CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO DICIEMBRE 11 DE 2022

DESCUBRIR LA NOVEDAD DEL MESÍAS
¿Quién eres tú Jesús? ¿Quién eres tú Juan?
Mateo 11, 2-11
Introducción

Juan Bautista está en la cárcel (Mateo 11,2a). Hasta allí le llegan noticias sobre Jesús (11,2b), pero resulta que las informaciones recibidas a primera vista no coinciden con el tipo de Mesías que él esperaba.

La crisis de Juan Bautista

En el evangelio del domingo pasado vimos cuáles eran estas expectativas de Juan Bautista: un Mesías juez terrible, aunque también salvador. Efectivamente Juan había predicado que el Mesías, más fuerte que él, sería reconocido por su bautismo en “Espíritu Santo y fuego” (3,11), es decir que:

•   Su bautismo tendría el carácter de juicio final.
•   Los que hubiesen cambiado de vida recibirían el Espíritu Santo y los que no se enmendaran, como era el caso de los fariseos y saduceos (3,7), serían destruidos por el fuego.

Para ello Juan Bautista había utilizado las imágenes gráficas del “hacha” colocado en la raíz del árbol, calculando el golpe final (3,10), y del “labrador” que recoge el trigo y quema la paja (3,12). En otras palabras, esperaba un Mesías poderoso, como decía Isaías 40,10: “Ahí viene Yahvé con poder y su brazo lo sojuzga todo”.

Para sorpresa de Juan, el ministerio de Jesús venía soportando continuas contradicciones por parte de la clase dirigente; él estaba en la cárcel y, como iban las cosas, Jesús también está a punto de estarlo. A Jesús se le veía muy humilde, mientras que a los poderosos se les veía como siempre, todavía en sus puestos haciendo fechorías. El trigo no ha sido separado de la paja.

Por eso no es extraño que en el Bautista se suscite cierta crisis, casi a las puertas de “escandalizarse” de Jesús (ver 11,6). Las acciones de Jesús no coinciden con el Mesías de fuego que había sido anunciado para terror de los indolentes. De ahí se levanta la duda de si Jesús es verdaderamente el Mesías prometido o si más bien no será otro el que vendrá para hacer el juicio.

Entonces Juan Bautista, reflexionando desde la cárcel sobre estos datos que no encajan, se atreve a expresar el interrogante que debía estar en la cabeza de mucha gente: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (11,3).

Una revelación sobre el Mesianismo de Jesús y sus implicaciones para Juan y los discípulos

Así comienza el pasaje del evangelio de Mateo (11,2-11) que nos ocupa en esta tercera etapa del caminar del Adviento. A partir del “cara a cara” entre Jesús y Juan, que da pie para la serie de puntos que van a ser planteados, nuestro texto en el fondo nos empuja para responder la pregunta: ¿Quién es Jesús? ¿Qué idea tenemos del Mesías?

La respuesta debe basarse en las mismas palabras de Jesús y, si conseguimos entrar a fondo, debe también convertirse en motivo de gran alegría por su llegada.

El pasaje (que es un extracto de una sección más amplia que abarca Mt 11,2-19) tiene dos partes:

(1) Juan Bautista interroga a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”; Jesús responde sobre sus obras (11,2-6)
(2) Jesús se pronuncia sobre Juan Bautista: “Se puso a hablar de Juan a la gente” (11,7-11)

Fuera de la pregunta inicial, Jesús toma la palabra todo el tiempo en el pasaje de hoy (hace una semana quién hablaba era Juan). Sus palabras van más allá de la pregunta inicial: no sólo dice quién es él sino también quién es Juan.

En esta dinámica los discípulos también tendrán que:

(1) Captar el alcance de la obra del Mesías y tomar una postura frente a su Maestro: ¿Jesús responde a lo que estoy buscando? ¿Lo estoy entendiendo correctamente?
(2) Comprender quién es Juan y cuál es su lugar en la historia de salvación: el Mesías y su precursor se remiten mutuamente. Bajo esta luz también valorarán su propia dignidad en cuanto discípulo del Mesías: ¿Cuál es mi lugar en el Reino?

