CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA EL FIN DE SEMANA: JUNIO 9 DE 2016.

PARA EL FIN DE SEMANA: JUNIO 9 DE 2016.

No hay que perderse el beso, el abrazo, la fiesta. Hay que volver.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor dispuesto siempre a acogernos en su amor misericordioso para que nosotros también aprendamos a perdonar de corazón a nuestros hermanos.

Amar a Dios es una bendición: un amor que llena de paz y de gozo; un amor que llena de presencia la soledad y de compasión el corazón. Un amor que colma la mente, el cuerpo, todo el ser y además porque este amor nos hace descubrir amores en la medida que no excluimos a nadie y sabemos que Dios habita en cada uno. El amor de Dios nos hace sentir alegres y libres y genera el compromiso con la creación. Desde Dios se ama el universo, el mundo y al humano.

El amor de Dios crece en la gratitud: llegamos a amar más al Señor cuando nos sentimos perdonados, es decir, acogidos, abrazados, amados con ternura. Amamos más a Dios cuando sentimos que en su corazón, existimos, tenemos valor y podemos comenzar de nuevo. Lo amamos más y más cuando no nos sentimos despreciados o condenados sino que en su amor nos sentimos embellecidos y enriquecidos. Y no es que sea una fortuna o una dicha o alegría el pecar o el fallar, pero los que sabemos del pecado y también del dolor y la tragedia que esto genera en el amor; los que sabemos hasta dónde hiere y afecta al corazón un desencanto (eso es lo que genera en muchos el pecado) y cómo le duele al propio corazón y al de los demás nuestros errores.

Entonces si entendemos porque hay más alegría por uno que se convierta, que cambie; porque sí hay gratitud y más amor ante un acto de misericordia y de perdón.
Saberse perdonado es saberse amado y esto genera felicidad, gratitud y ánimos de cambio en quien ha fallado o pecado. Nos sentimos nacer de nuevo y entendemos que definitivamente vale la pena estar a los pies del maestro y amar tan decididamente que no haya necesidad de engaños o de pecados. Un amar sin heridas es posible y un darse sin esperar a cambio también es posible.
El que peca no debe quedarse por fuera de la experiencia de la reconciliación, no puede perderse el beso, el abrazo del Padre; no puede escuchar desde lejos los preparativos para la fiesta. El que peca debe ser humilde, reconocer que ha fallado, ponerse en camino de regreso a casa. Debe comprar el mejor perfume, atreverse a acercarse, a tocar, a llorar ante el amor herido pero abierto al perdón. Pedir perdón es un acto de valientes pero sobre todo de enamorados que saben que al fallar o al pecar han herido de muerte a quien han amado.

Juzgar a los demás será fácil, sentarse a pensar sobre los demás, sus faltas o equivocaciones, sentarse en el papel del justo cuando sus pecados son diferentes, será siempre fácil. Hay que ponerse al lado del débil y tratar de entender la dinámica del amor. En esa dinámica todos entramos. Unos debemos mucho, otros poco, pero el amor de Dios es el mismo para todos. La gratitud cambia pero cuando nos creemos mejores o más santos o sin pecados entonces es ahí cuando la pureza, el amor, el estar sin pecado debe traducirse en respeto, acogida y proyección del amor de Dios.

Sean santos como el Padre es santo, compasivos como el Padre es compasivo.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.