CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

HOMILÍA MAYO 28 DE 2023

CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS DE JESÚS Y MARÍA
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Hch 2,1-11; Sal 103; 1Cor 12,3b-7;12-13; Jn 20, 19-23

Al comienzo de esta homilía, nos parece importante exponer aquí, seis versos tomados de la secuencia en honor al Espíritu Santo, que, con seguridad, nos ayudarán a definir su identidad y su misión en favor de los creyentes.
Luz que penetras las almas
Dulce huésped del alma
Brisa en las horas de fuego
Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro
Sana el corazón enfermo
Infunde calor de vida en el hielo

A manera de eco sobre lo mencionado y después de reconocerlo obviamente como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad que procede del Padre y del Hijo, cobra relevancia decir, que es Luz para nuestros pasos y un faro luminoso para nuestra conciencia; no solamente nos visita, sino que es Huésped permanente en nuestros corazones desde el día de nuestro bautismo; que, en medio de las dificultades como sinónimo de fuego o destrucción, se nos muestra como aire sereno de consuelo; que le da sentido a nuestra vida porque Él lo llena todo; y que recrea la vida en medio del frío de la muerte.

Pues bien, con esta introducción, aproximémonos a la Palabra del Señor y apoyados en la primera lectura, centremos nuestra atención en la afirmación de los apóstoles:

“Entre nosotros hay partos, medas, elamitas, y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de Libia, hay romanos, judíos, cretenses, y árabes”.

Esta realidad, nos inspira una doble reflexión, en primera instancia la idea de congregación o convocatoria en torno al Espíritu Santo, como signo de unidad, en donde no se establece diferencia de ningún tipo, pero si la diversidad como parte de la riqueza de la creación divina; en este sentido, las personas reunidas en torno al Espíritu Santo, como preludio de lo que sería la Iglesia: “Una y diversa”, “un solo cuerpo pero con distintos miembros”.

Se configuran como el cumplimiento del querer del Señor:

“Te pido Padre que todos sean uno, como tú y yo, somos uno” (Jn 17,21), que nunca podrá ser completo, mientras asistimos a un mundo que propone muros y no escenarios de encuentro, barreras y no instrumentos de unión, abismos y no puentes de diálogo; mundo en donde definitivamente, se establece la confusión de lenguas presente en el Antiguo testamento como signo del egoísmo y soberbia humanas, por encima del esfuerzo débil en favor de la construcción de una humanidad más justa y en paz, la paz como instauración del Reino de Dios en el corazón de cada ser humano.

Pero vayamos a una segunda reflexión, se trata de entender que el amor de Dios, como sinónimo del Espíritu Santo en el mundo, no conoce fronteras ni distinción de raza, lengua, pueblo o nación, lo cual quiere decir, que llega a cada rincón no sólo de la tierra, sino de cada persona que anhela abrirle un espacio a Dios para que siendo Dios en ellos, los vuelva más humanos y hermanos entre sí; tal fue la experiencia de pentecostés narrada en la lectura de los Hechos de los Apóstoles, pues las personas provenientes de pueblos distintos por sus orígenes y por sus creencias, declinando sus diferencias, dieron paso a la fuerza de la unidad, en donde la universalidad de la salvación, se vio en su mayor esplendor.

Así las cosas, todos llenos del Espíritu Santo, hablaban de las grandezas de Dios en su propia lengua  y se entendían entre sí

Sencillamente porque el contenido no era un discurso, sino la experiencia de sentirse amados por Dios; sin lugar a dudas, el lenguaje del amor de Dios presente en el corazón humano, no necesita traducción para ser entendido, pues éste transformado en experiencia de fe y en obras, es comprensible para todos sin mayor explicación.

Avanzando en nuestra meditación, situémonos en la segunda lectura de la 1ra carta del Apóstol San Pablo a los Corintios; y descubramos en ella, tres aspectos interesantes del impacto del Espíritu Santo en la vida de los hombres y mujeres de todos los tiempos; en primer lugar, es necesario afirmar que el Espíritu Santo los hace uno en Cristo y los dispone para el bien común, en segunda instancia, Él hace posible que el creyente sea capaz de decirle a Dios, “Padre” y finalmente es Él, quien ilumina nuestra mente para comprender que todos somos distintos pero al fin, riqueza para el otro con los dones, carismas y ministerios.

Lo anterior significa afirmar con el Papa Francisco, no a la cultura del descarte

Pues todos somos valiosos; no a la exclusión irracional, pues a la postre todos somos hijos de Dios; y en este mismo sentido confirmar con San Juan Pablo II, la necesidad de hacer de esta civilización del siglo XXI, que experimenta ya las señales de la tercera guerra mundial, la civilización del amor.

A manera de confirmación de lo antes mencionado, es hora que el saludo del resucitado y su despedida hacia el cielo, “PAZ A VOSOTROS”, resuene en el corazón de la humanidad completa, pero de manera especial en algunos países que convertidos en bastiones de guerra e inhumanidad,  anuncian con trompetas, sus deseos de destrucción, la fuerza de su beligerancia y la osadía de la muerte de quienes esencialmente son sus hermanos; qué drama es éste, que despropósito el que vivimos.

Ojalá la paz que viene del Señor Jesús, el perdón que nos ofrece y que dejó como tarea a sus apóstoles, llegue a las regiones en conflicto

Regiones convertidas en ruinas por el rompimiento del tejido social, traducido en violencia y muerte de muchos inocentes; que la plegaria de quien nos envía al Espíritu Santo, “paz a vosotros”, sea una realidad en la sufrida Venezuela, en el convulsionado Brasil, en la beligerante Corea del Norte, en la temida Rusia, en conclusión, que este deseo de Dios, llegue a cada rincón del universo, pero especialmente, al corazón del género humano, cansado de la guerra y ávido de paz.

Hermanos y hermanas, que, a la manera de nuestra Madre del Cielo, seamos nosotros también templos del Espíritu Santo, y que la paz de quien ascendió al cielo, nos envuelva para siempre.

P. Ernesto León D. o.cc.ss

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