1.    Juan Bautista interroga a Jesús (11,2-6)

La primera parte del pasaje consiste en una pregunta y una respuesta:

(1) Por iniciativa de su maestro, los discípulos de Juan le hacen una visita a Jesús. Los emisarios son portadores de una pregunta (11,2-3).
(2) Jesús le responde haciendo un listado de sus obras e invitando a “no escandalizarse” de él (11,4-6)

1.1.    La pregunta de Juan  (11,2-3)

“2 Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle:

3‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’”

El contexto que lleva a entablar un diálogo a distancia entre Juan Bautista y Jesús, ya lo describimos.

Completemos (1) observando al profeta encarcelado y (2) tratando de captar las implicaciones de su pregunta.

(1) El profeta encarcelado

“Juan… en la cárcel” (11,2a).

Por decisión del rey Herodes Antipas, Juan Bautista ha ido a la cárcel y está encadenado (ver 14,3), quizás en la antigua cárcel herodiana de Maqueronte, a causa de sus palabras francas, de su actitud firme y por la fidelidad al mensaje de conversión que le fue encomendado de lo alto. Como profeta no da marcha atrás a pesar de las amenazas contra su vida.

La repulsa por parte del poder político contra el mensaje de cambio, coloca a Juan en la fila del martirio. El Bautista sufre la violencia que Jesús le había anunciado a sus discípulos en el discurso misionero, dentro del pasaje anterior que acababa de terminar: “Os envío como ovejas en medio de lobos… por mi causa seréis llevados ante reyes y gobernadores…” (10,16-20).

(2) Las implicaciones de la pregunta

“Había oído hablar de las obras de Cristo” (11,2b). Estando en prisión, Juan Bautista escucha hablar de las acciones de Jesús. La idea, dentro del orden que va llevando el evangelio de Mateo, es que Juan sabe de la serie de diez milagros narrada en los capítulos 8 y 9, las cuales siempre causaron maravilla y fueron rápidamente divulgadas.

Las obras hablan de Jesús. De hecho al final de esta sección del evangelio, Jesús dirá: “La Sabiduría se ha acreditado por sus obras” (11,19).

Las obras de Jesús, particularmente sus milagros, su entrada en el mundo del dolor (“sintió compasión… porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”; 11,36) permiten leer el rumbo que está tomando su misión. ¿Pero es aquí donde se manifiestan su poder y su fuerza superiores? ¿Dónde actúa como juez que separa decididamente el grano y la paja, y le asigna a cada uno una suerte distinta?  Pero viene también la pregunta: el poder de Jesús ¿no debería demostrarse también en el liberar a Juan de la prisión?

Y de ahí: ¿Esto es todo lo que hace? ¿Jesús es realmente aquel de quien Juan ha anunciado la venida? ¿No debe venir otro, que corresponda mejor a las profecías, a las esperanzas, a las expectativas?

A partir de su situación personal y de su conocimiento de las acciones de Jesús, Juan formula la pregunta decisiva, que desde entonces continúa siendo repetida muchas veces: ¿Quién eres tú?, la cual está bien expresada en esta formulación: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (11,3).

1.2.    La respuesta de Jesús (11,4-6)

“4 Jesús les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que oís y veis:
5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva;
6 ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!’”

Jesús toma la palabra. No da una respuesta clara y directa a los discípulos del Bautista que le fueron enviados –el “sí” o el “no” esperado– sino que toma otra ruta.

Su respuesta comienza con un doble imperativo: “Id y contad”. Los discípulos de Juan “enviados” se convierten nuevamente en “enviados”, pero esta vez de parte de Jesús. Ellos deben volver en calidad de testigos de Jesús: “¡contad!”.

(1) Las “obras” que hablan

Jesús los remite luego al punto de partida de la pregunta, “las obras del Cristo” (11,2b), mediante la enumeración de seis obras (todas en parejas) que citan una y otra vez aspectos de la misión realizada:
1. Curación de ciegos y cojos
2. Curación de leprosos y sordos
3. Resurrección de muertos y anuncio de la Buena Nueva a los pobres.

