CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO MARZO 13 DE 2022

Segundo Domingo de Cuaresma C
La Transfiguración de Jesús:
Con la mirada puesta en la meta del camino y a la escucha del Maestro
Lectio de Lucas 9,28b-36

 Introducción

La escucha del Maestro acompaña todas las etapas del discipulado, pero particularmente cuando la “Palabra” es la de la “Cruz”. Una vez que Pedro y sus compañeros han quedado impactados en el primer anuncio de la Pascua de Jesús, deben ampliar sus horizontes para comprender que el camino doloroso de Jesús culmina en la Gloria. “¿No era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lucas 24,26), les pregunta el resucitado a los peregrinos de Emaús. La perspectiva de este término del camino es anticipada y profundizada en el relato de la Transfiguración de Jesús que ahora vamos a leer.

La mirada no puede estar puesta sino en la persona de Jesús. Cuando el Padre dice desde la nube luminosa en la Transfiguración “Este es mi Hijo, mi Elegido, ¡Escuchadle!”, nos está diciendo que Jesús es la Buena Nueva completa. Jesús es el Hijo amado que nos es dado, a Él lo contemplamos maravillados, a Él lo escucharemos hasta el fin del camino.

La perspectiva de Jerusalén, donde terminaron las tentaciones (ver Lucas 4,9), donde Jesús y el diablo se han dado cita para la confrontación final (ver 22,53), precisamente allí donde los profetas han sido abatidos (ver 13,33), aparece en el centro del diálogo entre los tres profetas glorificados: Jesús, Moisés y Elías. Dice Lucas: “hablaban de su partida (=éxodo), que iba a cumplir en Jerusalén” (v.31).

El Evangelio nos invita, pues, a entrar en este diálogo en el que se escruta atentamente el sentido del sufrimiento, de la debilidad y de la pobreza que salvan por el misterioso camino del “Hijo” a quien el Padre nos pide “escuchar”, que es lo mismo que “seguir”.

1. El contexto, el texto, sus características propias y su estructura

1.1. El contexto

Desde el momento en que Pedro reconoció que su Maestro es el Mesías (ver Lucas 8,18-22), Jesús comenzó a introducir a sus discípulos en la comprensión del misterio de su persona, anunciándoles su pasión, muerte y resurrección: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día” (9,22).

Lo que le va a suceder a Jesús implica también a sus discípulos, se trata de un camino compartido: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (9,23).

Lucas no nos dice, como lo hacen Mateo y Marcos, que Pedro oponga resistencia ante este primer anuncio de la Pasión, si bien será enfático en mostrar la incomprensión de los discípulos en los dos anuncios siguientes, por ejemplo después del segundo anuncio comenta: “Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto” (9,45; ver también 18,34). Para Lucas la oscuridad de los discípulos ante el misterio de la Cruz no será cuestión de resistencia interior sino de un desvelamiento progresivo del misterio.

El relato de la Transfiguración conecta directamente con la confesión de fe de Pedro y con el primer anuncio de la Pasión: “Ocho días después de estas palabras…” (9,28). Será por lo tanto una nueva forma de anunciar la pasión y la resurrección de Jesús, dando a entender la significación del misterio pascual para Jesús y su implicación para los discípulos que lo siguen: se trata de una revelación más profunda del Señor, esto es, cómo y por qué el camino del sufrimiento conduce a su gloria pascual.

1.2. El texto

Leamos Lucas 9,28b-36:

“28 Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar.

29 Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante,

30 Y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías;

31 los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.

32 Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él.

33 Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús:

‘Maestro, bueno es estarnos aquí.

Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’, sin saber lo que decía.

34 Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor.

35 Y vino una voz desde la nube, que decía:  ‘Este es mi Hijo, mi Elegido;  ¡Escuchadle!’.

36 Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”.

1.3. Características propias

El relato de la transfiguración tiene en cada evangelista que la relata (Mateo, Marcos y Lucas) detalles particulares. A pesar de todos los puntos comunes con los otros, Lucas es el único evangelista que:

(1) Hace notar que Jesús subió a la montaña “para orar”.

