CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

HOMILÍA JUNIO 25 DE 2023

CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS
HOMILÍA JUNIO 25 DE 2023 – XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Jr 20,10-13; Salmo 68, Rm 5,12-15; Mt 10,26-33

Apreciados hermanos y hermanas.

La liturgia de la Palabra de este domingo, cargada de contenido para la fe del lector, por cuanto ella es viva y actual, nos presenta una reflexión en torno a tres binomios que se manifiestan contrapuestos en sus realidades, nos referimos a las categorías: derrota – triunfo, delito – don; y condenación – salvación.

Para aproximarnos al primer binomio, derrota -triunfo, es necesario apelar a la primera lectura del profeta Jeremías, en donde se visualiza de manera clara, el contexto histórico en el que se desenvolvió el profeta, nos referimos a una realidad en crisis por aspectos políticos, territoriales y religiosos; en la que Jeremías intervino como signo de esperanza y de consuelo, teniendo que ser luego aprisionado, desterrado y asesinado.

Una de las características más importante de esta crisis, fue la persecución, en la que la fuerza de los perseguidores no se podía comparar con la debilidad de las víctimas, de tal forma que el triunfo por parte de los poderosos de la época era predecible, triunfo manifestado en esclavitud, en muerte, en represión y en una profesión de fe alineada con una religión de tipo político, obviamente, en desmedro de la religión dejada por los patriarcas de antiguo.

Así las cosas y de cara al triunfo inevitable del sistema del tiempo, Jeremías alza su voz profética

Y amando más a Dios que a su propia vida, denuncia todo lo que es sinónimo de sombra, y con absoluta confianza en Dios, dice con valentía: “Mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo; Señor de los ejércitos que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la derrota de mis adversarios”; de esta forma, Jeremías se lanza en contra del establecimiento, y lo que parecía triunfo por parte de los malvados, se convirtió en derrota; mientras la aparente derrota de los débiles, tomó la figura de triunfo.

Pensando en lo antes mencionado, no es que el profeta, resulte ser un héroe a la manera de los de las películas, simplemente fueron hombres y mujeres que haciendo las veces de “boca de Dios”, denunciaron públicamente, sobre todo, actos que denigraban al pueblo y que producían deshumanización por la vía de prácticas injustas, deshonestas, corruptas y con sabor a pobreza y muerte; y todo por mantener el status quo del poder y el monopolio del mismo.

A manera de síntesis, podemos concluir diciendo, que, en Jeremías encontramos al profeta de la esperanza, que en medio de situaciones límite, confió en Dios, porque lo reconoció a Él y solamente a Él como su fuerza en medio de la batalla; pues también nosotros hoy, testigos de situaciones difíciles, no podemos permanecer impávidos mirando al cielo, necesitamos con nuestro actuar diario, convertirnos en protagonistas de entornos nuevos, en donde se viva el principio kantiano: antes que desear transformar el mundo, transfórmate a ti mismo y luego éste cambiará.

Dicho lo anterior, vayamos al segundo binomio:

Delito – don, y para nuestra meditación, acudimos a la segunda lectura de la carta de San Pablo a los Romanos, en la que primordialmente se evidencian dos nombres, Adán como la puerta por donde entró “el pecado en el mundo” y Jesucristo, como la gracia que nos alcanzó la vida.

Esencialmente Adán significa, “hijo de la tierra”, que también se podría interpretar como “humanidad”,  y lo inherente a ésta, es la muerte, como sinónimo de delito o como sinónimo de pecado; y es en esta realidad en donde Dios no deja de ser Dios y actúa con la presencia de su Divino Hijo, para mostrar que donde está plagado de delito, el don de la salvación y de la gracia no se hace esperar; de esta forma, se puede entender, la certeza de la irrupción de Dios en la humanidad, para insertarla en la lógica de la historia de la salvación, en donde se evidencia, como dice el Apóstol Pablo, muerte, corruptibilidad, desenfreno, y todo lo propio del pecado, pero también, vida nueva, conversión, transformación, restauración, en una palabra: redención.

Ahora bien, si nos preguntamos con base en lo mencionado, ¿De qué estamos hechos?, ¿Quiénes somos? y ¿Cuál es nuestro destino?