Por tanto la respuesta no es dada explícitamente sino que debe ser deducida de aquello de lo cual son testigos: lo que ven y oyen.

Precisamente lo que ven y oyen alude al cumplimiento de las antiguas promesas del Antiguo Testamento:

•    “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Isaías 35,5-6a).
•    “Oirán aquel día los sordos palabras de un libro y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán, los pobres volverán a alegrarse en Yavhé” (Isaías 29,19-20).

Las “obras” de Jesús son leídas desde la Palabra de Dios, y viceversa, la Palabra de Dios se verifica en su cumplimiento en las obras de Jesús. Los emisarios de Juan pueden ver en vivo y en directo la realización de la esperanza: “Decir a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que viene vuestro Dios, viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará” (Isaías 35,4). Dios ha venido y está salvando a su pueblo.

(2) El sentido de la desconcertante pequeñez del Mesías redentor de los necesitados y mensajero de las bienaventuranzas

Con la lista de sus obras, Jesús está diciendo que la promesa ha sido cumplida en su obrar: allí, de forma concreta, se puede captar la intervención salvífica de Dios, el Señorío lleno de potencia y de gracia que ha llegado (ver 4,7). Con todo, éste no se manifiesta en primer lugar como superación de los poderes humanos adversos. De hecho:

1. Juan será decapitado en la cárcel (14,10).
2. Jesús morirá en la Cruz (27,45-50)
3. Los discípulos serán perseguidos por las personas y estructuras del poder que intentan cambiar (10,16-25).

En la realización del Reino, en el ministerio terreno de Jesús no se percibe su poder de Juez, sino todo lo contrario.

Pero, la observación de las obras de Jesús pone en la dirección correcta. Será en el momento cumbre, cuando Jesús realice su obra pascual, que se desvelará todo en el anuncio de la venida del Hijo del hombre como Rey al final de los tiempos:

•    Como anuncia la parábola del trigo y la cizaña: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad y los arrojarán en el horno de fuego… Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre” (13,41-43a).
•    Como anuncia la parábola de juicio final (ver 25,31-46), allí “separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (25,32).

Por lo pronto el Reino de los cielos se da a conocer en su aspecto de misericordia y de salvación (que es la primera forma del “hacer justicia”).

Se ve en la ayuda efectiva a los necesitados. En medio de las “obras” (la serie de los diez milagros de Mt 8-9) se cita a Isaías para interpretar la misión de Jesús: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (8,17). El pastor está tomando sobre sus brazos a las ovejas heridas (ver Isaías 40,11 y Mt 9,35).

Igualmente, en la inauguración de su misión, Jesús, después de curar numerosos enfermos, anunció con autoridad su Buena Noticia (ampliada en el Sermón de la Montaña; ver 5,1-7,29), dirigiéndole a los “pobres” la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (5,3). En el centro del Sermón de la Montaña Jesús enseña que el Dios revelado en la Biblia como el Todopoderoso tiene un gran corazón en el que todos –buenos y malos- tienen espacio (5,45) y a nadie le niega su bondad; también que el Padre suyo es el Padre de todos los hombres (6,9) y quiere darles a todos sus hijos la comunión eterna y feliz con él para siempre (5,3-10).

(3) La forma concreta como se realiza el Reino replantea la idea de Mesías: el “escándalo”

La idea que Jesús tiene de Mesías va a la par con esta del Reino, por eso lo primero que se percibe de él no es el castigo de los malvados ni su combate contra la violencia sino su amor por todos sin excepción, presentándose en medio del pueblo como el redentor de los necesitados y el mensajero de las bienaventuranzas.

Puesto que no todos comprenden tanta ternura, Jesús dirige al final de la lista de sus obras una bienaventuranza: “Bienaventurado aquel que no halle escándalo en mí!” (11,6). No será la amenaza del hacha ni el fuego ardiente los métodos que Jesús utilice para evangelizar sino su tremenda humanidad manifestada en su misericordia con el dolor humano. A cada persona le corresponderá decidir por sí misma su destino, el veredicto que le vendrá en el juicio, según la aceptación o el rechazo de este amor.

