DEVOCIONES A MARÍA
Siendo la infancia la época decisiva de la vida así para el bien como para el mal, me complazco en recordar, tributando acciones de gracias a Dios por ello, que desperté a la existencia en medio de un ambiente embalsamado con los celestiales aromas de la devoción a la Virgen Santísima.
Las grandes y solemnes fiestas de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción fueron las primeras solemnidades religiosas que impresionaron mi corazón y fantasía infantiles. Las fiestas sencillas y grandemente poéticas de la Capilla del Corazón de María vinieron en seguida a ser como el pábulo de mis primeras efusiones de piedad. En mi propia casa se honraba, con culto extraordinario, a una pequeña y muy devota imagen de Nuestra Señora del Tránsito y con tal motivo este misterio hermoso hizo se para mí objeto predilecto de una tierna y constante devoción. con perfecta claridad recuerdo todavía, y me parece ver aún, la pequeña imagen mencionada de la Virgen, recostada en un lecho de flores, con los ojos entornados por el sueño de la muerte y con los labios animados por una amable y dulce sonrisa.
Las primeras imágenes de la Reina del cielo que he tenido en propiedad, fueron: primeramente la pequeña estampa de Nuestra Señora de los Siete Dolores que, por casualidad, la encontré tirada por el suelo, sin que jamás apareciera dueño alguno a reclamarla, y, segundo, una imagen o escultura de bulto de Nuestra Señora del Tránsito que me complacía en adornarla con toda la pompa y suntuosidad que estaban a los alcances de un niño pobre y desamparado y que mi fantasía infantil me las representaba.
Otra de las imágenes de la Santísima Virgen y que la conservo hasta hoy que impresionan mucho mi corazón y fantasía de niño fue una pequeña pintura al óleo de Nuestra Señora de las Mercedes, la Peregrina de Quito, en torno de la cual están pintados cuatro de los principales milagros realizados en América, por aquella celebérrima advocación. Fue este cuadro el que me hizo conocer la devoción a Nuestra Señora de las Mercedes, a la que soy deudor de muchas gracias muy especiales, especialmente la de haberme proporcionado el templo y claustro en que el Instituto de Sacerdotes Oblatos se ha establecido en Cuenca.
Así mismo desde niño tomé la costumbre de rezar cada día, en honra de la Inmaculada Concepción, tres Ave Marías pidiendo a la Reina del cielo que me alcance de Dios la virtud de la pureza.
Otra de mis devociones predilectas ha sido la del santo Rosario que con el favor de Dios he procurado rezar todos los días de mi vida, siendo pocos aquellos en que haya omitido esta tan excelente práctica de piedad.