Sin lugar a dudas, hemos de afirmar que somos humanidad, pecado, delito y también muerte; y la prueba, está ante nuestros ojos; carrera armamentista, desenfreno, deseo de guerra, la demostración del poderío por la vía de las armas, pobreza creciente, desprecio por la vida de los inocentes, el ser humano como objeto de negocio, los valores transgredidos y relativizados hasta niveles impensables, las negociaciones de paz, como si la paz fuera algo que hay que negociar, como aquello que se compra en el mercado, la prevalencia de todo por encima del ser humano, y en este orden, otras manifestaciones de lo que hacemos, confirma de qué estamos hechos y sin ahondar mucho, nuestro destino es la muerte aun estando vivos.

Sin embargo, es importante reconocer aquí, que Dios sigue siendo Dios en nuestra vida

Y aunque en muchas ocasiones, hacemos que su presencia se muestre en las penumbras de nuestra existencia, Él nunca se extingue, porque su amor nunca lo hace, es Él quien, nos conduce a pastos verdes y a aguas frescas, Él siembra en nosotros buenos propósitos, grandes ideales humanitarios, compromiso con la vida y valoración por la misma.

Dios nos hace nuevos para que nuestros actos sean nuevos y generadores de esperanza, Él nos pone ya no en la lógica del delito o de la muerte, sino en el conocimiento del don y de la gracia, presentes en su Hijo Jesucristo, quien como nuevo Adán, no ofrece salvación, para que la podamos sembrar en el mundo de la vida que nos circunda; de esta forma, concluimos diciendo que siendo el Señor Jesús un don para nosotros, automáticamente, esta realidad nos impele a ser don de vida para los demás, en medio de nuestros extravíos.

Para finalizar, ahondemos en el último binomio presente en el evangelio de hoy: condenación -salvación, para esto nos es muy útil, apelar a la expresión textual de San Mateo en el Capítulo 10:  “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me podré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Lo citado pone de manifiesto, de manera muy clara lo que significa para el creyente, los conceptos condenación y salvación; el primero, no es otra cosa, sino avergonzarse de Dios y además negarlo.

Siendo esto signo claro de desprecio, alejamiento y desamor por parte de quien en algún momento se consideró su hijo

Para lo mencionado, la figura del hijo pródigo , da cuenta satisfactoriamente, de esta realidad; qué más condenación, que sentirse lejos de Dios Padre y vacío de Él, que más signo de condenación que experimentar la amargura de no estar ya entre sus brazos, sintiendo su amor y su ternura; que más condenación que sentir miedo por la ausencia de su Padre, sintiéndose extraño en tierras extranjeras.

La condenación se ha de entender como la negación de lo maravilloso que es ser hijos de Dios, la negación que en el otro vive Dios como vive en mí y al mismo tiempo como la negación de aquél que nos dio la vida, y que aún en medio de nuestros pecados, nos espera ansioso con los brazos abiertos para darnos el abrazo de su misericordia y de su amor infinito.

Aclarado el primer concepto, vale la pena ahora, aproximarnos a lo que significa “salvación”, para lo cual, insertos en el mismo evangelio, se puede definir como la vida de Dios en medio de la humanidad, la vida de Dios presente en la vida del creyente, la vida de Dios irrumpiendo a diario en medio la muerte estructural a la cual asistimos en nuestro tiempo; salvación, significa permitirle a Dios ser Dios en nosotros, es dejarnos amar por Él a diario, es confiar plenamente en Él aunque los miedos nos acechen, es depositar lo que somos, tenemos, sentimos, soñamos y esperamos, en sus benditas manos, es declinar nuestra voluntad para que la voluntad de Él se funda con nuestros propósitos.

Es ser valientes en medio de las dificultades

Porque sabemos que Él nos hace fuertes, es convencerse que Él mueve nuestras vidas respetando nuestra libertad, es sabernos posesión suya con cada uno de nuestros cabellos, es comprender que hasta las hojas de los árboles son manifestación de su amor para con nosotros, es contemplar a diario con los ojos de la fe, que en medio de la belleza de los lirios del campo, las estrellas del cielo y el vuelo de los gorriones, nosotros somos su mayor tesoro, que nos ama sin medida y que por esta razón nos envió a su propio hijo para darnos vida en abundancia, es decir salvación.

Cuando el género humano sin ninguna excepción se sienta amado por Dios, ese día el Reino de los cielos verá su plenitud; por esta razón, hoy le pedimos a nuestra Madre Santísima del Cielo, al Corazón Inmaculado de María, que podamos decir como ella: “Hágase en mi según tu palabra”, lo cual significa, salvación, aceptación del don de Jesucristo, y signo claro del triunfo de Dios en el mundo.

P. Ernesto León D. o.cc.ss

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