Juan está encarcelado a causa de su firme predicación ante un gobernante; de Jesús esperaba eso y mucho más. Por eso lo desconciertan sus “obras”. Pero Jesús lo remite precisamente a esas mismas obras para que se perciba allí que el compromiso por la justicia sigue vigente. La manera como lo hace le corresponde soberanamente al Dios del Reino que revela su manera de ser en su Hijo Jesús.

(4) Atreverse a cambiar los paradigmas

Jesús entonces admite que se ha presentado ante el mundo de manera distinta a como se esperaba al Mesías. La venida del Mesías no era como Juan se la esperaba sino como Dios la había establecido. Por eso ha llamado “bienaventurado” a quien no se escandalice de su manifestación y reconozca con fe.

En consecuencia si se quiere comprender a Jesús es preciso ver en primer lugar quién realmente es él y qué hace, para luego acogerlo con gozo y gratitud, aún si en algún momento haya que corregir y abandonar algunas ideas o expectativas equivocadas. Si un grande como Juan Bautista tuvo que aprender de Jesús, ¿qué queda para nosotros?

2.    Jesús se pronuncia sobre Juan Bautista: un elogio para el Profeta (11,7-11)

“Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente…”

Después de haber respondido a la pregunta acerca de su persona, Jesús considera ahora la obra y la persona del Bautista: ¿Quién es él?

En cuanto los discípulos de Juan se van a llevarle el recado a su Maestro  (“Cuando éstos se marchaban”, 11,7a), Jesús comienza un discurso (“…se puso a hablar a la gente”; 11,7b) que exalta la personalidad de Juan Bautista mostrando su importancia con relación a Jesús, asunto que podría ser puesto en tela de juicio a partir de la respuesta anterior.

Para el evangelio de Mateo es importante mostrar que Jesús está en armonía con Juan Bautista, que –a pesar de la novedad del Mesianismo que sorprendió hasta al mismo precursor– hay una línea continua en la historia de la salvación: lo que viene con Jesús es inédito pero esto no desalienta la grandeza de Juan. Por eso se hace un esfuerzo por encuadrar adecuadamente la figura de Juan dentro de la novedad del Reino.

Tres elogios le lanza Jesús al Bautista.

2.1.    Primer elogio: es un profeta creíble (11,7b-9)

“7b ‘¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
8 ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.
9 Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta”.

Jesús plantea tres dobles preguntas haciendo girar todo en torno a la estereotipada frase “¿Qué salisteis a ver?”, recordando y enfatizando así el pasado episodio de la predicación en el “desierto” (ver el evangelio del domingo pasado).

Las respuestas, una por una, se caen de su peso. De Juan se exalta:

(1) Su comportamiento enérgico y su modo de vida sin pretensiones: él no se doblegó como una caña ante los poderosos (ver 14,3-12). Su postura fue firme, sin inclinarse según su conveniencia hacia los mejores vientos.
(2) No se presentó con los vestidos elegantes de un cortesano: su sencillez hablaba de su fidelidad al Dios del cual era portavoz. El no vestirse a la moda deja entender que si la gente lo busca no es propiamente porque esté sedienta de novedades.
(3) Fue reconocido por todos como un verdadero profeta.

Efectivamente Juan tenía ascendiente sobre el pueblo, fue un profeta con “credibilidad”. Tanto así que en este mismo evangelio se reporta que hasta las mismas autoridades judías llegan a decir: “Tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta” (21,26b). Incluso Jesús de nuevo destacará cómo la gente de mala reputación reconocía en él autoridad moral y en su llamado a la conversión la voz de Dios: “Vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él” (21,32).

Por tanto la respuesta mejor fundada es la de “Profeta”. Pero enseguida Jesús muestra que esto todavía no es todo: él es “más que un profeta”.

