CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO JUNIO 19 DE 2022

LECTIO JUNIO 19 DE 2022
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

La Eucaristía: Jesús amor multiplicado para todos
Lectio de Lucas 9,11-17

Introducción

Después de celebrar dos solemnidades de “comunión” –la comunión eclesial suscitada por el Espíritu a partir de Pentecostés y la comunión trinitaria como vértice, modelo y fundamento de la comunión eclesial–, celebramos este domingo la “comunión eucarística” con Jesús.

Esta celebración del “Cuerpo y la Sangre del Señor”, también llamada del “Corpus Christi” (o “Corpus Domini”, del “Cuerpo del Señor”), nos sitúa una vez más en el plano de la amistad con Jesús y nos invita a tomar conciencia del hecho que esta amistad tiene una dimensión sacramental que se realiza en el misterio Eucarístico, que el mismo Jesús instituyó.  Fue Jesús mismo quien dijo de qué manera permanecería en medio de sus discípulos y cómo continuaría la comunión comenzada en el discipulado de los caminos de Galilea, el cual tuvo su culmen en el amor total expresado por el Maestro con los brazos abiertos en la Cruz.

Por eso en nuestra celebración de hoy hacemos también una profunda confesión de fe y agradecemos el inmenso tesoro que Jesús ha puesto en nuestras manos.

El Papa Benedicto XVI dijo: “Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor ‘más grande’, aquel que impulsa a ‘dar la vida por los propios amigos’ (cf. Jn 15,13). En el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo’, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (Sacramentum Caritaris No.1)

Cada año, uno de los evangelios nos ayuda a profundizar en el misterio eucarístico desde su propia perspectiva teológica y catequética.  Así, a la luz de la misma Palabra del Señor, vamos comprendiendo poco a poco el fundamento y las implicaciones de la “comunión” con Jesús significada en la Eucaristía, la celebramos agradecidos y nos comprometemos con ella. Este año lo hacemos con san Lucas.

1. El horizonte espiritual de Lucas: La comunidad de Jesús encuentra su identidad en la Eucaristía

La importancia y la centralidad de la celebración Eucarística se percibe claramente en el énfasis que el evangelista Lucas hace de ella: instituida por el mismo Jesús en la Última Cena, la celebración gozosa de la mesa del pan partido y la copa compartida en un ambiente gozoso por los discípulos de Jesús, es la respuesta al mandato de Jesús: “Haced esto en recuerdo mío” (Lucas 22,19).

Después de la Ascensión de Jesús, la comunidad de los discípulos se une a través de la Cena con Jesús Resucitado, quien está presente en la Eucaristía, y así cumple su mandato. Así los vemos, por ejemplo en Hechos 20,7, donde “en el primer día de la semana” (el domingo), Pablo comparte con la comunidad de Tróade la Eucaristía: “estando reunidos para la Fracción del Pan”.

Yéndonos a los orígenes de la Iglesia, cuando observamos el comportamiento cotidiano de la Iglesia “madre” de Jerusalén, vemos que se dice que los cristianos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hechos 2,42) y también que “partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (2,46b).

Si la comunidad hace de la mesa compartida una costumbre identificable e identificadora es porque ésta proviene del mismo Jesús.

El Maestro, como nos lo muestra el evangelio de Lucas, se reunía con frecuencia con diversas personas en torno a la mesa a lo largo de su misión. En el oriente antiguo (y también el moderno) las comidas eran expresión de convivencia, de paz, de alegría, de confianza mutua y de comunión; en torno a la mesa se tejían y tejen las relaciones comunitarias.

El evangelio de hoy trae seis pasajes de banquetes que son particularmente significativos, y esto sin contar parábolas y dichos de Jesús en los que el tema se recalca. Los seis banquetes se realizan con pecadores (Lucas 5,29-32; y hay un resumen en 15,1-2), con el fariseo Simón (7,36-50; allí perdona a la adúltera), con sus amigas Marta y María (10,38-42), con un grupo de fariseos y legistas (11,37-53), con uno de los jefes de los fariseos (14,1-24), y la muy diciente cena con un pueblo entero (9,12-17; este relato es el que leemos en este domingo).

