llevar a buen término y publicar este Libro, para aquellos que, en el extranjero, están deseosos de aprender, a fin de ajustar sus costumbres a una vida conforma e la Ley.

COLECCIÓN DE SENTENCIAS

La primera parte del Eclesiástico incluye varios elogios de la Sabiduría, personificada como una madre que alimenta a sus hijos (15. 2) y como una Palabra salida «de la boca del Altísimo» (24. 3). Ella penetra todo el universo, pero «echó raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia» (24. 12), y es concedida abundantemente a los que lo aman (1. 10). El «principio» y la «corona» de la Sabiduría es el «temor del Señor», actitud que implica el respeto filial a la infinita grandeza de Dios y la obediencia a su voluntad expresada en la Ley (1. 11-20).

Aunque la Sabiduría «viene del Señor» (1.1) y es un don divino, para alcanzarla se requiere un largo esfuerzo personal.

Ella no se deja conquistar fácilmente y al principio prueba a sus hijos. Pero si estos superan las primeras dificultades y son dóciles a sus enseñanzas, termina por revelarles sus secretos y alegrarlos con sus bienes (4. 17-18).

A partir de estas ideas, el Sirácida agrupa una cantidad de sentencias y exhortaciones sobre las materias más diversas, sin ningún plan sistemático y con no pocas repeticiones. Entre las normas de sabiduría práctica que deben regir la conducta, se destacan la prudencia en las relaciones con los demás, la discreción en el hablar, la humildad y el desapego de las riquezas, el dominio de sí mismo, la firmeza en la educación de los hijos, la manera de cultivar la amistad y de comportarse con los necios, la cautela en el trato con las mujeres, el cuidado de la salud y la práctica del culto agradable a Dios. Por último, Ben Sirá hace algunas reflexiones sobre las miserias de la vida (40. 1-11) y la condición mortal de los hombres (41. 1-4), sin vislumbrar todavía la posibilidad de una justa retribución más allá de la muerte.

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