(2) Habla de la “gloria” de Moisés y Elías.

(3) Nos dice que el tema de conversación era “el éxodo que iba a cumplir [Jesús] en Jerusalén”.

(4) Nota que Pedro y los otros dos discípulos “estaban cargados de sueño”, sin embargo “permanecían despiertos y vieron la gloria [de Jesús]”.

(5) Señala que Pedro sólo toma la palabra cuando Moisés y Elías se han ido.

(6) Dice que Pedro llamó a Jesús con sumo respeto: “Maestro” (con un término que es propio de Lucas: “epistates” y no el tradicional “didáskalos”; Marcos dice “Rabbí” y Mateo “Señor”).

(7) Cuenta que en la nube Jesús recibe el calificativo de “Hijo elegido”, un título semejante al que se le dará en la Cruz (ver 23,35)

(8) Destaca al final del relato que los discípulos “guardaron silencio”.

1.4. Estructura

Estas particularidades lucanas que acabamos de enumerar nos ayudarán a releer el relato con nuevos ojos. Pero ahora veamos el conjunto. Éste tiene la estructura de un relato de manifestación divina (técnicamente: una cristofanía), donde el “ver” y el “oír” ocupan el lugar central:

(1) La circunstancia del acontecimiento: Jesús sube al monte a orar con tres discípulos (9,28)

(2) La visión de la gloria de Jesús y de los profetas sufrientes (9,29-32)

(3) La audición del querer del Padre en la nube (9,33-35)

(4) Conclusión: Jesús queda solo y los discípulos callan (9,36)

Profundicemos…

2. Análisis de los puntos más relevantes del texto

2.1. Una asombrosa experiencia de oración (9,28)

“Subió al monte a orar”. El evangelista Lucas, quien siempre presenta a Jesús orando en los momentos cumbres de su ministerio (ver en el Bautismo, 3,21; la elección de los Doce, 6,12; en la confesión de fe de Pedro, 9,18; en la víspera de la Pasión, 22,39-46), ambienta la escena de la transfiguración en una experiencia de oración. Al interior de la relación de Jesús con su Padre hay una comunicación intensa de la cual no conocemos las palabras sino el efecto transformador que tiene en Él.

Curiosamente en un relato evangélico de tan intensa comunicación entre Jesús y el Padre, Jesús y sus discípulos, Jesús y Moisés y Elías, Pedro y Jesús, el Padre y todos juntos, en ningún momento se reportan las palabras de Jesús.

Pero la mirada no se aparta en ningún instante de la persona de Jesús transfigurado.

En los discípulos, en quienes nos reflejamos los lectores, predomina una actitud de atención a cada detalle y, excepto las pocas palabras desatinadas de Pedro, se nota un silencio reverente y contemplativo que se prolonga más allá de la escena (v.36: “Ellos callaron”).

“Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago… No dijeron a nadie nada de lo que habían visto” (v.28 y 36). La mención estricta de la presencia de los discípulos, al comienzo y al final, enmarca la escena; todo apunta a la formación de testigos que dan cuenta de “lo que han visto” (v.36). La parte central del relato se concentra en lo que los discípulos vieron y oyeron en la montaña.

Ellos son tomados intencionalmente por Jesús para ser asociados en el acontecimiento. El verbo griego que se traduce por “tomar consigo” no se refiere a una invitación simplemente para acompañarlo sino para participar.

Estos son los mismos discípulos que han sido testigos del poder de la Palabra de Jesús el primer día de su vocación en el lago que no les daba peces (ver 5,10-11).

Son los mismos que han sido testigos de su poder de la Palabra de Jesús que le retorna el espíritu a la niña muerta (ver 8,51).