2.2.    Segundo elogio: es más que un profeta (11,9b-10)

“9b Sí, os digo, y más que un profeta.
10 Este es de quien está escrito:  «He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino»”

Este segundo elogio hace avanzar la comprensión habitual que se tiene de Juan. ¿Por qué Juan siendo un verdadero profeta es al mismo tiempo superior a todos?

Porque todos los profetas que le precedieron pertenecen al tiempo de la promesa, ellos anunciaron y vieron sólo de lejos su venida poderosa y portadora de gracia, como bien dice Jesús más adelante: “Todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron” (11,13).

A diferencia de Juan su vida y su misión ocurren en el tiempo del cumplimiento. Ningún otro de los profetas mesiánicos tuvo este privilegio. Este el “plus” de Juan.

Su venida, en cuanto nuevo Elías (ver 11,14), es el signo de que nos encontramos en el tiempo final. Juan tiene la honra de ver cumplida en su persona la profecía de Malaquías 3,1: “He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino”

Cuando aparece Juan, es claro que la venida del Mesías ya es inminente. El hecho de ir “delante” hace que todos enseguida apunten su mirada hacia el momento culminante de la historia de la salvación: el Mesías que viene en “camino”.

Una coordenada geográfica, histórica y espiritual confluye: quien comprende quién es Juan en la historia de la salvación, comprende también la posición de Jesús en ella.

2.3.  Tercer elogio: es el mayor de los nacidos de mujer (11,11)

“En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él”

La última frase de elogio es ambivalente. Ésta quiere decir que:

(1) Con relación a aquellos que han venido antes de él, Juan es “mayor” que todos (esto lo ha dicho el versículo anterior).
(2) Con relación a aquellos que pertenecen a Jesús y pueden experimentar en la comunión con él la cercanía del Reino de los cielos, él es “pequeño”.

La expresión “nacido de mujer”, típica manera de hablar de la Biblia para decir “hombre” (ver Job 14,1), coloca a Juan como el más digno de destacar dentro de la estirpe humana. Mayor elogio no puede haber.

Sin embargo, de repente se nota en la frase de Jesús un giro que retoma el propósito fundamental de su discurso. Con su valoración de Juan Bautista Jesús está respondiendo de nuevo, indirectamente, a la pregunta inicial: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (11,3).

A la luz de la grandeza de Juan, se capta con mayor profundidad la trascendencia y el significado único del tiempo y de la obra de Jesús.

•    Porque si con Juan está cercano el cumplimiento, entonces con Jesús éste se realiza.
•    Porque si Juan es el “mensajero” que prepara el camino, entonces con Jesús la venida preparada ya es un hecho, ha comenzado a establecerse el señorío de Dios.

Entonces la grandeza y la pequeñez de que habla Jesús no se refieren al grado de salvación ni al valor moral de la persona, sino al tiempo del advenimiento del cual ella participa. Por eso no hay que entender la frase final como si Juan estuviese siendo puesto de lado, ya que Jesús está hablando de dos tipos de grandeza y porque el Reino –en el cual se entra por el discipulado- trae condiciones de vida totalmente nuevas a las vigentes.

O sea que en la práctica es menos importante admirar a Juan que actuar de manera que se de el paso decisivo para gozar de las bendiciones del Reino.

En fin…

La última frase reposa con la mirada a los “pequeños” del Reino. En Mateo son los discípulos que, insertos en la novedad del Reino mediante el seguimiento, están creciendo en la vida de Jesús. Jesús dice expresamente “el más pequeño”, como quien dice “el más humilde” o el “principiante”.

Por el solo hecho de haber pasado el umbral de los nuevos tiempos, el discípulo más sencillo del mundo puede considerarse afortunado (ver 13,16-17), ya que tiene el privilegio de saborear lo inédito de Dios revelado en la obra de Jesús: la maravillosa comunión con el “Dios-con-nosotros”, el redentor de los necesitados, el mediador del señorío de Dios, aquel inigualable a quien el Bautista le preparó el camino.

3.    Releamos el evangelio con los Padres de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia se gozan contemplando el “testimonio” del Señor. Veamos cómo lo hacen San Ambrosio y San Agustín.

