CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

HOMILÍA PARA EL 4 DE MARZO DE 2007

Misioneros Oblatos de los cc.ss de Jesús y María
Génesis 15, 5-12. 17-18; Salmo 26; Filipenses 3, 20-4, 1; Lucas 9, 28b-36
HOMILÍA PARA EL 4 DE MARZO DE 2007
Domingo 2º de Cuaresma

Amigos y amigas de la comunidad virtual.

Me alegro mucho de compartir con Ustedes no solamente reflexiones, sino también la vida.

En ésta oportunidad plantearé una reflexión en torno a la relación existente entre el evangelio de hace ocho días y el de éste domingo 4 de marzo; en los cuales se habla por un lado de la experiencia de Jesús en el desierto y por otro lado de la experiencia de Jesús en la montaña de la Transfiguración.

El tema de la Transfiguración se ubica dentro del grupo de las grandes teofanías bíblicas que nos hacen comprender la presencia de Dios en múltiples circunstancias.

Entiéndase teofanía como la manifestación de Dios a los hombres, como por ejemplo hablando del A.T. podríamos enunciar las siguientes: La zarza ardiente, el maná en el desierto, la nube, la oscuridad, la lluvia, entre otras; en el N.T. la mayor teofanía se llama Jesucristo pero podríamos mencionar otras: La voz de Dios en el bautismo de Jesús, el cielo se eclipsó en la muerte de Jesús, la TRANSFIGURACIÓN, Pentecostés. Estos ejemplos muestran qué es teofanía.

La Transfiguración como teofanía entonces, no es más que el propio Dios revelándonos a Jesucristo como a su hijo Amado.

No creemos por tanto en un Jesucristo profeta, autorevelado, autoproclamado hijo de Dios, sino un Jesucristo avalado por su Padre cuando dijo: «ESTE ES MI HIJO, ESCÚCHENLO».

Como lo planteé al inicio y una vez aclarado lo anterior, adentrémonos en la relación que se puede establecer entre los evangelios del domingo pasado y el de éste domingo.

Hablando del primero nos encontramos con el DESIERTO como lugar de prueba, de tentaciones, lugar de sed como antesala de la muerte, lugar de debilidad donde la parte humana se encuentra con su propia incertidumbre; se trata de un lugar existencial en donde se piensa la vida, la muerte y el más allá; aquí nos encontramos con el Jesús Humano, con nuestra propia realidad, con el Jesús verdaderamente hombre.

Por otra parte LA MONTAÑA, lugar central del evangelio de hoy, nos deja ver la policromía de Dios, frente al tono uniforme del desierto, se trata de un lugar privilegiado para la manifestación divina; es un lugar de encuentro entre la eternidad y la temporalidad, allí se establece el diálogo del cielo con la tierra, de la trascendencia con lo contingente.

En la montaña notamos la presencia de Dios y en el desierto está aparentemente el olvido de Dios

Sin embargo, como hacedor del mundo, Dios está en la montaña y también en el desierto, Dios se encuentra con el hombre y la mujer de todos los tiempos en la montaña y también en el desierto; y es que el aparente olvido de Dios en el desierto, posiblemente sea la oportunidad que se da para que el hombre se encuentre consigo mismo y con su realidad.

La posible ausencia de Dios en la experiencia de Jesús en el desierto, se hace presencia en la voluntad y en la sabiduría de Jesús para contener la fuerza del maligno.

En el desierto de nuestras tristezas, Él es nuestra alegría, en el desierto de nuestras de nuestras tribulaciones, Él es la serenidad, en el desierto de nuestras desilusiones, Él es nuestro mayor sueño, en el desierto de nuestros fracasos, Él es el mayor triunfo, en el desierto de nuestras traiciones, Él es el siempre fiel, en el desierto de nuestra agonía, Él es nuestra fuerza.

Como vemos parece que la antagonía entre desierto y montaña cada vez más corta

Y si bien somos desierto, también en éste mundo somos y debemos ser las montañas humanas de la transfiguración; por eso hoy seamos Hermón y Tabor, lugares teológicos en donde se funde la pequeñez del hombre con la inmensidad de Dios.

Dejemos en esta semana de Cuaresma que el Señor suba a nuestra vida, permitamos que allí nos hable pues es el Hijo de Dios, dejémonos amar por Él, pues es el amor de Dios presente en este mundo; abramos nuestros ojos para contemplar cómo se nos ha manifestado el Señor en el transcurso de nuestra vida, se ha manifestado dándonos una familia, a ustedes un esposo, una esposa, unos hijos; se ha mostrado brindándonos la posibilidad de estudiar, de trabajar, de vivir dignamente, de tener salud y bienestar en medio de las angustias cotidianas que la vida nos presenta.

Seamos al menos hoy Pedro, Santiago y Juan los testigos oculares de esta maravillosa manifestación de Jesús como el hijo de Dios, contemplemos la presencia de Dios ya no en un monte artificial o natural; sino, en la montaña de nuestra cotidianidad.

Hoy somos privilegiados porque en la montaña de la Sagrada Eucaristía que vamos a vivir o que estamos viviendo nos encontramos ya no con LA APARICIÓN RESPLANDECIENTE DE JESÚS, SINO CON SU PRESENCIA REAL Y AMOROSA EN MEDIO DE LA CELEBRACIÓN BAJO LAS ESPECIES DEL PAN Y DEL VINO..

Que la Virgencita del Tránsito nos ayude a ser manifestaciones vivas del amor de Dios.

P. Ernesto León D. o.cc.ss

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