Son los mismos que, junto con toda la comunidad de discípulos, habían escuchado ocho días antes una nueva Palabra de Jesús, pero esta vez sobre su propio rechazo y sobre el seguimiento con la cruz a cuestas (ver 9,22-25); una palabra dura y difícil de aceptar, que no se sabe si tomarla en serio (ver 9,26). Dentro de poco, apenas comience la subida a Jerusalén, Santiago y Juan demostrarán que no están dispuestos a aceptar rechazos (ver 9,53-54).

Subir “a la montaña” es entrar a un espacio de revelación (Moisés y Elías recibieron la revelación en la “montaña”). Estos son los discípulos a quienes se les va a revelar lo más profundo del misterio de Jesús que en la segunda etapa de su formación no consiguen comprender. Ahora son invitados a captarlo participando de esta oración transfiguradora de Jesús.

2.2. Los discípulos y la visión de la gloria de Jesús y de los profetas sufrientes (9,29-32)

Todo lo que sucede en la montaña es observado desde el ángulo de los discípulos: “vieron su gloria y a los hombres que estaban con Él” (v.32).

Los discípulos ven lo que sucede al interior de la oración de Jesús (“mientras oraba…”, v.29ª):

(1) Un cambio

(a) en el rostro y

(b) en los vestidos de Jesús (v.29b).

(2) Dos personas que hablan con Jesús (vv.30-31).

En primer lugar se hace la presentación de ellos:

(a) “Dos varones”,

(b) “que eran Moisés y Elías” y

(c) “aparecían en gloria” (v.30-31ª). En segundo lugar se presenta el tema de la conversación con Jesús: “su partida que iba a cumplir en Jerusalén” (v.31b).

En el siglo I dC, se decía que, después del juicio final al fin de los tiempos, el rostro de los justos irradiaría una luz celestial y que ellos brillarían como estrellas en el firmamento. Pero aquí la luz que Jesús irradia anticipa la mañana de la Pascua (ver Lucas 24,4).

(1) Una oración transformante

Lucas no utiliza la palabra “transfiguración” (en griego “metamorfosis”, término usado por Mc y Mt), ya que ésta tiene para sus lectores grecorromanos una resonancia pagana (recordemos las “metamorfosis” de Ovidio). Más bien habla de un “cambio de aspecto en el rostro” de Jesús, y más delante de “su gloria”. Estos términos evocan el relato del Sinaí, en el que Moisés fue “glorificado”.

El evangelista deja entender que este “cambio” en el aspecto de Jesús es obra de Dios (literalmente: “Él fue transformado”; un verbo en pasivo que indica que el agente es Dios).

Después de decir explícitamente que el “aspecto” externo del rostro de Jesús cambió (v.29b), Lucas completa la descripción anotando que se trata de una manifestación de la “gloria” de Jesús (v.32b). La “gloria” en este evangelio es la marca distintiva del mundo de la divinidad (ver Lc 2,8) y referencia a la majestad del Hijo del hombre en la plenitud del Reino de Dios (ver 9,26 y 22,27), punto culminante de su camino.

Como acabamos de decir, el hecho nos remite a lo que sucedió en la experiencia de oración de Moisés en el Monte Sinaí: “Su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Él (Yahveh)” (Éxodo 34,29; a lo mismo se refiere Pablo en 2 Corintios 3,7.13); “Los israelitas veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba” (Éxodo 34,35). La irradiación es de la “gloria” de Dios que Moisés ha contemplado en la montaña (ver Éxodo 33,18-23).

(2) La presencia de Moisés y Elías

Al decir que también Moisés y Elías “aparecían en gloria” (o sea, procedentes del cielo), así como Jesús, el cuadro queda completo. En las Escrituras, Moisés y Elías no son como el común de los mortales: Elías ha sido arrebatado sobre un carro de fuego (ver 2 Reyes 2,11) y Moisés fue enterrado en lugar desconocido, probablemente hasta por Dios mismo (Deuteronomio 34,6; una antigua tradición judía habla de la “asunción de Moisés”).