Se nota que la mesa es el escenario más frecuente e importante de la enseñanza de Jesús. Sus adversarios notan esto y lo critican: “Ahí tenéis un comilón y un borracho” (7,34).

El hecho que Jesús comparta estas comidas con personas marginadas, con publicanos, pecadores y mujeres, que lo haga tanto con sus amigos como con sus enemigos, que lo haga en privado pero también en público; que cene con unos pocos pero que también amplíe su mesa a todo un pueblo; todo ello nos muestra que el Reino de Dios está abierto para todos: en la mesa con Jesús se hace la experiencia del Reino que comienza aquí y se consuma en la comunión eterna con Dios (ver Lucas 22,16.18).

De manera especial los relatos de la multiplicación de los panes (9,12-17) y de la cena en Emaús (24,28-32), le hacen eco al de la Última Cena (22,19-20), en la cual Jesús expresa el sentido último de su misión.  No es sino mirar cómo se repiten (sin bien con alguna ligera variante) los mismos 4 verbos eucarísticos: “tomar” (el pan), “dar gracias”, “partir” y “dar”.

En torno a estos movimientos se proclama la doble verdad de la Eucaristía: (1) que Jesús está allí presente: Él se identifica con el pan y el vino, haciéndolos su Cuerpo entregado y su Sangre derramada por amor en la Cruz; (2) que en la comunión con su Cuerpo y con su Sangre, Jesús invita a sus discípulos a sellar con Él una nueva Alianza (“Nueva Alianza en mi Sangre”, 22,20), una nueva manera de ser comunidad a partir de la inmensa y sólida comunión con su Persona y su Misión.

En este contexto amplio, podemos decir que el relato de la multiplicación de los panes, relato con sabor eucarístico, mesa de Jesús en medio de su ministerio, es la mesa del Mesías, la mesa de la esperanza.

Profundicemos en el relato de Lucas 9,11-17. Primero hagamos su lectura:

“11 Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y Él, acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados.
12 Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: ‘Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado’.

13 El les dijo: ‘Dadles vosotros de comer’. Pero ellos respondieron: ‘No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente’.
14 Pues había como 5.000 hombres. El dijo a sus discípulos: ‘Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta’.
15 Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos.
16 Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente.
17 Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos”.

2. El contexto de la multiplicación de los panes: Lucas 9,10-11

“10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y Él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Bestsaida.
11 Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y Él, acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados».

Observemos atentamente cuatro datos iniciales de este hermoso pasaje. Estos datos son claves para captar la profundidad de las acciones de Jesús con los panes y los peces a favor de la gente.

(1) El regreso de la misión

Al comienzo el evangelista nos hace una ambientación del lugar: después que los apóstoles regresan de la misión, Jesús se va aparte con ellos a Betsaida (Lucas 9,10); a diferencia del relato que conocemos en Marcos, Jesús va en busca del mundo urbano.

(2) El lugar deshabitado

Si bien el milagro se va a realizar en “un lugar deshabitado” (9,12), la mención de Betsaida coloca en un mismo contexto el milagro de la multiplicación de los panes y la confesión de fe de Pedro. De hecho: el reconocimiento que el apóstol hace de Jesús como Mesías o “Cristo de Dios” (9,20) proviene finalmente de la comprensión del sentido de este milagro revelador de la identidad del Maestro. Aunque en esta ciudad, valga la anticipación, también se dará un fuerte rechazo de Jesús (ver 10,13); Él es “signo de contradicción” (2,34).

(3) El encuentro con Jesús

La escena está construida de una forma curiosa: es como si llegaran los invitados. Jesús no está escondiéndose de la gente (ver Marcos 6,31), más bien la está esperando y se dedica a acogerla, a recibirla bien.

