CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO MAYO 26 DE 2024

Solemnidad de la Santísima Trinidad
EXALTADO AL CIELO, EL RESUCITADO PERMANECE CON NOSOTROS
La misión del discipulado
Mateo 28, 16-20
Introducción

Al comienzo del Evangelio según Mateo, Jesús fue presentado como el “Dios-con-nosotros” (1,23), ahora al final del Evangelio es Jesús mismo quien dice: “Yo-estoy-con-vosotros” (28,20). ¡Pues bien, en Jesús Dios se hizo visible a nuestros ojos! 

Al regresar a la casa del Padre, Jesús no nos abandona sino que –como le dice a los apóstoles- nos da el mandato de integrar en la familia de Dios a todos los pueblos de la tierra. Para ello nos promete su ayuda y su asistencia para que podamos cumplir la tarea de enseñarle el evangelio a “todas” las naciones en nombre de aquel que tiene “todo” poder y que está con nosotros “todos” los días hasta el fin del mundo.

En el espacio y en el tiempo se ejerce a partir de ahora el Señorío de Cristo. Es así como la Ascensión de Jesús no es ausencia del mundo sino otra manera de estar presente en él. Jesús es para siempre el “Dios-con-nosotros”.

1. El texto, su estructura y sus particularidades  Leamos Mateo 28,16-20:

“28,16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así:  Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo?”.

En el pasaje del evangelio de Mateo que la liturgia nos propone para esta solemnidad  podemos notar inicialmente algunas particularidades:

(1) El pasaje se compone de una parte narrativa (28,16-18ª) y de una parte discursiva (28,18b-20).

(2) La parte narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua.

(3) Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales):

Todo poder (28,18b): la totalidad del poder está en Jesús
Todas las gentes (28,19ª): la totalidad de la humanidad será evangelizada
Todo lo que Jesús enseñó (28,20ª): la totalidad de la enseñanza será aprendida
Todos los días (28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado

 El acento del texto recae sobre esta última parte, donde Jesús:

(1) declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”),
(2) les confiere a los discípulos un mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y,
(3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con vosotros…”). Todo esto tendrá valor hasta el fin del mundo.

Comentemos algunos detalles valiosos de nuestro pasaje.

2. Estudio del texto

2.1. El encuentro del Resucitado con sus discípulos (28,16-18ª)

“16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así…”

Veamos algunos de los elementos contenidos en esta primera parte del relato.

2.1.1. Pasado, presente y futuro de la relación con Jesús

Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.

Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: (1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (ver 4,12-16). Allí habían sido llamados (ver 4,18-22) y allí fueron testigos de la misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (ver 8-9), donde la multitud andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (9,35).   (2) La Montaña a la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas (ver 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (ver 6,33).

Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con Él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (28,18ª).  Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (ver 24,3).

2.1.2. Una herida que se sana

El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” (ver 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a Galilea…”).

Esta herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús, todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas (26,47-50), la triple negación de Pedro (26,69-75) y la fuga despavorida de los otros diez (26,56).

Con todo, Jesús sana la herida provocada por la ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le fallaron en la prueba de la pasión.

Jesús cumple una promesa.

•  La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Más después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (26,31-32).

• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Id enseguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” Ya os lo he dicho” (28,7).

• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).

Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última cena.

Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis hermanos” (28,10).

2.1.3. La reacción ante el Resucitado: adoración y duda

El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (28,17).

Así como lo había prometido (28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arroja por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios» (14,33). En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor.

Pero Marcos hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).

2.2. Las palabras de Jesús: el nuevo camino de la comunidad y del Maestro (28,18b-20)

“18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Las palabras de Jesús tienen tres partes:

(1) El anuncio del Señorío del Resucitado (28,18b)
(2) El envío misionero de sus discípulos (28,19-20ª)
(3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (28,20b)

2.2.1. El Señorío de Jesús (28,18b)

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”

Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia.

Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra.

Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; 5,3.10).

La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo.

Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.

2.2.2. El envío misionero de los discípulos (28,19-20ª)

“19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”.

Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”.

(1) El contenido de la misión: “Hacer discípulos”

“Id, pues, y haced discípulos”

La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere acoger a toda la humanidad en la comunión con Él.

Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual.

Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo.

“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar una cercana amistad con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la forma y la orientación de vida.

El “discipulado” lleva a abandonarse completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y la meta y nos conduce con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta meta se han revelado a lo largo del evangelio.

Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.

(2) Los destinatarios: la humanidad entera

“… A todas las gentes”

Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda a todos los pueblos de la tierra.

Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones).

(3) Insertando al nuevo discípulo en la familia trinitaria

“… Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia.