Todo lo que ha sucedido en el camino y en la Pascua de Jesús ha sido el cumplimiento de lo que “está escrito en la Ley y en los Profetas” (Lucas 24,44), es decir en la Escritura, la Integralidad de los libros de la Antigua Alianza. Moisés y Elías representan la “Ley y los Profetas”. En este relato ellos, como los “dos varones”  vestidos resplandecientes que intervienen dando explicaciones de parte de Dios al comienzo y al final de los eventos pascuales (ver Lucas 24,4 y Hechos 1,10), son testigos que dan cuenta cómo Dios obra -con una lógica particular- en medio de aparente absurdo de los acontecimientos, al mismo tiempo –puesto que alcanzaron la gloria-remiten a su sentido pleno.

Vistos como personajes decisivos dentro de la historia del pueblo de Dios, Moisés y Elías tuvieron algo en común:

El servicio al pueblo –obedeciendo el envío del Señor- les costó mucho sufrimiento:

– En el diálogo con Jesús en este relato, ellos son testigos de lo que vivieron en carne propia, esto es, tanto Moisés como Elías fueron profetas rechazados, su misión casi les costó la vida.

– Fueron servidores de los caminos de Dios aún en medio de la testarudez de un pueblo que en más de una ocasión se vino contra ellos; pero su sufrimiento valió la pena: su camino entero ahora es modelo de la gloria que emerge de dentro del dolor cuando éste es vivido en función de los demás, rompiéndose interiormente al servicio de la obra salvífica de Dios en el mundo.

Moisés y Elías al lado de Jesús que está a punto de comenzar el camino decisivo, ellos mismos ahora “en gloria”, pueden dar testimonio de que efectivamente por ese camino se llega a la plenitud de la vida.

(3) Una comprensión del camino de la pasión y muerte de Jesús

El tema de conversación Moisés y Elías con Jesús es “la partida que iba a cumplir en Jerusalén” (v.31b). La frase apunta en primer lugar a su “salida” hacia el Padre, es decir su ascensión (ver Lc 9,51; 24,51 y Hch 1,9), la cual se realiza a partir de su pasión y muerte.

Pero llama la atención que en el texto griego se diga literalmente “el éxodo”. Si esta palabra se relee junto con el verbo “cumplir” (que en realidad es “llevar a plenitud”) notamos que la muerte de Jesús está siendo interpretada como la realización plena del camino salvífico de Dios con su pueblo, cuyo primer paradigma fue la “salida” liberadora del pueblo de Israel de su opresión en Egipto. Detrás de todo están las antiguas promesas bíblicas: Jesús es el cumplimiento de estas esperanzas, la encarnación de las fieles promesas de Dios a su pueblo.

El movimiento de “salida” de Jesús a través de la Pasión es fuerte. Contemplándola bajo este prisma, no se puede dejar de notar que su pasión es una “salida” total de sí mismo en un amor que perdona. En la cruz Jesús se rompe completamente por los demás (interior y exteriormente), yendo más lejos que Moisés y Elías. Por tanto, la suya no es una muerte como tantas otras. Su “salida” hacia el Padre, por medio de la Pasión, será en adelante el punto de referencia definitivo de toda experiencia pascual y de todo camino humano.

Esto lleva a entender que el sufrimiento y la muerte de Jesús no son un absurdo sino un “paso” necesario (“El Hijo del hombre debe sufrir mucho…”; 9,22).

No es solo la oposición mortal de los adversarios sino ante todo la fidelidad a la voluntad de Dios lo que conducirá a la “necesidad” de la Cruz. Es así como el fatídico viaje de Jesús hacia Jerusalén permanece como un símbolo memorable de su consagración total al querer del Dios en quien se abandona absolutamente, con una confianza total, en cuanto “Hijo” suyo.

En consecuencia, al contemplar la Cruz de Cristo no hay que quedarse únicamente con el aspecto oscuro del sufrimiento, sea visto como gran tragedia o sea como algo que simplemente se soporta: misteriosamente, ella realizó la vocación del Mesías revelada poco a poco en las Escrituras y en el destino de los profetas y por eso es, en última instancia, un “cumplimiento”.