Miremos cómo al comienzo hay una inversión de roles. Ya el evangelio nos ha enseñado que la gente busca a Jesús: “cuando regresó Jesús, le recibió la muchedumbre, pues todos le estaban esperando” (8,40). Lo mismo parece suceder ahora, en los alrededores de Betania: el escenario comienza a poblarse con multitudes que “saben” donde está y “lo siguen” (9,11ª).  Pero sorprende que esta vez es Jesús quien se ocupa de la acogida: “Acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados” (9,11b).

La atención se concentra en estos dos aspectos:

• La acogida que Jesús le ofrece a la gente: “Acogiéndolas…”.
• La predicación del Reino de Dios: “Les hablaba acerca del Reino de Dios…”. Aquí está la palabra-clave de todo el relato. Como se mostrará enseguida, alimentar a la multitud hambrienta no significa solamente buscarle la comida, sino que es el punto de partida para impartir su enseñanza sobre cuál es el significado del Reino de Dios.

(4) Los dos primeros dones de Jesús

Jesús ofrece el don de su Palabra y de la salud. La enseñanza parece ser extensa (“hablaba…”). El tema es el mismo que predicaron los Doce apóstoles durante la misión que acababa de terminar (ver 9,2: “los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar”).

Las curaciones –también en tiempo extendido “curaba”-, que son signo concreto del acontecer del Reino, son para aquellos que tienen “necesidad”; ya había dicho Jesús: “no necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal” (5,31). Todo el ministerio de curación de una humanidad postrada por el dolor –en todos los sentidos-, que se ha venido describiendo desde el capítulo 5 de este evangelio, parece resumirse aquí.

Al responder explícitamente a la “necesidad” de la gente, Jesús se pone al frente de todo un pueblo en calidad de “servidor”, lo que vendrá enseguida está en coherencia con esto: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?” (12,42).

3. La cumbre del servicio de Jesús: el tercer don

Veamos ahora al Mesías revelador y realizador de la definitiva obra salvífica de Dios en acción.

3.1. Una nueva necesidad y una nueva solución: 9,12-14a

(1) Una nueva necesidad: 9,12

“12 Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: ‘Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado’”.

La misión de Jesús con el pueblo se prolonga hasta que se acaba el día (9,12a). Aparecen entonces dos nuevas necesidades que los apóstoles se encargan de plantear: (1) el alojamiento y (2) la comida (ver 9,12c); los dos términos caracterizan el “hospedaje” completo (tema que le gusta mucho al evangelista Lucas: ver Marta y María, Zaqueo, discípulos de Emaús, etc.). Como se dice explícitamente, las ciudades vecinas lo podrían proveer (9,12b).

(2) Una nueva solución: 9,13-14a

“13 El les dijo: ‘Dadles vosotros de comer’. Pero ellos respondieron: ‘No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente’.
14a Pues había como 5.000 hombres”.

Jesús le pide entonces a los apóstoles que sean ellos los que resuelvan el problema: “Dadles vosotros de comer” (9,13a).  Una vez que se ha descartado una primera solución, “despachar a la gente” (9,12), la respuesta de los apóstoles supone dos alternativas: (1) dar de lo que tienen ahora o (2) ir a la ciudad a hacer la adquisición. La primera alternativa es la más débil: “No tenemos más que cinco panes y dos peces” (9,13b) para una multitud de “como cinco mil hombres” (9,14a).

Jesús, entonces, de nuevo se pone al frente de la situación (9,14b-16). Pero la iniciativa de Jesús no hace más que poner en primer plano el servicio que prestan los discípulos. Ellos (1) acomodan a la gente: respondiendo así a la necesidad de acogida-alojamiento; y (2) sirven la comida: respondiendo así a la necesidad del alimento del huésped.  Podría decirse, aunque suene redundante, que los apóstoles –como totalidad de Doce (=comunidad apostólica)- se ponen al servicio de Jesús.