El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios.

El “nombre”  de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio:

• Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.
• Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (ver 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo.

Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y creído.

 Al interior de la familia trinitaria. El bautismo:

• Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él, nos pone bajo su protección y su poder, posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión, nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo, nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre, nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos.

Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo.

El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión.

(4) El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo de vida

La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, le exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don.

Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles:

• De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final (25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales.

• Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.

En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la misión.

2.2.3. El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (28,20b)

“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad.

Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.

Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.

En fin…

La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien en la plenitud de su potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.

3. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia

Proponemos hoy dos textos. El primero referido al texto de Mateo que acabamos de abordar y el segundo a la versión lucana del acontecimiento de la Ascensión. La belleza de la poesía del segundo texto es memorable.

3.1. San León Magno:

La Ascensión: la fiesta del “Dios con nosotros”  “Para que los fieles sepan que poseen aquello que les dará la fuerza de elevarse hasta la sabiduría que viene de lo alto, despreciando las concupiscencias del mundo, el Señor nos prometió su presencia diciendo: «He aquí que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos» (Mateo 28,20).

No fue, pues, en vano que el Espíritu Santo predijera por boca de Isaías: «He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel, que quiere decir, Dios con nosotros» (Is 7,4).

Jesús realiza, por tanto, el significado de su propio nombre y, aún si sube al cielo, no abandona a sus hijos de adopción: en cuanto está sentado a la derecha del Padre, continúa habitando en todo el cuerpo; en la tierra conforta en orden a la paciencia; en el cielo convida a la gloria. Por tanto, nosotros no nos disipamos entre las cosas vanas, ni temblamos en circunstancias adversas. Allí somos lisonjeados por realidades engañosas; aquí nos oprimen las penas. Pero, porque “de su gracia está llena la tierra” (Salmo 32,5), la victoria de Cristo en todo, viene en nuestra ayuda, para que se cumpla su palabra: «Tened confianza, yo he vencido al mundo» (Juan 16,33).

Si nos mantenemos lejos del fermento de malicia, nunca nos apartaremos de la fiesta de Pascua.
(Tract. 2, 3-5)

3.2. Romano el Melode:

“Que descienda sobre nosotros, Señor, tu bendición”

“Aquél que bajó a la tierra en el modo que sólo el conoce, y que de nuevo sube allá en el modo que sólo él sabe, invitó a aquellos que había amado a ir a un monte elevado y condujo a cuantos había reunido, a fin de que, elevando el alma y los sentidos, se olvidaran de las cosas terrenas.

Conducidos, pues, al Monte de los Olivos, ellos se reunieron alrededor de su Benefactor, como refiere Lucas, el inspirado. El Señor extendió los brazos como si fueran alas, como el águila extiende sus alas sobre los polluelos para protegerlos en el nido. Y les dijo a sus aguiluchos:

“Os dejé protegidos de todos los males. Como os amé, amadme también vosotros. Ya no me separaré de vosotros. Yo estoy siempre con vosotros, nadie prevalecerá sobre vosotros. De lo alto, oh discípulos míos, como Dios, autor de toda la creación, impondré sobre vosotros mis manos que los impíos extendieran, prendieran y clavaran. Vosotros, pues, inclinando la cabeza sobre estas manos, entended, comprended, amigos, lo que estoy a punto de hacer. Del mismo modo que en el bautismo, también ahora impondré sobre vosotros las manos y, habiéndolos bendecido, os enviaré iluminados, repletos de sabiduría. Sobre vuestras cabezas, la alabanza y la magnificencia; y en vuestras almas, la iluminación, como está escrito. Porque yo infundiré en vosotros el Espíritu y, una vez que me hayáis acogido como huésped, seréis mis discípulos, elegidos, mis fieles y familiares. Ya no me separaré de vosotros. Yo estoy con vosotros, nadie prevalecerá contra vosotros”.

(Tomado del “Himno de la Ascensión”)

4. Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón

4.1. ¿Qué relación tiene este pasaje de hoy con las palabras pronunciadas en la última cena y en la mañana pascual sobre la nueva convocación de los discípulos?

4.2. ¿Cómo iban los discípulos hacia el encuentro con Jesús en Galilea?

4.3. ¿Qué evocan aquí los términos: Discípulo, Galilea y Montaña? ¿Cuáles son las características de la relación entre Jesús y sus discípulos?

4.4. ¿Qué significado tiene esta relación de discipulado para el contenido de la misión apostólica?

4.5. ¿Qué sucede en el Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Qué implicaciones tiene para mi vida como discípulo(a) de Jesús?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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