Si todo esto lo vemos –una vez más- a la luz de la presencia de Moisés y de Elías también “glorificados”, comprendemos que en la Transfiguración Jesús se revela como el guía definitivo del Pueblo de Dios que camina hacia la salvación. Pero este camino se realiza en la línea del Siervo de Yahvé sufriente (como Moisés y Elías que fueron servidores sufrientes del Pueblo y como aquel profetizado por Isaías) que con el sacrificio de su vida hace posible el logro de la salvación.

(4) El sueño: ¿Están los discípulos en condiciones para acompañarlo?

El evangelista hace una anotación: “Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos” (v.32). La sensación de sueño que tienen Pedro y sus compañeros, que nos reenvía al sueño de los discípulos durante la oración y agonía de Jesús del Getsemaní (ver 22,45-46), describe la dificultad para acompañar a Jesús en su camino hasta las últimas consecuencias. Aunque “ven” la gloria de Jesús hay una pesadez interna que no les permite ponerse a la altura de los acontecimientos.

La situación descrita no es negativa sino ante todo el señalamiento del punto de partida del bellísimo itinerario pedagógico que conducirá Jesús con ellos hasta cuando les abra los ojos a la revelación total en el día pascual (como le sucede a los discípulos de Emaús: 24,16.31).

De esta forma, entre este momento de la transfiguración y el de la apertura de los ojos ante el Jesús glorioso pascual, el evangelio traza un arco que tensiona el proceso de maduración espiritual de los discípulos, despejando poco a poco el escándalo de la cruz y revelando el sentido que los llenará de alegría total.

2.3. La audición de la voz del Padre en la nube (9,33-35)

Que los discípulos no consiguen colocarse a la altura de la situación y que, por lo tanto, necesitarán ser conducidos en un nuevo itinerario, lo demuestran la torpeza de Pedro quien hablaba “sin saber lo que decía” (v.33c). Pero sobre las desatinadas palabras de Pedro se impone la palabra reveladora y exhortadora del Padre.

(1) La propuesta de Pedro

Pedro hace una propuesta justo en el momento en que Moisés y Elías se están yendo. Su intención es prolongar la deliciosa experiencia.

Probablemente Pedro está suponiendo que ya llegaron a la meta y que, en consecuencia, habría que erigir en la tierra unas tiendas (habitaciones) similares a las del cielo, de manera que los tres, ya en el ámbito de la divinidad, puedan prolongar su estadía gloriosa en la tierra. Pero resulta que él no se ha dado cuenta de que la gloria todavía no ha llegado definitivamente, que hay que acompañar hasta el final el “cumplimiento” del “éxodo” de Jesús en Jerusalén. Una prueba más de la incapacidad de los discípulos para entender por sí mismos el camino de sufrimiento del Maestro que culminará en la gloria.

(2) La propuesta de Dios Padre

La formación de la nube que “los cubrió con su sombra” (v.34b; expresión que nos remite a la escena de la anunciación de María: Lc 1,35), evoca la divina presencia que llenó con su gloria la tienda del encuentro (la “shekiná”, ver Éxodo 40,29), la misma gloria de Yahveh que cubrió la santa montaña y en la cual entró Moisés, como dice Ex 24,15-18: “La nube cubrió el monte; la gloria de Yahveh descansó sobre el monte Sinaí… Moisés entró dentro de la nube y subió al monte”.

Con esto se están señalando dos cosas:

(1) No hay necesidad de la tienda que Pedro quiere hacer, porque Dios mismo es quien la hace al cubrir con la nube la montaña.

(2) Es el Padre, en última instancia, quien conduce a la gloria y quien invita ahora a los discípulos a entrar también en ella. Recordemos que la transfiguración de Jesús es obra de Él.

“Al entrar en la nube, se llenaron de temor” (v.34c). Hay un momento de silencio reverencial, de apertura al misterio.