3.2. Jesús servidor de la mesa y formador de la comunidad

(1) La gente es acomodada en la mesa (9,14b-15)

“14b El dijo a sus discípulos: ‘Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta’.
15 Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos”.

Los apóstoles obedecen de manera puntual.

Dice Jesús: “Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta” (9,14). Los apóstoles reaccionan: “Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos” (9,15). Aunque quien obedece el mandato de Jesús, en última instancia es la gente, vale destacar aquí la acción de los apóstoles:

• Su tarea corresponde a un gesto profundo de acogida: el verbo “acomodar” (en griego “reclinar”, en el sentido de “ponerse a la mesa”) es el mismo que aparece en el relato de la Cena en Emaús, donde se dice que Jesús “se puso a la mesa” con los dos peregrinos que acababan de recibir la Palabra en el camino (24,30). Por lo tanto el “acomodar” alude al acoger en la más profunda intimidad de una familia: la mesa.

• La finalidad es “formar comunidad”: este es el sentido de la frase en griego. El número “como cincuenta” (no interesa la exactitud de la medida), por cada grupo, parece querer evitar la masificación y más bien promover la integración. ¡Qué imagen tan bella de comunidad!

• Procuran que nadie se quede sin ser acogido: “a todos”. La comunidad de mesa es un espacio que “incluye” sin excepciones.

Así Jesús hace una muchedumbre anónima, de la masa, un verdadero pueblo, el “pueblo” querido por Dios.

(2) La gente recibe el alimento y queda satisfecha (9,16-17)

“16 Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente.
17 Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos”.

“Jesús tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y…”. Jesús sigue siendo el protagonista de la acción. Ahora se comporta como un anfitrión con sus ilustres huéspedes o como un padre de familia cuando se sienta a la mesa con toda la familia: normalmente se coloca a la cabeza de la mesa, da inicio a la cena con una oración y toma la iniciativa en la distribución de los alimentos. Pareciera un eco de Lucas 22,27: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

El evangelio no omite ningún detalle esencial sobre la manera como se realiza la cena. Cada uno de los verbos nos recuerda la Última Cena de Jesús con sus discípulos, si bien hay que aclarar que aquí Jesús no pronuncia las palabras que identifican el pan con su Cuerpo.

Llama la atención el gesto de Jesús quien “levanta los ojos al cielo”, lo cual se refiere evidentemente a una actitud de oración, pero que no es común entre los judíos; con este detalle Lucas pone de relieve el ambiente oracional de la escena.

Notemos las acciones solemnes de (a) “tomar” los panes y los peces –con lo cual se da comienzo oficial a la cena-, (b) “bendecir” a Dios por el alimento (en la Última Cena es “agradecer”), (c) “partir” –que hace pedazos los panes y los peces mientras Jesús está pensando en alimentar a todos- y (d) “dar” a los discípulos, de manera que ellos pongan cada uno de los bocados en las manos de la gente.

Este momento cumbre de la escena quiere mostrar la capacidad que Jesús tiene para solucionar las necesidades fundamentales de su pueblo y en el hecho de que lo puede hacer “a satisfacción total” y “para todos”. Notemos cómo en un primer momento se había dicho que “todos” (9,15b) fueron acogidos en la mesa, y cómo ahora se enfatiza el hecho de que “Comieron todos hasta saciarse” (9,17ª).

Por su parte los apóstoles aparecen como aquellos que son capaces –gracias a Jesús- de hacer por el pueblo lo que el pueblo no podría hacer por sí mismo (ver de nuevo el v.12): este es el sentido de su liderazgo en el servicio. El papel jugado por los apóstoles aparece destacado en la frase final, según la cual cada uno de los Doce parece portar una canasta durante la recolección de las sobras (ver 9,17b).