3.1.    San Ambrosio: “Los ejemplos del testimonio del Señor”

“Cuando interrogaron al Señor acerca de su identidad, demostró quién era él no con palabras sin con hechos: “Id a contar a Juan lo que estáis oyendo y viendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y la Buena Nueva es anunciada a los pobres” (…)

Pero estos ejemplos del testimonio del Señor son todavía poco: la plenitud de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Por eso, a las palabras citadas les agregó: ‘Y feliz quien no se escandalice de mi’.

La cruz podría ser un escándalo aún para los elegidos, pero en lo que a la Persona divina se refiere no puede haber testimonio más válido que ella. No hay nada que trascienda tanto las cosas humanas como el sacrificio voluntario de sí mismo, totalmente y solamente, por la salvación del mundo: con este único acto Él demuestra plenamente que es el Señor.

Por eso Juan lo señala con estas palabras: ‘He ahí el Cordero de Dios, He ahí el que quita el pecado del mundo’ (Juan 1,29) –palabras dirigidas no sólo a aquellos dos discípulos, sino a todos nosotros, porque creemos en Cristo con base en el testimonio de los hechos”.  (San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el evangelio de Lucas 5.99.102)

3.2.    San Agustín: “El viento de la soberbia no apagó la llama”

“¿Cuál es el testimonio del Señor acerca del siervo? Entre los hijos de mujer, no apareció ninguno mayor que Juan Bautista. ¿Cuál es el testimonio del siervo acerca del Señor? Aquél que viene después de mí es mayor que yo (Juan 1,27). Si, por tanto, entre los hijos de mujer no apareció ninguno mayor que Juan Bautista, ¿quién podrá ser mayor que él? Juan era un gran hombre, pero apenas un hombre; Cristo es mayor que Juan porque es Dios y hombre. Ambos nacieron de modo maravilloso, el heraldo es el Juez, la lámpara y el día, la voz y la Palabra, el siervo y el Señor: el siervo nació de la estéril, el Señor de la Virgen. (…)

Juan aparecía con tal grandeza, que por muchos llegó a ser tenido como Cristo. Pero no por eso, en su soberbia, adhirió al error ajeno, ni se atrevió a decir: ‘Soy quien piensan’. Sino que antes, como convenía, se reconoció como siervo al humillarse a los pies de su Señor y ante la correa de las sandalias de Él. El viento de la soberbia no apagó la candela”.  (San Agustín, Sermón 290, 1)

4.    Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

4.1.    ¿Por qué dice Jesús que Juan es el mayor de todos los profetas que han existido? ¿Y en qué sentido dice que el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él?

4.2.    “La misericordia es una de las  formas como Dios hace justicia”. ¿En qué hago consistir concretamente la misericordia, la acogida, el amor y el perdón hacia  los demás? ¿Soy más llevado/a a pedir justicia que a ofrecerla?

4.3.    Entre las obras que Jesús enumera como signo de su identidad para los discípulos y para el mismo Juan está la de curar. ¿La curación que yo le pido a Dios es solamente la física? ¿Hay alguna actitud en mí que necesite ser curada? ¿Cuál?

4.4.    ¿Me desconciertan las obras de Jesús? ¿Qué espero de Él? ¿Digo perder la fe cuando no recibo una respuesta pronta a mis peticiones?

4.5.    Juan Bautista preparó el camino del Señor. ¿Cómo estamos preparando este año su venida a nivel personal, familiar y comunitario? ¿En qué se distinguirá este adviento de todos aquellos que hemos vivido?

En este Adviento y Navidad pensemos en los más necesitados.

“Que la dificultad de los tiempos no impida la generosidad de los cristianos… Que el viajero sea acogido, el oprimido socorrido, el pobre vestido, el enfermo aliviado. El que haya ofrecido de sus justas labores en sacrificio de piedad a Dios, el autor de todo bien, obtendrá de Él la gracia de gustar las promesas de su Reino”.

(San León Magno, Sermón 13)

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico Pastoral para América Latina
CELAM

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