Entonces aparece un nuevo elemento de la manifestación de Dios:

“Vino una voz desde la nube, que decía: ‘Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (v.35). Los términos nos recuerdan la escena del bautismo de Jesús (ver Lc 3,21-22). Pero notemos que ahora estas palabras no están dirigidas a Jesús sino a los discípulos indicándoles:

(1) Que Jesús es el “Hijo”, el “Elegido” (título característico del Mesías; ver Isaías 42,1).

(2) Que a Jesús hay que “escucharlo”. En Deuteronomio 18,15-18 se habla de un profeta como Moisés, enviado como profeta definitivo, a quien hay que “escuchar” (ver también Hechos 3,22 y 7,37). Pero Jesús es más que este profeta, es el “Hijo” por medio del cual se da a conocer a sí mismo y realiza el camino de la salvación.

El imperativo “¡escuchadle!” queda resonando en los oídos como la lección más importante del evento de la transfiguración para los discípulos espectadores.

2.4. Silencio contemplativo que se extiende hasta la Cruz (9,36)

En el final de la transfiguración no hay transiciones. De repente Jesús queda solo (v.36a). La última mirada de la escena se detiene en el Jesús cotidiano del evangelio quien sigue impávido de amor y de rechazo hacia el cruel destino. Ahora vuelve a aparecer, enorme, la sombra de la cruz.

Se anota finalmente que los discípulos guardan silencio sobre el acontecimiento (v.36b) y que dicho silencio se extiende “por aquellos días”, esto es, hasta el fin del ministerio terreno de Jesús.

Desde la transfiguración se abre un nuevo espacio formativo para los discípulos. La proclamación no podrá hacerse hasta que no hayan llegado al “cumplimiento del éxodo” que está a punto de realizarse en Jerusalén, entonces sí podrán anunciar “lo que habían visto”, en calidad de testigos enviados con la fuerza del Espíritu (ver Lc 24,48-49). Por lo pronto su primera tarea es dejarse instruir, tratando de captar mental y vitalmente el misterio, permaneciendo siempre a la escucha del Maestro.

3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Dios disuade a Pedro de hacer tres tiendas bajo las cuales, según su proyecto, deberían encontrar cobijo, y le indica una tienda mejor, digamos así, y superior en mucho: la nube.

En verdad, si la función de la tienda es hacer sombra y cubrir a quien la habita, la nube luminosa los cubrió con su sombra: es como decir que Dios haya construido para ellos una tienda más divina y, al mismo tiempo, más luminosa, como figura del reposo futuro.

Una nube luminosa, en efecto, envuelve con su sombra a los justos que en ella encuentran abrigo y, al mismo tiempo, los ilumina y los hace resplandecer. ¿Y cuál podrá ser la nube luminosa que con su palabra envuelve a los justos, si no es la potencia paterna? De allí proviene la voz del Padre, que da testimonio del Hijo […]. También puede decirse que esta nube es el Espíritu Santo: es Él quien cubre a los justos con su sombra y habla en profecías…”. (Orígenes)

4. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

4.1. ¿Qué relación tiene la transfiguración con la experiencia de oración de Jesús?

4.2. ¿Cómo se comprende la vida y la misión de Jesús a partir del diálogo que sostiene con Moisés y Elías?

4.3. Observe todos los verbos relacionados con los discípulos: ¿Qué hacen los discípulos a lo largo de este relato? ¿Qué me enseñan?

4.4. Vivimos y somos testigos de muchas experiencias de sufrimiento a las que no les vemos sentido. ¿Qué me dice la frase: la gloria emerge desde dentro del sufrimiento cuando éste es vivido en sintonía con la cruz, esto es, en función de los demás?

4.5. ¿Cómo voy a poner en práctica durante esta cuaresma el mandato de Dios Padre: “Escuchad” a mi Hijo?

 P. Fidel Oñoro, cjm

Centro Bíblico del CELAM

LECTIO MARZO 13 DE 2022

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