4. Un final abierto

Al final de texto no se dice qué pasó después con la gente. Pero sí sabemos qué pasó con los discípulos de Jesús: fueron interrogados sobre la identidad de Jesús. La respuesta de Pedro, deja entender que alguien que ofrece el pan de esta manera no puede ser otro que el Mesías (9,20). De hecho, no hay que perder de vista que el milagro se realizó ante todo a los ojos de los apóstoles.

El que dio el pan de esta manera –formando un pueblo-comunidad que acoge y le participa a todos el don de la vida- es el mismo que se dio a sí mismo en la muerte por muchos y quien continúa presente con sus discípulos cada vez que repiten el gesto de la “Fracción del Pan”. Entonces se repite todo el itinerario que vimos aquí.

5. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Tales son los gloriosos misterios de la santa Iglesia, y tal es el orden en el cual son celebrados por los sacerdotes.

Felices aquellos que tienen el corazón puro, en el momento en que son consagrados los tremendos misterios del Cuerpo de Nuestro Señor. Los ángeles del cielo consideran muy afortunados a los hijos de la Iglesia que son dignos de recibir el cuerpo y la sangre de Jesucristo, Nuestro Señor.

¡Gloria a tu nombre por tu don inefable!
¿Y quién podrá dar gloria adecuadamente a tu divinidad?

Ven, por tanto, tú que eres admitido al sacramento de los hijos de la Iglesia, para aprender según aquella prescripción que te puedes acercar a los sacerdotes, para que te sientes a la mesa según la manera que el apóstol Pablo ha decidido.

Acércate con corazón puro al cuerpo y a la sangre de Nuestro Señor, que te purificarán de las manchas de los pecados que has cometido.

Que los sacerdotes no alejen a los pecadores que vienen a arrepentirse, ni al impuro que se lamenta y que se aflige de ser impuro. Más bien acojan a los impuros y pecadores con la condición de que hagan el propósito de no volver al mal.

Ora, entonces, con amor, junto con el sacerdote, de modo que  aquel que da la vida y perdona los pecados te acoja.

Procura estar atento, sin embargo, para no salir de la nave, para irte fuera, en el momento en que son consagrados los tremendos misterios.

¿Quién es aquel que voluntariamente, rechazaría esta comida a la cual son invitados los ángeles y los hombres?

¿Quién es aquel que, desde el momento en que ha sido inserto en las filas de la Iglesia, preferiría el puesto de los extraños que la Iglesia ha alejado?

Hay que comportarse como un ángel en este momento en el que el Espíritu Santo habita. Este instante da la vida a aquel que está presente, y comparte sus dones con aquel que lo acoge.

¡Feliz aquel que cree y recibe estos dones, porque si ha muerto vivirá, y si está vivo no morirá por haber pecado!” (Narsai el Leproso, Expositio Myster).

6. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

6.1. ¿Qué significado tenía el compartir la mesa en el oriente antiguo? ¿Nuestras reuniones alrededor de la mesa para compartir el pan tienen el mismo significado hoy?

6.2. Jesús comparte la mesa con todo tipo de personas. ¿Esta actitud qué me da a entender respecto a la experiencia del Reino de Dios? ¿A qué compromiso concreto me llama?

6.3. Jesús se pone frente al pueblo en calidad de “servidor”, es decir sale al encuentro de las necesidades de la gente. ¿Cuáles son las características que distinguen a un “discípulo-servidor” al estilo de Jesús?

6.4. ¿Cuáles son los rasgos de una comunidad (familia, grupo, etc.) que -como la de los apóstoles- se pone al servicio de Jesús para dar soluciones concretas a las necesidades (acogida, pan…) que tiene la gente hoy?

6.5. “Tomar”, “bendecir”, “partir”, “dar” son acciones solemnes que realiza Jesús. ¿Concretamente en nuestra familia o comunidad cómo hemos vivido y cómo podemos vivir estas acciones que vivió Jesús?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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