¡Qué atractivas y encantadoras son esas pobres y humildes capillas erigidas en honra de la Santísima Virgen, entre las asperezas de las rocas y la soledad de los campos! Cuán grato es al atravesar un bosque o al escalar los riscos de la Cordillera, hallarse repentinamente con una ermita agreste dedicada a la Reina de […]
">¡Qué atractivas y encantadoras son esas pobres y humildes capillas erigidas en honra de la Santísima Virgen, entre las asperezas de las rocas y la soledad de los campos!
Cuán grato es al atravesar un bosque o al escalar los riscos de la Cordillera, hallarse repentinamente con una ermita agreste dedicada a la Reina de los ángeles y circundada de floridas retamas y oloroso tomillo. Qué dulce es entonces postrarse ante las aras de nuestra amadísima Madre y derramar nuestra alma a sus plantas y decirle cuánto sentimos y pensamos y presentarle el 'homenaje de nuestras oraciones, sin más testigos que las avecillas que trinan en la enramada" ni más compañero de viaje que nuestro propio corazón!"
En esto pensaba yo una vez y al momento que me resolví a construir en mi pecho esta solitaria ermita, donde pudiese sin testigos y a mi placer tributar a la Santísima Virgen el homenaje de mis humildes adoraciones y el más ferviente amor... ¡Virgen Santísima, exclamé dentro de mí, Vos sois venerada no solamente en las suntuosas basílicas, sino también en las rústicas ermitas de los campos; por lo cual yo quiero dedicaros en la roca de mi corazón, entre los zarzales de mi alma, una ermita solitaria, donde pueda ofreceros diariamente los humildes y rendidos homenajes de mi amor y veneración!
Así como lo pensé lo realicé. Desde entonces me he figurado, al principio con algún esfuerzo y ahora sin trabajo ninguno, que mi corazón es una pequeña capilla o diminuto templo, en el cual como en un nicho está colocada una imagen de la Virgen Santísima. La imagen es de esta suerte: en la parte de arriba está figurado un trino cercado de resplandores que representa a la Santísima Trinidad; debajo la Inmaculada hollando con su planta virginal a la serpiente y teniendo arrimada al pecho la custodia y toda vestida de blanco. Esta es la imagen de la Santísima Virgen esculpida por mi alma, con el pincel de la imaginación, en lo más íntimo del pecho. Para que no se me borrara jamás de la memoria esta sagrada Imagen, la hice reproducir en el lienzo, en Quito, por el pintor habilísimo Sr. Manosalvas y en esta ciudad la hice esculpir en madera, y es la imagen conocida en esta casa con el título de la Virgen de la Hostia.
Con esta santa imagen me han sucedido dos cosas bellísimas y muy provechosas a mi alma. La primera es que cuantas veces me viene una representación fea o pensamiento impuro, me basta fijarme mentalmente en la Imagen que tengo dibujada en mi fantasía o fijar mi vista en la Virgen de la Hostia, y al momento se disipa la tentación. A tal punto es esto verdad, que, habiendo aconsejado esta misma práctica a otras personas, se han obtenido iguales resultados.
La segunda cosa es que, cuando vino de Quito a esta casa, el cuadro de Nuestra Señora de la Hostia, yo no lo supe y sin embargo calculé que el lienzo estaba ya aquí, por lo siguiente: la noche misma en que el cuadro había llegado tuve un sueño y fue así: parecíame ver el cuadro de la Santísima Virgen, tal como yo lo había mandado a pintar; pero luego asomó una mano infernal que se esforzaba por desgarrar y romper el lienzo bendito y quería a todo trance poner en su lugar una pintura deshonesta que representaba a una mujer. Desperté al punto y advertí que esto no era un sueño cualquiera, sino una advertencia del cielo para que me cuidase mucho de no dejar arrancar de mi alma la imagen de la Santísima Virgen, como lo pretendía el diablo, para, en su lugar, poner en mi imaginación representaciones lúbricas y deshonestas.
La Santísima Virgen de la Hostia me ha dispensado favores muy preciosos en la solitaria ermita de mi corazón. Desgraciadamente en esta pobrísima ermita no hay más adorno que algunas florecillas silvestres de los buenos deseos y nada más.
La Virgen de la Hostia es la representación habitual de María Santísima en mi alma; pero también, a veces, me la figuro sentada en el Calvario, en la roca de mi corazón y teniendo en los brazos el cuerpo adorable del Señor, ya difunto. Otras, me represento a Nuestra Señora del Éxtasis, dormida sobre la roca de mi corazón y teniendo en el regazo al, Niño Jesús, dormido también. Pero de esto hablaré en otro lugar.
Fuente: www.oblatosdematovelle.com